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Camboya tenía una población de 7.5 millones cuando Pol Pot asumió el poder en 1975. Cuatro años después, los Jemeres Rojos habían asesinado un estimado de dos millones de personas. Estos asesinatos ocurrieron de manera más notoria en los “campos de la muerte”, donde tantos cuerpos fueron apilados en fosas comunes que todavía emergen a la superficie rastros de ropa y huesos tras una fuerte lluvia. Aunque los vietnamitas invadieron Camboya en 1979, derrocando a los Jemeres Rojos, las repercusiones han sido difíciles.

Así como ha crecido la población, lo ha hecho el cristianismo. En los últimos 30 años, en un país que conoce los costos de los esfuerzos utópicos del hombre, el número de cristianos protestantes ha crecido de 2,000 a más de 300,000.

El misionero J. D. Crowley trabaja en la parte noreste del país. Junto con otros misioneros, él ha visto a 3,000 personas venir a Cristo y 70 iglesias plantadas desde 1994. En los últimos años, el entrenamiento en el instituto bíblico local ha sido delegado a pastores indígenas y financiado por iglesias locales. “Cuando tenemos un momento para respirar”, dice Crowley, “solo podemos sacudir la cabeza y pensar qué gran privilegio ha sido ver a Dios hacer lo que Él ha hecho aquí”.

Maneras de orar:

  • Alabanzas por el nuevo nacimiento de miles de cristianos camboyanos.
  • Por aquellos que aún no han escuchado o creído en Jesús.
  • Que sigan surgiendo nuevos líderes que puedan ser bien entrenados.

“No nos cansemos de hacer el bien, pues a su tiempo, si no nos cansamos, segaremos” (Gálatas 6:9).


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