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A primera vista, el amor y la ira parecen ser contrarios. Tanto es así que podríamos preguntar cómo puede un Dios de amor llenarse de ira. Esta aparente contradicción lleva a muchos teólogos y predicadores a enfocarse en el amor de Dios mientras ignoran su ira. Algunos van tan lejos como para decir que la ira no es un atributo digno de Dios.  

No obstante, la Biblia habla tanto del amor como de la ira divina. No es difícil ver que el amor es un atributo divino (1 Jn. 4:8, 16). Pero las Escrituras hablan con igual claridad de la manifestación de la ira de Dios como en el diluvio, la destrucción de Sodoma y Gomorra, el exilio de Israel y el infierno (2 R 22:13; Jn 3:36, etc.). Pablo dice que la ira de Dios se revela constantemente en el mundo (Ro 1:18). Así que si el amor de Dios es una realidad, su ira también lo es.

¿Cómo cuadran, pues, el amor y la ira de Dios? En este artículo definiremos ambos conceptos y consideraremos brevemente la relación entre ellos.

El amor de Dios

El amor de Dios es su atributo que le lleva a entregarse para el beneficio de los demás. A veces se dice que el amor es una decisión, pero es más que esto. Fundamentalmente, el amor es un sentimiento de afecto que Dios tiene por sí mismo y por sus criaturas. Pero el amor de Dios no se queda en el sentimentalismo, sino que le mueve a darse para bendecir a los demás (Dt 7:7-8; Jn 3:16; Ef 5:2). El amor de Dios es tan importante en la Biblia que el apóstol Juan puede decir que “Dios es amor” (1 Jn. 4:8, 16).

El amor de Dios es su atributo que le lleva a entregarse para el beneficio de los demás

Debemos ir con cuidado al considerar el amor de Dios. Su amor es análogo al nuestro, pero no igual. El amor humano suele basarse en la dependencia mutua. Por ejemplo: un esposo ama a su esposa porque es bella, amable, y cariñosa; es decir, sus virtudes son una causa para el amor de su marido. De manera parecida, hay un amor en Dios hacia lo bueno y justo de su creación (Sal 146.8; Jn. 14:21). No obstante, hay otro tipo de amor en Dios según el cual nos ama, no porque tengamos ciertas cualidades, mucho menos porque se “enamora” de nosotros, sino a pesar de quienes somos (Ro 5:8; Ef 2:4-5). 

Además, el ser humano ama muchas veces como una respuesta de gratitud hacia otra persona o hacia Dios. El Señor, en cambio, tiene afecto hacia nosotros sin haber recibido nada de nosotros (incluso lo que es digno de amar en nosotros, como su imagen, ¡está allí porque Él lo puso!). Dios es el único que en verdad ama incondicionalmente: no solo no espera nada a cambio, sino que no necesita que le demos nada (Job 35:6-7; Hch 17:24-25). Ama porque Él es amor.

La ira de Dios

Por otro lado, es sorprendente lo mucho que la Biblia dice sobre la ira de Dios. Varios pasajes del Antiguo Testamento la enfatizan (Sal 7:11; Nah 1:2-6). El Nuevo Testamento también habla de ella (Ef 2:3; Col 3:6; Ap 6:16). Así que no debemos pensar que el Dios del Antiguo y el Dios del Nuevo son diferentes, el uno de ira y el otro de amor. Ambos testamentos hablan tanto del amor como de la ira de Dios.

La ira de Dios, al igual que su amor, también incluye sentimientos porque Dios detesta profundamente todo pecado. Así como el afecto de su amor le lleva a bendecir, el odio de su ira le lleva a juzgar y castigar la maldad (Ex 32:9-10; Ap 14:9-10).

Así como el amor de Dios es distinto al nuestro, Su ira también lo es

Al mismo tiempo, así como el amor de Dios es distinto al nuestro, Su ira también lo es. Dios no tiene brotes de mal genio; no “explota” como a veces lo hacemos. Su ira es medida, santa y controlada (Éx 34:6; Sal 86:15). La Biblia dice que Él es lento para la ira porque ella no le sobreviene desde fuera, como si una serie de circunstancias inesperadas le sorprendieran. Más bien, su ser detesta el pecado siempre y Él decide cómo y cuándo manifestar este odio. En este sentido, podemos alegrarnos de que existe una diferencia entre sus atributos y los nuestros, ¡sino Dios podría tener un mal día y de repente decidir aniquilarnos!

¿Cómo entender el amor y la ira de Dios juntos? 

Si lo pensamos un poco, vemos que, lejos de contradecirse, el amor y la ira de Dios son compatibles e incluso se complementan mutuamente.

Para empezar, es necesario ver la ira de Dios a la luz de su amor. El amor de Dios motiva su ira. Existe algo que se ha llegado a conocer como “ira santa” incluso en el ser humano. Pero la ira es santa solo si es por los motivos correctos y uno de ellos es por amor.  

Podemos ilustrar esto con dos ejemplos. Hay momentos en que debemos enfadarnos –¡y mucho!– por amor. Si una mujer descubre que su marido le fue infiel y no se indigna, ¿qué concluiríamos? Que no amaba a su marido. Si un hombre llega a su casa un día para descubrir que alguien ha herido a toda su familia y al descubrirlo no se indigna, ¿qué concluiríamos? Que no amaba a su familia. En ambos casos, el amor debe motivar la ira.

Dios se indigna por la injusticia del ser humano precisamente porque le ama. Se indigna cuando su pueblo le es infiel (Sal 78:58-59; Ez 16:38). Se indigna también cuando su pueblo sufre injusticia de otros (Ro 12:19; 2 Ts 1:6-10). Si no fuera así, tendríamos que concluir que Dios no ama. En este sentido, podemos decir que la ira demuestra el amor de Dios.

Quienes marginan la ira de Dios no pueden apreciar su amor en su plenitud

Al mismo tiempo, es necesario ver el amor de Dios a la luz de su ira. La ira de Dios no rebaja Su amor. ¡Todo lo contrario! Esto se puede observar al menos de dos maneras.

Primero, la ira divina demuestra que el amor de Dios no carece de un listón moral. A diferencia de los seres humanos, que a menudo usan el “amor” como una excusa para estilos de vida pecaminosos, Dios ama lo que es justo y bueno, y detesta todo tipo de maldad (Is 61:8). Él nos llama a hacer lo mismo (Ro 12:9; 1 Jn 2:15).

Segundo, cuanto más justa sea la indignación de Dios por el pecado, más amor debe tener para perdonar. Irónicamente, quienes marginan la ira de Dios no pueden apreciar su amor en su plenitud. ¡No caigamos en este error! La ira de Dios magnifica su amor. ¿Por qué? Porque la máxima demostración del amor de Dios es la muerte de su Hijo para rescatarnos de su ira: “Dios demuestra su amor para con nosotros, en que siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros. Entonces mucho más, habiendo sido ahora justificados por Su sangre, seremos salvos de la ira de Dios por medio de Él” (Ro 5:8-9). ¡No hay amor más grande!  

No separemos ambas verdades

No podemos entender bien una verdad bíblica acerca de Dios si la separamos del resto de la enseñanza en la Escritura. Así es con el amor y la ira de Dios. Lejos de contradecirse, se complementan mutuamente. Si no mantenemos juntos ambas doctrinas, corremos el peligro de distorsionar nuestro entendimiento de Dios y también del evangelio.

Enfatizar su ira a expensas de su amor pinta a un Dios caprichoso que podría airarse sin un buen motivo, y con lo cual no hay ninguna seguridad de salvación. Enfatizar su amor a expensas de su ira reduce el evangelio, porque sin el telón de fondo de la indignación de Dios contra el pecado, no se entiende por qué Cristo tuvo que hacer propiciación por nosotros (Ro. 3:25). Lejos de llenar las iglesias, una predicación desprovista de la ira de Dios solo fomenta la indiferencia hacia la fe cristiana.

¡Así que abracemos la enseñanza bíblica sobre el carácter de Dios! Solo así entenderemos su grandeza y la urgencia del evangelio.

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