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Recuerdo hace muchos años preguntarle a mi hermano que si no nos íbamos a aburrir en el cielo de adorar a Dios. Le pregunté con algo de miedo, porque no quería ser irrespetuoso con Dios. Pero me sonaba como que con el tiempo iba a ser aburrido pasarme el día entero “adorando a Dios”. En aquel momento, lo que yo conocía como adoración musical era más bien seco y frío, solo con himnos y sin instrumentos. Y una eternidad cantando himnos con pistas no me sonaba tan hermoso.

Con el tiempo, he notado que esta forma de pensar del cielo como el lugar donde pasaremos la eternidad solo cantando es lo que piensa la mayoría de los cristianos a nuestro alrededor. Pero eso no es lo que revela todo el consejo de Dios. Permíteme hacer esta analogía para introducir:

Cuando cumplí 18 años, por mi tercer año en la universidad, me regalaron mi primer vehículo: un Volkswagen Polo 2001. En su momento, yo amaba ese carro. Ya no tenía que andar en transporte público y en taxis. Por los primeros meses estuve extasiado con mi vehículo, y –a pesar de que no me gusta eso de estar lavando y decorando carros– lo mantenía bien limpio y cuidado. Pero al poco tiempo me dio el primera problema: una falla en el motor que me costó un par de miles de pesos (menos de 100 dólares). Al poco tiempo, difícilmente pasaba un mes sin pasar por el taller. El día que cumplí 19 años, recuerdo que aquel Volkswagen estaba en el taller por un trabajo de más de 400 dólares. Hubo un tiempo que el carro tenía una falla que hacía que cuando llovía afuera, se entrara el agua. En una ocasión tuve que manejar unas 8 millas sosteniendo la puerta, porque no quería cerrar. Y así, poco a poco yo dejé de disfrutar mi carro. Aunque estaba agradecido de él, los problemas que me daba lograron que ya yo no lo quisiera más.

Unos años después tuve la oportunidad de cambiarlo, y mi esposa y yo adquirimos un Toyota Camry del 2004 (por ahí por el 2010). Este carro fue bien fiel y nunca me dio ningún problema grave, por lo que lo aprecié más que aquel Volkswagen Polo. Al ser un poco más nuevo y de mejor calidad, la experiencia fue mucho mejor. Y hace poco tuve la oportunidad de probar un Tesla del año totalmente nuevo, un vehículo que es una maravilla de la ingeniería y la electrónica, con un confort increíble, que hacía mi Camry lucir como una motocicleta. Habrá que ver cómo serán los carros nuevos en unos 20 años.

¿Qué tiene que ver eso con el cielo? Mira lo que nos enseña el Libro de Apocalipsis:

“Entonces vi un cielo nuevo y una tierra nueva, porque el primer cielo y la primera tierra pasaron, y el mar ya no existe. Y vi la ciudad santa, la nueva Jerusalén, que descendía del cielo, de Dios, preparada como una novia ataviada para su esposo. Entonces oí una gran voz que decía desde el trono: “El tabernáculo de Dios está entre los hombres, y El habitará entre ellos y ellos serán Su pueblo, y Dios mismo estará entre ellos. El enjugará toda lágrima de sus ojos, y ya no habrá muerte, ni habrá más duelo, ni clamor, ni dolor, porque las primeras cosas han pasado…Y me llevó en el Espíritu a un monte grande y alto, y me mostró la ciudad santa, Jerusalén, que descendía del cielo, de Dios, y tenía la gloria de Dios. Su fulgor era semejante al de una piedra muy preciosa, como una piedra de jaspe cristalino”, Apocalipsis 21:1-4, 10-11.

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Cuando los cristianos hablan del cielo, usualmente se refieren al cielo nuevo y tierra. Apocalipsis nos habla de este hermoso lugar donde moraremos por la eternidad en la presencia misma del Dios santo. Un lugar sin dolor y sin llanto, donde Jesús mismo morará entre nosotros, sin necesidad de sol porque Él será nuestra luz, ni de templo porque el Señor y el cordero están ahí. Tampoco habrá allí nada inmundo, sino solo aquellos con su nombre escrito en el Libro de la Vida. Este es el cielo: el cielo nuevo y tierra nueva.

Volviendo al ejemplo de los vehículos: El Tesla último modelo que probé era bastante diferente a mi Camry: era un carro nuevo, por el que no había que preocuparse por alguna falla, con piloto automático, cámaras en todos lados, y un increíble sistema de sonido… pero seguía siendo un carro. Con un motor, gomas (o llantas), con las habilidades de llevarnos del punto A al punto B. La tierra nueva es un lugar increíble, pero es una tierra. Y allá haremos lo mismo que hacemos aquí en la tierra (que no sea pecaminoso o producto del pecado), pero un millón de veces mejor.

¿Qué encontramos ahí en la tierra nueva? Una ciudad que tiene la gloria de Dios. No sabemos exactamente cómo luce esa gloria de Dios. Sí he visto cosas que me han dejado con la boca abierta, que uno puede decir “eso es glorioso”. Pero todo eso se queda corto de la gloria de Dios. ¿Qué es un rayo de luz comparado con el sol? Y al apóstol Juan nos dice que esta ciudad tiene la gloria de Dios, y que su brillo es tal como el de una piedra preciosa. Lo que nos depara por la eternidad es una ciudad tan hermosa como una piedra preciosa.

Pero volvemos otra vez al punto: es una ciudad. ¿Qué hay en una ciudad? Hay trabajo. Tal vez te sorprenda que va a haber trabajo en el cielo, pero no hay ninguna razón para pensar que no. Cuando Dios creó el Jardín del Edén, era un lugar perfecto donde todas las cosas funcionaban para el bien de Adán y Eva, y los animales se sometían a ellos, y las frutas eran increíblemente buenas, y no había pecado. Y allí Dios ordenó al hombre trabajar al ejercer domino sobre la tierra y nombrar los animales. Lo que sucedió en Génesis 3 es que el pecado corrompió e hizo más difícil el trabajo, pero el trabajo no es una consecuencia de la caída. El trabajo que haremos en el cielo no será como el de ahora, donde la tierra nos da problemas. Más bien será un trabajo que disfrutemos, que seremos perfectamente capaces de hacerlo bien, sin pesar ni dolor ni quejas. Un trabajo que entenderemos y que resultará excelente.

¿Qué más hay en una ciudad? Relaciones. En el cielo tendremos relaciones unos con otros. Así como era posible reconocer a Jesús en su cuerpo glorificado (Jn. 20:16), nosotros tendremos un cuerpo como el de Él (1 Co. 15:49-53), nos reconoceremos unos a otros, y no solo eso, también reconoceremos a los santos que ya han muerto. Para mí es increíble pensar que en la eternidad yo voy poder ver a mi esposa de frente y la voy a amar más de lo que la amo hoy, pero yo voy a amar a cualquier otro cristiano igual como amo a Patricia (cp. Mt. 22:30). Y también me voy a sentar a hablar con Charles Spurgeon, y con Jonathan Edwards, y con Agustín, y con muchos de mis hermanos (como tú) de quienes podré aprender por la eternidad.

¿Qué más hay en una ciudad? Comida y bebida y risas y compartir y música. Los mejores chistes que nunca se hayan dicho se dirán allá; chistes sanos sin ningún tipo de pecado. La mejor comida que jamás haya existido (cp. Mr. 14:25; Ap. 22:1-3. Sí debo admitir que no estoy seguro cómo funcionará eso, ya que no hay muerte). Al tener cuerpos glorificados, las mejores competencias de deporte se harán allá, sin importar quién “gane”, y nadie va a perder.

¿Qué más habra en el cielo nuevo y tierra nueva? Una naturaleza sin pecado. Podremos ver y tocar los leones y las ballenas y los canguros y las avestruces, todas al servicio del Hijo del Hombre y sus hermanos.

En el cielo va a estar todo lo que toda la vida hemos deseado pero nunca podemos alcanzar. Como esos caramelos engañosos que uno prueba y prueba y te dan un toque del saber que uno quiere, pero nunca la totalidad Y uno busca más y más con tal de encontrar ese saborcito. En el cielo estará el sabor real de aquello que nosotros apenas probamos hoy.

Un último detalle, el más importante de todos. Lo que hace al cielo el cielo es que Dios va a estar ahí.

Él será la luz que ilumine.

Él será quien nos diga qué trabajos haremos.

Él estará en nuestras reuniones, y será el centro de nuestras conversaciones. Y será la razón de nuestra alabanza y nuestro gozo.

Nosotros tendremos toda la eternidad para aprender de Él, y después de mil años de aprendizaje, apenas estaremos en el principio de la uña del meñique. Y seguiremos con todas las ganas del universo de seguir aprendiendo. Pero no para tener más conocimiento, sino para poder apreciar cada vez más y mejor lo increíble de su sacrificio en la cruz (Ap. 5:9-14).

Entonces, ¿qué vamos a hacer en el cielo? Lo mismo que le pregunté a mi hermano: adorar a Dios. Pero recuerda que adorar no es solo levantar las manos: al hablar, al reír, al leer, al vivir, se supone que yo estoy adorando a Dios. Y eso es lo que haremos por la eternidad: adorar a Dios con todo lo que somos y con todo lo que hagamos.

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