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La ciudad Belén (del hebreo Bethlehem, que significa “casa de pan”) tiene una larga historia en la narrativa bíblica. Por ejemplo, fue allí donde sepultaron a Raquel (Gn 35:19); allí nació Booz, el esposo de Rut (Rt 2:4); allí también nació y fue ungido el rey David (1 S 16:1-13); y José, el padre de Jesús, era procedente de Belén (Lc 2:4).

Este último dato es importante, porque al momento de recibir el anuncio del ángel acerca de la concepción y nacimiento de Jesús, José y María (quienes vivían en Nazaret; Lc 1:26-27) tuvieron que viajar hasta Belén para cumplir con el edicto del rey César Augusto, quien decretó un censo que obligaba a cada persona a inscribirse en su ciudad de origen (Lc 2:1-5).

Fue así como José y María viajaron a Belén, y “mientras estaban ellos allí, se cumplieron los días de su alumbramiento” (Lc 2:6), y se cumplió lo dicho por el profeta Miqueas: “Pero tú, Belén Efrata, aunque eres pequeña entre las familias de Judá, de ti me saldrá el que ha de ser gobernante en Israel. Y sus orígenes son desde tiempos antiguos, desde los días de la eternidad” (Mi 5:2).

Esta ciudad pequeña vio nacer a Raquel, reconocida como una de las mujeres que Dios usó para construir la casa de Israel (Rt 4:11); vio nacer a Booz, quien mostró la hermosura de la redención (Rt 2:20; cf. Dt 25:5-10); y fue el hogar de David, quien reinó en Israel con poder y gloria, y quien finalmente sería apenas una sombra de Aquel que gobernaría para siempre en la casa de David: Cristo Jesús.

¿Por qué Jesús nació en Belén? Porque así fue anunciado por Dios, y en Su plan no podría haber un mejor lugar que la casa de pan, para que naciera el Pan de vida que descendió del cielo (Jn 6:51), el Señor de Israel, el Redentor del mundo, el Rey eterno.

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