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Recuerdo como si fuera ayer cuando las restricciones del comunismo llegaron a la vida de los cubanos. Se perdieron muchas libertades, incluso muchos pastores fueron puestos tras las rejas. Recuerdo que recibí muchas burlas y críticas de mis compañeros de escuela, pues sabían que yo asistía a la iglesia bautista de mi pueblo. 

Una nueva manera de pensar se les impuso a los ciudadanos; una ideología que afectó todas las esferas de la sociedad. Finalmente, este sistema se convirtió en una especie de dios, pues los que no estaban de acuerdo con sus demandas y exigencias eran excluidos. Una revolución que pretendía cambiar la realidad terminó aplicando una forma de libertad muy peligrosa. 

En el resto del mundo en donde las libertades son garantizadas existe el otro extremo. Lo ilustra bien una película animada para niños donde una de las protagonistas canta: «Es hora de ver qué puedo hacer, probar los límites y abrirme paso, sin bien, sin mal, sin reglas para mí; soy libre». El mensaje es que la libertad es la ausencia de todas las restricciones.

Desde el punto de vista bíblico, ambas formas de entender la libertad son peligrosas. En la primera, una institución se convierte en un dios que promete traer libertad; en la segunda, el individuo es su propio dios. Ambas perspectivas consideran al Dios verdadero como un enemigo y una amenaza ¡y no les falta razón!, pues la libertad que Dios ofrece se opone a ambas perspectivas.

Una libertad fundada en la verdad

Considera las palabras de Jesús con respecto a la libertad mientras hablaba con un grupo de religiosos: «Si ustedes permanecen en Mi palabra, verdaderamente son Mis discípulos; y conocerán la verdad, y la verdad los hará libres» (Jn 8:31b-32).

La «libertad» que ofrecen las ideologías políticas, el individualismo o la religión no pueden hacer libres a las personas. Solo en Jesús hay libertad verdadera

Aquellas personas no entendieron el valor ni el sentido de lo dicho por Jesús. No se veían a ellos mismos como esclavos, por eso respondieron: «Somos descendientes de Abraham y nunca hemos sido esclavos de nadie. ¿Cómo dices Tú: “Serán libres”?» (Jn 8:33). 

Pero Jesús les señala el hecho de que, aunque se consideraban «hijos de Abraham», estaban quebrantando la Ley procurando cometer un asesinato (v. 40). El Señor los sentencia con una declaración impactante:

Ustedes son de su padre el diablo y quieren hacer los deseos de su padre. Él fue un asesino desde el principio, y no se ha mantenido en la verdad porque no hay verdad en él. Cuando habla mentira, habla de su propia naturaleza, porque es mentiroso y el padre de la mentira. Pero porque Yo digo la verdad, no me creen (Jn 8:44).

Jesús ofrecía una libertad fundada en la verdad de la Palabra, pero ellos habían adoptado una idea de la libertad que no tenía un buen fundamento. Estaban violando la misma Ley que decían seguir; se les había olvidado el «No matarás» (Éx 20). Podríamos decir que esto es una forma de «libertad religiosa»; creían ser libres, pero Jesús les demostró que eran esclavos de la mentira y el pecado.

La libertad de Jesús

La «libertad» que ofrecen las ideologías políticas, el individualismo o la religión no pueden hacer libres a las personas. Solo en Jesús hay libertad verdadera.

Debemos ser sensibles y compasivos con quienes están equivocados para ofrecerles la libertad que solo se encuentra en Jesús y en Su verdad

Ahora bien, al considerar estás cosas, no podemos olvidar la sensibilidad que debemos tener con aquellos que aún no conocen la libertad que Cristo ofrece. Es fácil condenar a quienes defienden perspectivas erradas, pero se nos olvida que muchos de ellos creen genuinamente que son libres o anhelan serlo. Son incapaces de ver su esclavitud al pecado y por eso necesitan conocer la libertad de Dios. Las palabras de Jesús nos ayudarán a pensar en esto:

Estas cosas les he dicho para que no tengan tropiezo. Los expulsarán de las sinagogas; pero viene la hora cuando cualquiera que los mate pensará que así rinde un servicio a Dios. Y harán estas cosas porque no han conocido ni al Padre ni a Mí (Jn 16:1-3).

Permíteme repetir esa última frase, ya que a veces vivimos en una burbuja y tenemos la tendencia a condenar y rechazar a aquellos que piensan diferente: «Y harán estas cosas porque no han conocido ni al Padre ni a Mí» (v. 3). Todavía hay muchas personas que necesitan conocer la verdad de Cristo, que es lo único que puede librarlos de las mentiras que los esclavizan.

Nadie alcanzará una vida abundante con una libertad restrictiva que surge de ideologías y discursos sociales; tampoco con el libertinaje individual. Mucho menos con una supuesta libertad moralista y religiosa. Cualquiera de estas «libertades» solo producen condenación debido a sus demandas imposibles de cumplir.

La libertad que Jesús ofrece no trae condenación, porque Él cumplió con las demandas del Padre. Por eso puede ofrecer Su perdón. Teniendo el poder para bajarse de la cruz y exterminar a Sus enemigos, decidió quedarse en ella e interceder por ellos: «Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen» (Lc 23:34a).

Es cierto que ninguna de las libertades falsas que el mundo ofrece se compara con la libertad que tenemos en la Palabra de Dios. Pero recuerda: «harán estas cosas porque no han conocido ni al Padre ni a Mí» (Jn 16:3). Debemos ser sensibles y compasivos con quienes están equivocados para ofrecerles la libertad que solo se encuentra en Jesús y en Su verdad.

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