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En un artículo previo explicamos que las Escrituras son suficientes para la vida cristiana porque en ellas hallamos todo lo que necesitamos para confiar en Cristo y servirle. La palabra todo en esa oración habla de la suficiencia de la Biblia. La palabra hallamos habla de su claridad.

Si podemos hallar en la Biblia todo lo que necesitamos para vivir delante de Dios como cristianos, entonces ella debe ser entendible. Eso es lo que la Biblia testifica sobre sí misma. Por ejemplo, cuando Pablo le dice a Timoteo que las Escrituras son útiles para capacitarlo enteramente, no menciona la necesidad de ayudas externas para poder comprender sus enseñanzas (2 Ti. 3:16-17). Su lenguaje da a entender que la Biblia es entendible por sí misma. También dice el salmista: “Tu palabra es una lámpara a mis pies; es una luz en mi sendero” (Sal. 119:105). ¡La Biblia no es un libro oscuro!

¿A qué se debe la claridad de la Biblia? El teólogo Juan Calvino hablaba de la acomodación de las Escrituras. Dijo que Dios habla al hombre de una manera parecida a cómo los adultos hablan a los bebés, es decir, en un lenguaje acomodado a su nivel. En la Biblia, Dios se expresa con un lenguaje que podemos entender. Encontramos ejemplos de esto a lo largo de la Biblia. Jesús habló en términos cotidianos que eran entendibles para sus oyentes, como la agricultura o las relaciones familiares. ¡Gracias a Dios que Él acomoda su revelación a nuestro nivel!

¿Y qué de los pasajes difíciles?

Lo que leemos en nuestras biblias no tiene menos autoridad ni poder que si Jesús mismo nos hablara en persona hoy

Lo dicho anteriormente quizá sorprende un poco. No tienes que leer mucho para descubrir que la Biblia tiene pasajes difíciles de interpretar. Si a veces te cuesta entender las Escrituras, no te desanimes. Pedro dijo que hay pasajes escritos por Pablo que son difíciles de entender (2 P. 3:16). Así que cuando decimos que las Escrituras son claras, tenemos que matizar.

En primer lugar, debemos distinguir entre lo esencial del mensaje de la Biblia y algunos de sus detalles. Las enseñanzas necesarias para la salvación son lo suficientemente entendibles. Cualquier persona con inteligencia normal las puede encontrar y comprender. El evangelio, sobre todo, se repite tantas veces y de tantas maneras que queda muy claro. No obstante, algunos detalles de la Biblia resultan más difíciles de entender. Por ejemplo, no tenemos información suficiente para saber a qué se refiere la práctica del “bautismo por los muertos” mencionada en 1 Corintios 15:29.

En segundo lugar, decir que la Biblia es clara no significa que sea sencilla. Aprender el contenido de la Biblia es como aprender cualquier otra cosa: requiere esfuerzo. Es como aprender un idioma: empiezas sin saber nada, pero con el tiempo y el estudio te vas entrenando. Si persistes, al final podrás comprender su vocabulario y sintaxis. El aprendizaje del contenido de la Biblia no es automático, pero tampoco requiere una gracia especial que no esté disponible para todo creyente.

El lugar de los maestros

Ahora bien, si afirmamos la claridad de las Escrituras, ¿significa esto que no hacen falta maestros en la iglesia para explicar la Biblia? La respuesta es: ¡Claro que hacen falta! 

Si queremos que Dios obre en nuestras vidas, debemos leer la Biblia. Allí reside su poder creador y sustentador

Pero cuidado: los maestros no funcionan como clérigos que tienen un acceso especial al sentido de las Escrituras que los demás no tenemos. Más bien, los que enseñan en la iglesia son necesarios de manera similar a como los padres lo son para sus hijos. La diferencia entre un padre y un hijo es que el padre sabe más. Lleva más años viviendo, estudiando, y aprendiendo; por lo tanto, puede enseñar a su hijo. Lo que tiene el predicador o el maestro (¡vivo o muerto! La tradición de la iglesia también importa) es más familiaridad con las Escrituras. Su meta es la misma que la de los padres: que los que reciben su enseñanza lleguen a la madurez, entendiendo por sí mismos.

Los maestros son necesarios y debemos valernos de ellos. Pero todos también debemos aspirar a ver con nuestros propios ojos las verdades reveladas en la Biblia.

Una palabra poderosa

La claridad de la Palabra va de la mano con su poder. A veces pensamos que Dios conseguiría mejores resultados en nuestras vidas si nos hablara audiblemente. Quizá no lo decimos, pero a veces pensamos que la Biblia no tiene la misma eficacia que las palabras audibles de Dios en la creación o la enseñanza de Jesús en vivo y directo, como en el sermón del monte. Pero esto es un error. Aunque la Biblia es una palabra escrita y antigua, esto no significa que carezca de poder o autoridad.

Fíjate cómo los autores del Nuevo Testamento citaron el Antiguo para dar autoridad divina a sus argumentos y enseñanzas. El hecho de que estas palabras les llegaron por medio de textos (algunos con orígenes de 1500 años anteriores a los apóstoles) no disminuyó su autoridad. Por ejemplo, en Hebreos 3:7, el autor cita el Salmo 95 y lo introduce con las palabras: “como dice el Espíritu Santo”. ¡Atribuye las palabras a Dios y comenta que Él las dice en el presente! El Antiguo Testamento no era letra muerta para los autores del Nuevo. 

La Biblia tampoco es letra muerta hoy para nosotros. Sigue siendo la Palabra de Dios. Lo que leemos en nuestras Biblias no tiene menos autoridad ni poder que si Jesús mismo nos hablara en persona hoy. El autor de Hebreos también dice:

“Porque la palabra de Dios es viva y eficaz, y más cortante que cualquier espada de dos filos. Penetra hasta la división del alma y del espíritu, de las coyunturas y los tuétanos, y es poderosa para discernir los pensamientos y las intenciones del corazón”, Hebreos 4:12.

Si queremos que Dios obre en nuestras vidas, debemos leer la Biblia. Allí reside su poder creador y sustentador (Ro. 10:13; Stg. 1:17; 1 P. 1:23). Como la Biblia es clara y poderosa, tenemos la confianza para recibir de ella lo que necesitamos para vivir para la gloria de Dios en este mundo. ¡Leamos con expectativa!

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