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El viernes estaba por terminar. Para los judíos, el sábado empezaba con la caída del sol, a las seis de la tarde más o menos. José de Arimatea estaba apurado, pues Jesús recién había expirado y debía ser sepultado antes de que comenzara el día de reposo. Tras trámites con el gobernador, unas compras rápidas y por tener un sepulcro vacío y cercano, la sepultura pudo realizarse a tiempo (Lc 23:50-56). Entonces el sábado comenzó, era un día para celebrar en el pueblo judío. Este sabbat era doblemente sagrado: por un lado, era el día de reposo y, por otro, era la pascua (Jn 19:31).

Sin embargo, para los discípulos no era lo que esperaban: Jesús no estaba. Los evangelios guardan silencio respecto a este día para los seguidores de Jesús y apenas se dice que descansaron según el mandamiento (Lc 23:56b).1 Quizás este silencio evoca la desolación que sentían. Quizás el silencio nos queda como un registro respetuoso del solemne «descanso» del Salvador. 

Nuestro conocimiento más amplio, del domingo de resurrección que siguió, no siempre nos permite ver la aflicción que los discípulos vivieron ese sábado: ellos habían dedicado sus últimos años a seguir a Jesús, confiados en que Él iba a instaurar el reino glorioso de Dios, prometido y tan anhelado. No obstante, estaban allí, sin trabajar como lo requería el mandamiento, en silencio, con tortuosos recuerdos y preguntas: ¿Cómo era posible? Jesús realmente era diferente, era bueno, era justo... Podemos imaginarlos con la mirada en blanco, con las manos frías y con el corazón angustiado.

Desde nuestra lectura adelantada por el tiempo y por la fe, podríamos ser duros y reclamar: «Ellos sabían que Jesús iba a morir y resucitar ¡Jesús se los había dicho!». Pero debemos recordar que sus mentes estaban «embotadas» para comprender la verdad (cp. Mr 6:52; 8:31-32; 9:31-32).

Seguimos en sábado

Al final de su libro, El Jesús que nunca conocí (pp. 284-285), Philip Yancey dice que, metafóricamente hablando, los creyentes estamos en sábado, un día «sin nombre» entre el viernes de crucifixión y el domingo de resurrección: estamos entre la cruz de Cristo y Su glorioso regreso.

Nuestro encuentro con la cruz de Cristo es, por lo general, menos traumático y más esperanzador. Si deprimió a los primeros discípulos, a nosotros nos llena de gozo comprender Su perdón ganado en la cruz. Sin embargo, tras la alegría de la salvación del «viernes», sigue el sábado: un día largo, hasta que llegue el «domingo» de resurrección, cuando nuestro Salvador regrese en gloria.

Miramos al viernes de crucifixión y encontramos amor, gracia y perdón. Miramos al domingo de resurrección y encontramos restauración, justicia y gloria

Mientras dura la espera, también nos hemos encontrado algunas veces con la mirada vacía, las manos frías y el corazón afligido. Aunque se nos haya dicho que seguir a Cristo implica caminar por el camino angosto, todavía nos encontramos pensando que no es como esperábamos. Jesús está con nosotros, Su Espíritu nos fortalece y aún así, a veces la espera nos parece muy larga. Sabemos que tras el sábado sin nombre vendrá un día de gloria, pero con frecuencia nuestras mentes también se embotan y no recuerdan la verdad.

No obstante, a diferencia de los discípulos, tenemos la oportunidad de aprovechar nuestro conocimiento más amplio y vivir este largo sábado con la confianza de la cruz (viernes) y con la esperanza de la gloria (domingo).

La confianza del viernes

Los cristianos vivimos nuestro sábado confiando en el sacrificio de la cruz. Por un lado, esto significa vivir recordando la obra expiatoria de Jesús por nosotros. Su justificación nos consuela cuando vemos nuestra maldad, pues Él pagó el precio para redimirnos (1 P 2:24) y sabemos que no nos dejará hasta completar la obra que empezó (Fil 1:6). Cuando fallamos otra vez, cuando mentimos, codiciamos y permitimos que las cosas creadas ocupen el lugar del Creador, podemos volver a Su cruz con arrepentimiento y fe.

Por otro lado, recordar el viernes también nos mueve a perseguir la santificación, porque consideramos que morimos junto con Cristo en Su cruz (Ro 6:1-11). Sin embargo, vivir de acuerdo con la santidad de Dios solo es posible porque Su Espíritu nos capacita (Ro 8:9-14). Podemos vivir dando frutos de justicia, amor y perdón, porque Jesús lo logró por nosotros y lo hace en nosotros. Así que, cuando seamos conscientes de nuestra incapacidad de perdonar, tolerar o acompañar a los demás, volvamos a la cruz y pidamos ayuda divina al Salvador.

La esperanza del domingo

Los cristianos vivimos nuestro sábado también esperando con ansias el glorioso regreso del Señor Jesús. Esto, por una parte, significa vivir recordando que Jesús es el Señor. Él es Dios mismo, el gobernador de todo el universo, quien fue exaltado hasta lo sumo (Fil 2:9-11), mientras espera la consumación de los tiempos para entregar el reino a Dios (1 Co 15:23-28). Así que, cuando queremos tomar el control o poner las cosas en su lugar por nosotros mismos, recordemos que Jesús es el Señor, para que hagamos todo bajo Su gobierno y en sumisión a Él.

Cuando las circunstancias no marchen como deberían y cuando la maldad prolifere, recordemos que Jesús sigue reinando y que pronto volverá

Por otra parte, vivir esperando la gloria del domingo significa vivir a la luz de que Su reino pronto se instaurará. La morada misma de Dios se establecerá creando nuevos cielos y nueva tierra (Ap 21:1-2). Dios hará nuevas todas las cosas (v. 5). «Él enjugará toda lágrima […], y ya no habrá muerte, ni habrá más duelo, ni clamor, ni dolor, porque las primeras cosas ha[brá]n pasado» (v. 4). Cuando las circunstancias no marchen como deberían y cuando la maldad prolifere, recordemos que Jesús sigue reinando y que pronto volverá.

Los cristianos estamos firmes en la esperanza mientras dure nuestro sábado. Miramos al viernes de crucifixión y encontramos amor, gracia y perdón. Miramos al domingo de resurrección y encontramos restauración, justicia y gloria. De esta manera, hoy podemos descansar y celebrar, como debieron hacerlo los discípulos en ese extraño sabbat, pues esperamos con seguridad a que nuestro Redentor crucificado regrese en gloria.


1 El único relato de este sábado incluye a los principales sacerdotes y fariseos tramando cómo asegurar la tumba para que Jesús no resucitara (Mt 27:62-66). Ellos no descansaron, con todas sus fuerzas intentaron sellar el sepulcro, pero trabajaron en vano.
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