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Hoy en día muchas personas dudan de la historicidad de varios dichos y milagros de Jesús recopilados en los cuatro Evangelios.

Los escépticos suelen argumentar que en las décadas justo después de la muerte, antes de que los Evangelios fueran redactados, la historia de Jesús fue embellecida, exagerada y corrompida mientras circulaba oralmente por el mundo mediterráneo. Según los escépticos, esa es la razón por la que no podemos fiarnos del registro histórico de los Evangelios.

Siguiendo esa línea de pensamiento, el escéptico Bart Ehrman compara la transmisión de la historia de Jesús con el «juego del teléfono».[1] El juego empieza con un mensaje original que el primer jugador susurra al oído del siguiente. Luego el mensaje se propaga de oído a oído, sucesivamente en un círculo de muchas personas. El juego deja mucho lugar para cambios en el mensaje. Así, el mensaje final, después de pasar por tantos filtros, resulta muy diferente al original.

Según Ehrman, la transmisión oral de la historia de Jesús en las primeras décadas del cristianismo fue caótica, como en el juego del teléfono. Esto hizo que la historia fuera cambiada significativamente antes de ser registrada por escrito en los Evangelios.

¿Qué podemos decir en respuesta a este argumento escéptico?

Respondiendo al escepticismo

Es cierto que pasaron por lo menos dos décadas entre la ascensión de Jesús y la publicación de los primeros documentos del Nuevo Testamento.[2] No obstante, la dinámica en este tiempo de transmisión oral no se parecía en nada al juego del teléfono. La comparación que Ehrman y otros hacen resulta completamente injusta.

Para empezar, el juego del teléfono está diseñado para divertirse por medio de la distorsión del mensaje. Sus reglas están pensadas para generar caos: la frase a repetir tiene que susurrarse, no emitirse en voz alta; los demás jugadores no pueden escuchar ni corregir los errores; el enunciado se susurra en el oído del siguiente jugador una sola vez y no se puede repetir. ¡Nada de eso facilita el entendimiento!

En contraste, la transmisión de los Evangelios fue muy diferente. Veamos cinco observaciones que nos ayudan a entender por qué podemos confiar en la fiabilidad histórica de estos libros:

1) La importancia dada al mensaje

A diferencia de una frase trivial inventada para un ronda del juego del teléfono, el mensaje que los primeros cristianos predicaban en sus cultos y compartían con los no creyentes era un discurso muy especial para ellos.

Ellos prestaban mucha atención a todos sus detalles porque amaban a Jesús, su protagonista. Además, sus vidas dependían de este mensaje. Tenían todos los incentivos para acertar su transmisión porque convertirse al cristianismo en el primer siglo podía costarle a uno la vida.

Podemos confiar en que la transmisión oral de la historia de Jesús se hizo con sumo cuidado porque no se trató de ningún juego

Podemos confiar en que la transmisión oral de la historia de Jesús se hizo con sumo cuidado porque no se trató de ningún juego.

2) La cultura de memorización

La memorización era una habilidad muy valorada en el mundo antiguo. Claramente fue así en el contexto judío. Por ejemplo, varios rabinos memorizaron el Antiguo Testamento entero y también porciones significativas de la ley oral.[3] La educación primaria de los niños se enfocaba en la memorización. Asimismo, se esperaba que los discípulos memorizaran las enseñanzas de sus maestros.

Los discípulos de Jesús, como buenos judíos, habrían grabado en su memoria gran cantidad de sus enseñanzas, de modo que no dependían de nadie susurrando en sus oídos para conocerlas (ver, p. ej., Mr. 8:18; Jn. 2:20; 15:20; 16:4).

3) La cultura literaria

Algunos discípulos seguro tomaron apuntes de lo más importante que enseñaba Jesús (así hacían los rabinos). Además, según muchos estudiosos, los Evangelios muestran la dependencia en fuentes escritas previas. Esto explica la concordancia verbal entre ellos que a veces se observa (p. ej., los relatos sobre la sanación del paralítico: Mt. 9:1-8; Mr. 2:1-12, y Lc. 5:17-26).[4]

¿Cuán diferente sería el juego del teléfono si los participantes escribieran detalles de lo que escuchan?

4) Los controles de la comunidad

Además, en el primer siglo existían controles en los relatos orales por parte de la comunidad. De hecho, los rabinos regularmente se corregían entre ellos cuando recitaban oralmente la tradición del Antiguo Testamento, e incluso gente del pueblo tenía el derecho de corregir en ciertos momentos.[5]

En contraste, ¡el juego del teléfono dejaría de ser divertido si los demás jugadores pudiesen corregir los errores en cada turno!

5) Los detalles históricos preservados

Por último, en el juego del teléfono, lo primero a corromperse son los detalles pequeños del enunciado. Si el proceso de transmisión oral de los relatos sobre Jesús fuese parecido, esperaríamos ver lo mismo en los Evangelios. No obstante, vemos todo lo contrario.

La transmisión oral del mensaje cristiano fue un proceso cuidadoso

Por ejemplo, los Evangelios mencionan muchos nombres propios en la frecuencia correcta, según la forma en que los judíos nombraban a sus hijos en el primer siglo en Palestina.[6] También vemos que los Evangelios aciertan muchos detalles históricos como nombres de lugares, lagos, ríos, montañas y demás.[7]

Es evidente que la transmisión de la historia de Jesús se hizo con mucho cuidado y atención al detalle.

Confiando en los Evangelios

Por todo esto, resulta injusto aplicar el juego del teléfono como ejemplo para describir las supuestas distorsiones inherentes en la transmisión temprana de las tradiciones acerca de Jesús.

En cambio, debemos concebir que la transmisión oral del mensaje cristiano fue un proceso cuidadoso, suplementado por documentos escritos, y controlado por la comunidad que hubiera incluido testigos oculares del ministerio de Jesús.

Todo esto apunta a la fiabilidad histórica de los Evangelios que tenemos en nuestras Biblias. ¡Bendito sea Dios por preservar Su Palabra por medio de sus apóstoles para nosotros!


[1] Ver, por ejemplo, B. Ehrman, Jesus, Interrupted: Revealing the Hidden Contradictions in the Bible (and Why We Don’t Know About Them) (New York: Harper 2009), 147.
[2] Los primeros documentos neotestamentarios en escribirse probablemente fueron Gálatas y 1 Tesalonicenses, alrededor del año 50. Ver D. A. Carson y D. J. Moo, Introducción al Nuevo Testamento (Barcelona: Clie 2008), 392-95; 467-69.
[3] C. L. Blomberg, «¿Dónde empezar la investigación sobre la persona de Jesús?», en M. Wilkins y J. P. Moreland (eds.), Jesús bajo sospecha: Una respuesta a los ataques contra el Jesús histórico (Barcelona: Clie 2003), 57.
[4] Ibid., 58-59. Ver también A. Millard, Reading and Writing in the Time of Jesus (New York: NYUP 2000), esp. 210-29.
[5] Blomberg, «¿Dónde empezar la investigación sobre la persona de Jesús?», 59.
[6] R. Baukham, Jesus and the Eyewitnesses: The Gospels as Eyewitness Testimony (Grand Rapids: Eerdmans 2006), 71-74.
[7] P. J. Williams, Can We Trust the Gospels? (Wheaton: Crossway 2018), 52-63.
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