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A lo largo de mi caminar pastoral, he tenido el privilegio de servir bajo el liderazgo de cuatro pastores, quienes han sido mis «mentores ministeriales». Entre las muchas virtudes que dejaron una huella profunda en mí, puedo destacar la importancia de una vida de oración disciplinada, la necesidad de brindar oportunidades de crecimiento a otros, la capacidad de tomar decisiones firmes y la atención a los detalles.

Algo que aprendí de aquellos hombres y que marcó mucho mi ministerio es el cuidado de utilizar bien las palabras. Es necesario que los líderes y pastores seamos ejemplos para los demás creyentes en nuestra manera de hablar.

El mandato general: Sé ejemplo

Pablo no era perfecto, pero aún así podía decir: «Sean imitadores de mí como también yo lo soy de Cristo» (1 Co 11:1) y también ordenó a Timoteo en su primera carta a él: «Sé ejemplo» (1 Ti 4:12). Timoteo era un pastor joven, llamado a liderar una iglesia en circunstancias desafiantes. Se encontraba rodeado de creyentes de mayor edad, enfrentaba la influencia de falsos maestros y servía en un contexto hostil al evangelio.

Es evidente, en el contexto de toda la carta, que Timoteo debía ser un ejemplo para la iglesia, los ancianos y la comunidad en general. Él no debía conducirse de manera diferente dentro y fuera de la comunidad de creyentes, ni cambiar su carácter según el entorno. Su testimonio debía ser coherente y consistente en todo lugar y circunstancia.

La credibilidad pastoral no se sostiene por el cargo o la posición, sino por la coherencia y consistencia de nuestro carácter

El impacto del ejemplo —bueno o malo— de un pastor trasciende a las personas y las paredes de la iglesia. De hecho, la inconsistencia del carácter y la falta de coherencia en la vida de un líder son dos de las razones más comunes por las cuales el evangelio es cuestionado por terceros.

Si llevas años en el ministerio, recuerda que la credibilidad pastoral no se sostiene por el cargo o la posición, sino por la coherencia y consistencia de nuestro carácter mientras desempeñamos nuestra labor. El equipo pastoral con el que ministras, el grupo de líderes de tu iglesia, la congregación en general e incluso tus vecinos y toda persona con la que interactúas deberían ser impactados por la integridad de tu vida.

Ejemplo en la manera de hablar

Timoteo debía ser ejemplo en cuatro áreas fundamentales: palabra, conducta, fe y pureza (1 Ti 4:12). Quiero considerar a continuación solo la primera, por su relevancia en el trato que damos a otros y porque ha sido importante para mí en los años que llevo en el ministerio.

Timoteo debía ser ejemplo en su manera de exponer el evangelio, así como en su manera de hablar en general. Pero no solo en lo que decía, sino también en cómo lo decía. No basta con decir la verdad; es necesario decirla con amor (Ef 4:15).

El mejor ejemplo de esto es Jesús. Lo vemos, por ejemplo, en la conversación que tuvo con la mujer samaritana. Él no omitió ni evitó la confrontación con su pecado, sino que le reveló su triste condición de vida, pero lo hizo con sensibilidad y consideración por la necesidad espiritual de aquella mujer (Jn 4:1-42).

El apóstol Pablo también destacó este principio para todos los creyentes: «Que su conversación sea siempre con gracia, sazonada como con sal, para que sepan cómo deben responder a cada persona» (Col 4:6). En aquella época, la sal tenía tres funciones principales: dar sabor, preservar y sanar. Así también, las palabras de un pastor deben ser sabias, edificantes y transformadoras. De hecho, en las cartas de Pablo podemos ver cómo el apóstol corrigió a otros creyentes con claridad y firmeza, pero nunca dejó de lado el amor.

La veracidad de nuestras palabras siempre debe ir de la mano del amor a Dios y a las personas

Recuerdo una ocasión incómoda en la que presencié cómo un pastor experimentado llamó la atención a un joven que estaba en el proceso de asumir nuevos retos ministeriales. Comprendí que era un asunto privado y quise retirarme, pero me pidieron que me quedara para aprender a cómo corregir a un pastor joven. Aunque había razones legítimas para la corrección y se dijeron cosas necesarias, estoy seguro de que el tono y la forma pudieron haber sido diferentes, con mayor ternura.

Como pastores, estamos llamados a decir la verdad sin reservas (Hch 20:26-27), pero siempre con amor. Debemos hablar con sabiduría y edificación, buscando ser de ayuda y apuntando a levantar el ánimo de los demás, corrigiendo el error sin herir innecesariamente el corazón de quienes nos escuchan.

Es fundamental que los pastores con mayor experiencia y autoridad enseñemos a las nuevas generaciones de líderes la importancia de cuidar nuestras palabras. La veracidad de nuestras palabras siempre debe ir de la mano del amor a Dios y a las personas.

La responsabilidad de ser ejemplo

Debemos reconocer que no existen pastores cuyo ejemplo de vida y ministerio sea completamente perfecto e impecable. Sin embargo, esto no nos exime de la responsabilidad de esforzarnos por ser fieles e íntegros.

El pastor Brian Croft, en su libro El ministerio del pastor, señala una verdad esperanzadora para todos los que estamos involucrados en la labor ministerial: «En la medida en que somos santificados, nuestra propia santificación debe trazar el camino para que otros, especialmente los jóvenes pastores, anhelen y busquen su propia santificación».

Por eso quiero animar a los pastores jóvenes a cuidar sus palabras y ser ejemplos en su forma de hablar. Es mi oración que los pastores con más experiencia podamos ser también ejemplos para ellos, para la edificación de toda la iglesia y la gloria de Dios.

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