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Por la gracia de Dios, y durante veinte años, he tenido la oportunidad de predicar en diversos contextos del ministerio juvenil dentro de mi país. He tenido la oportunidad de predicar a adolescentes y jóvenes, y de participar en entrenamientos para pastores y líderes juveniles. Todo esto me ha servido para reconocer y afirmar que no es lo mismo predicar a los jóvenes que a las generaciones más adultas. Hoy, a mis 48 años, estando en los últimos seis al frente de una iglesia, sigo creyendo lo mismo.

Alguien dijo una vez que “es pecado aburrir a un joven”. Estoy de acuerdo en parte con esta frase; es desafiante pero a la vez puede ser muy peligrosa. Con tal de que los jóvenes la pasen bien, muchos pueden estar dispuestos a bajar los niveles de excelencia en su presentación y —peor aún— en el contenido de la predicación.

Luego de muchos años como pastor juvenil, he visto de todo: desde predicadores que son capaces de ponerse sombreros de colores y vestirse como adolescentes a sus más de cincuenta años, hasta aquellos que no se permiten ni siquiera usar palabras o ejemplos de la realidad juvenil con el fin de no “desmerecer” su predicación.

Quisiera recalcar una vez más que no es lo mismo predicar a jóvenes que a adultos; cada etapa tiene sus propias características. Es importante hacer que el evangelio sea no solo accesible, sino también comprensible a los diversos grupos de oyentes. Jesús supo presentar el evangelio a quienes Él se dirigía, y lo hizo de manera que las buenas nuevas llegasen y fueran comprensibles para todos (recordemos cómo Jesús supo llevar a la mujer samaritana a través de una conversación trivial sobre la necesidad de sacar agua del pozo al agua de vida eterna). Cristo supo relacionar el evangelio con la vida de sus oyentes y tuvo gestos particulares con diversos grupos de personas (las parábolas demuestran cómo Jesús usó la realidad cultural y laboral del judío de su tiempo para ilustrar sus más bellas enseñanzas).

Esto me hace pensar que debemos procurar seguir ciertos principios que hagan que los jóvenes escuchen y entiendan el evangelio sin, por supuesto, poner en riesgo la integridad y seriedad del mismo.

Si tu vocación es ser un predicador de jóvenes fiel y eficaz, debes tener en claro las diferencias entre lo primario y secundario; si invertimos el orden terminaremos sufriendo terribles consecuencias. Lo primario es lo esencial —lo más importante, el fundamento— y de eso hablaré a continuación.

1) La predicación juvenil es mucho más que solo una buena exposición.

He notado un problema serio en muchos grupos juveniles: la exposición de un tema, por más buena que esta sea, no siempre puede ser llamada predicación.

Predicar a jóvenes y adolescentes no nos exime de la responsabilidad de presentar a Cristo y el evangelio

La predicación es el anuncio fiel, claro, y relevante de la persona de Cristo y el evangelio. Puedes preparar una extraordinaria exposición para la reunión juvenil —usando textos bíblicos diversos, junto con temas emocionantes y acordes a la necesidad de los oyentes— pero si esta presentación no expone la cruz, no puede ser llamada predicación. Predicar a jóvenes y adolescentes no nos exime de la responsabilidad de presentar a Cristo y el evangelio.

El gran desafío de predicar a los jóvenes es mantener la integridad y pureza del contenido por encima de la presentación; esta última es importante en un contexto juvenil, pero nunca más que lo primero.

Un consejo adicional en este punto. Cuando prediques, sé fiel al contenido y al propósito, pero también entrégalo todo sin dejar nada afuera. Escuché a un predicador decir una vez: “predica como si fuera la última vez que lo hicieras, con la importancia y urgencia que la condición espiritual de las personas sin Cristo exige”. La razón no excluye la pasión, incluso en el contexto juvenil.

2) La predicación juvenil demanda preparación.

En mi caminar en el ministerio he conocido a grandes candidatos para la predicación juvenil —todos creyentes, carismáticos y con una fuerte pasión por el ministerio—, pero lamentablemente muchos de ellos se quedaron en el camino por poseer una preparación nula o equivocada.

Una gran cantidad de líderes de jóvenes deseosos de predicar no se dan cuenta de la enorme importancia de la preparación teológica y ministerial a la hora de asumir una responsabilidad como la predicación. ¿Quieres predicar a adolescentes o jóvenes? ¡Prepárate! Además del llamado y el poder de Dios, necesitas prepararte y hacerlo bien.

Un consejo práctico: Empieza con los cursos bíblicos de tu propia iglesia local. No los menosprecies. Además de formarte para la predicación, este tipo de recursos te ayudarán a conocer la teología y cultura eclesial de tu propia iglesia, en especial de los jóvenes. También deberías considerar una formación teológica más formal en un seminario o instituto bíblico. Debemos recordar que una de las mayores exhortaciones de Pablo a Timoteo fue, “Ten cuidado de ti mismo y de la enseñanza. Persevera en estas cosas, porque haciéndolo asegurarás la salvación tanto para ti mismo como para los que te escuchan” (1 Ti 4:16). especializados. Tampoco se debe descuidar la formación informal que está al alcance de todos y esta se basa principalmente en la lectura de buenos libros sobre predicación y ministerio juvenil.

3) La predicación juvenil requiere el uso sabio de recursos y herramientas creativas.

No hay duda de que los tiempos han cambiado. En mi época juvenil, los recursos tecnológicos más modernos para la predicación eran una Biblia, cartulinas y, en algunos casos, un retroproyector (¿sabes lo que es?). Hoy tenemos un sin número de recursos tecnológicos que pueden hacer más accesible y comprensible el mensaje que todo predicador debe anunciar.

Sin embargo, que existan muchos recursos no es sinónimo de que todos sean necesarios para presentar el mensaje. Debemos ser sabios en el uso de cada recurso; no podemos ignorarlos, pero tampoco debemos abusar de ellos. Un buen recurso mal usado puede terminar siendo el mayor obstáculo y distracción para tu predicación.

Hoy más que nunca, el gran desafío que tenemos quienes amamos a los jóvenes, es encontrarnos listos para presentar argumento y defensa de nuestra fe siempre que se nos demande. Sigue preparándote para poder decir al final del camino lo que Pablo dijo a Timoteo: “He peleado la buena batalla, he terminado la carrera, he guardado la fe” (2 Ti 4:7).

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