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Nota del editor: 

Esta es la quinta entrada en esta serie sobre el matrimonio. Puede leer el artículo anterior aquí.

Génesis 2:24 describe lo que el matrimonio es en toda su plenitud:

“Por esto el hombre dejará padre y madre, y se unirá a su mujer, y los dos serán una sola carne”.

Como hemos visto en artículos anteriores, la unión matrimonial implica “dejar padre y madre” para crear una nueva unidad familiar. Es necesario “dejar” en un sentido físico, y “dejar” en un sentido emocional. Es necesario cortar el “cordón umbilical” para que la nueva pareja pueda caminar por sí sola, pero recordemos que “dejar” no significa “dejar de honrar”, de cuidar, de amar, porque el “honrarás padre y madre” no tiene fecha de caducidad.

El matrimonio también supone “unirse” en una celebración pública, una boda. Rompamos aquí un mito que proviene más de nuestra herencia católica que de la verdad de la Palabra de Dios: toda boda es una boda. El matrimonio celebrado por lo civil, o según el rito musulmán, o según las costumbres esquimales, es una boda válida ante los ojos de Dios. El matrimonio es una institución civil, no religiosa. “Unirse” por tanto se refiere al pacto público de amor y fidelidad que un hombre y una mujer se hacen mutuamente.

El tercer aspecto del matrimonio que encontramos en Génesis 2:24 es el “ser una sola carne”. Esta expresión se refiere por supuesto a la unión física, aunque no de forma exclusiva. En la unión sexual el matrimonio “son uno”, y aquí es importante resaltar que –al contrario que en matemáticas– el orden de los factores sí altera el producto. El orden establecido por Dios es este: Dejar, Unirse, Ser Uno.

El orden establecido por Dios es este: Dejar, Unirse, Ser Uno 

El Creador de la sexualidad

La sexualidad no es algo de lo que nos debamos avergonzar, porque Dios creó la sexualidad (Gn 2:24; 1:27-28) y todo lo que Dios creó, Dios vio que era bueno. La sexualidad es parte de Su perfecta creación (Gn 2:25) y representa el nivel más íntimo de comunicación e intimidad dentro del matrimonio. Veamos la sexualidad instituida por Dios como eso, comunicación matrimonial. En el Antiguo Testamento, cuando la Palabra de Dios se refiere a la intimidad en el matrimonio, usa el verbo hebreo “yadá”, “conocer”. En las relaciones fuera del matrimonio se expresan simplemente con el acto físico de “acostarse”.

Dios creó la intimidad sexual como un fortalecedor de la unidad matrimonial (Gn. 2:24; 4:1). Él creó la unión íntima como el medio para permitir a los hombres que llenaran la tierra y la sojuzgasen (Gn 1:27-28; Sal. 127). Dios creó el placer sexual entre el esposo y la esposa para reflejar el deleite que el Señor encuentra en su amada esposa, la Iglesia, y el deleite que nosotros encontramos en nuestro amado Señor (Dt. 24:5; Pr. 5:18-19; Heb. 13:4; Cnt. 1:2, 13-16; 7:1-10; 4:1-7; 5:10-16). Así como Rut buscaba poder hablar con Booz para traerle su súplica, nosotros hemos de buscar a nuestro Redentor con pasión. Así como Booz se esmeró por redimir a Rut lo antes posible, nuestro Salvador se esforzó por salvar a su Esposa y compró su rescate porque la amaba.

Diferentes por diseño

El diseño de Dios es quebrantado cuando la sexualidad se vive fuera del marco del pacto matrimonial (Ec. 7:29; Ro. 1:18-32). El matrimonio es el contexto diseñado por Dios para la intimidad sexual, y fuera del matrimonio la sexualidad se describe como pecado. Pero hemos de reconocer que aún cuando la sexualidad se vive dentro del orden creado por Dios, no está exenta de dificultades, porque hombres y mujeres la entendemos de forma muy distinta, y unos y otros la vivimos bajo el impacto del pecado en nuestros corazones.

El hombre tiende a vivir la sexualidad como algo más biológico, reflejo, instantáneo; mientras que para la mujer se trata de algo relacional, como el final de una larguísima conversación. El hombre parece tener su mente compartimentada, como un armario lleno de departamentos, de modo que cierra uno para poder abrir el otro: trabajo, niños, iglesia, sexualidad, etc. Por su parte, la mujer tiene una mente más global, total, general, como una mesa donde todo está a la vista. Por eso las mujeres “nunca cambian de tema”, porque “todo está relacionado”.

Comprender estas diferencias sirve para intentar ver la sexualidad como nuestro cónyuge la ve, y así entender sus flaquezas, necesidades, y temores. Se trata de un área muy sensible de la vida privada, en la cual es muy fácil herir con egoísmo e incomprensión, y a su vez un área a través de la cual podemos fortalecer en gran manera a la unión matrimonial si reina una actitud de respeto, servicio, honor, aceptación, y ternura.

Una sola carne en verdad

No nos equivoquemos: “ser una sola carne” no se refiere solo a la relación física; sino que la relación física depende de que seáis “una sola carne”. La relación íntima es la culminación de una unión, una amistad, una complicidad, y una entrega mucho más completa. Los hombres tendemos a entender la sexualidad como un termostato (si el sexo va bien, todo va bien), y las mujeres la perciben como un termómetro (si todo va bien, el sexo va bien).

Aquí casi me siento tentado a darles la razón a ellas, aunque ambos aspectos tienen su razón de ser. Si la unión entre el esposo y la esposa se deteriora, evidentemente esas dificultades se verán reflejadas en la comunicación, y la intimidad sexual es la parte más delicada de la comunicación. Por otro lado, en un matrimonio avenido, la intimidad sexual es un potenciador de la unidad y la confianza entre los cónyuges.

 La relación íntima es la culminación de una unión, una amistad, una complicidad, y una entrega mucho más completa

Tampoco nos equivoquemos al pensar que “ser una sola carne” es lo mismo que el matrimonio. Todo matrimonio es completado en la intimidad sexual, pero para que haya un matrimonio debe de haber el “dejar”, el “unirse”, y el “ser una carne”. Convivir en pareja no es sinónimo de matrimonio, y así nos lo da a entender el Señor Jesús cuando le dice a la mujer samaritana que “cinco maridos has tenido, y el que ahora tienes no es tu marido” (Jn 4:18).

Ser “una sola carne” va más allá de la relación física. Nos está expresando que el propósito de Dios para el matrimonio es la unidad en todos sus aspectos. Marido y mujer deben estar unidos en sus destinos, sus posesiones, sus ideas, sus habilidades, sus metas, sus problemas, sus éxitos y fracasos, sus sufrimientos y alegrías, sus cuerpos y su fe…

Mateo 19:6  Así que no son ya más dos, sino una sola carne; por tanto, lo que Dios juntó, no lo separe el hombre

1 Corintios 7:4  La mujer no tiene potestad sobre su propio cuerpo, sino el marido; ni tampoco tiene el marido potestad sobre su propio cuerpo, sino la mujer

Puesto que son uno, ni uno ni otro pueden hacer lo que quieran consigo mismos. El esposo y la esposa ya no pueden hacer lo que se les antoje con su tiempo, su dinero, su cuerpo, su mente, su estómago, ¡porque ya no son solo suyos! ¡Son de su cónyuge, regalo de Dios, así como Dios regaló Eva a Adán! Que tremendo pensamiento. Yo ya no soy mío. “Soy de mi amada” (Cantares 6:3).

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