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Nota del editor: 

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El cristianismo siempre ha vivido en una profunda tensión con el mundo. La iglesia ha sufrido desde sus inicios los embates de una oposición febril que pronto se convirtió en sangrienta, como leemos en la historia de la persecución contra los cristianos durante la época del Imperio romano. Fueron varios los siglos de acoso ocasional que cada vez fue más amplio, continuo y cruento. En este sentido, me llama la atención el comentario que hace la Enciclopedia Británica sobre este tiempo tan dramático:

La causa fundamental de la persecución era el rechazo de los cristianos, por objeción de conciencia, a los dioses, cuyo favor se creía que había traído el éxito al imperio… En cualquier momento de los siglos II o III, los cristianos podían ser objeto de una desagradable atención. La violencia contra ellos podría ser precipitada por una mala cosecha, un ataque bárbaro o un festival público del culto al emperador…

Sin embargo, las persecuciones organizadas en todo el imperio ocurrieron en momentos de extrema crisis y como respuesta al crecimiento de la fe. Durante el siglo III, el colapso económico, el caos político, la revuelta militar y la invasión bárbara casi destruyeron el imperio. Se culpó a los cristianos por la situación desesperada debido a que negaron a los dioses que se pensaba que protegían a Roma, provocando así su ira. Para recuperar la protección divina, los emperadores introdujeron la persecución sistemática de los cristianos en todo el imperio.

Obediencia vinculada a la redención

Esta «objeción de conciencia a los dioses» del imperio, de parte de los cristianos, no era un mero asunto religioso, cultural, personal o simplemente circunstancial. Negar a los dioses paganos era una de las respuestas de obediencia sacrificada y consciente a las Escrituras, la Palabra de Dios. La demanda de la obediencia irrestricta a la Palabra por el pueblo de Dios es visible en ambos testamentos en la Biblia.

Sin embargo, es importante notar que el llamado a la obediencia no surge de la nada, sino que tiene como punto de partida la obra redentora de Dios a favor de Su pueblo. Es notable la forma en que Moisés presenta esto en Deuteronomio:

Cuando en el futuro tu hijo te pregunte: «¿Qué significan los testimonios y los estatutos y los decretos que el SEÑOR nuestro Dios les ha mandado?», entonces dirás a tu hijo: «Nosotros éramos esclavos de Faraón en Egipto, y el SEÑOR nos sacó de Egipto con mano fuerte…». Así que el SEÑOR nos mandó que observáramos todos estos estatutos, y que temiéramos siempre al SEÑOR nuestro Dios para nuestro bien y para preservarnos la vida, como hasta hoy. Y habrá justicia para nosotros si cuidamos de observar todos estos mandamientos delante del SEÑOR nuestro Dios, tal como Él nos ha mandado (Dt 6:20-25).

El llamado a la obediencia no surge de la nada, sino que tiene como punto de partida la obra redentora de Dios a favor de Su pueblo

La realidad de la redención y la entrega de la Palabra de Dios son dos elementos que forman parte de la obra misericordiosa de Dios a favor de Su pueblo, el cual responderá con una obediencia agradecida y fiel.

Más adelante, en la Escritura, nuestro Señor Jesucristo establece un nuevo paradigma de obediencia a la Palabra basado en el amor, tanto en el de Dios hacia Sus escogidos, como en la respuesta a ese amor redentor por parte de Su pueblo:

Si alguien me ama, guardará Mi palabra; y Mi Padre lo amará, y vendremos a él, y haremos con él morada. El que no me ama, no guarda Mis palabras; y la palabra que ustedes oyen no es Mía, sino del Padre que me envió (Jn 14:23-24).

La pertinencia eterna de la Palabra

Es por todo esto que el carácter fundacional de la Palabra de Dios es evidente en el judeo-cristianismo. Sin ella no tendríamos brújula, norte, propósito o dirección. Tampoco conoceríamos del carácter, la persona y la voluntad del Señor, quien se da a conocer a través de Su Palabra revelada. Nuestro Dios habla y Su Palabra es poderosa, eterna…

… viva y eficaz, y más cortante que cualquier espada de dos filos. Penetra hasta la división del alma y del espíritu, de las coyunturas y los tuétanos, y es poderosa para discernir los pensamientos y las intenciones del corazón. No hay cosa creada oculta a Su vista, sino que todas las cosas están al descubierto y desnudas ante los ojos de Aquel a quien tenemos que dar cuenta (Heb 4:12-13).

El cristianismo se disipará y perderá su propósito si la Palabra pierde su lugar preeminente

Por todo lo anterior, es evidente por qué los cristianos de todos los tiempos tenemos en la más alta estima a la Palabra de Dios. La consideramos lámpara para nuestros pies y luz para nuestro camino (Sal 119:105). Nuestra confianza es segura porque la Palabra es inspirada por el Espíritu Santo y es inerrante e infalible (2 Ti 3:16-17; 1 P 1:23-25). El cristianismo se disipará y perderá su propósito si la Palabra pierde su lugar preeminente.

Pablo mismo reconoce que el Señor lo hizo ministro, «conforme a la administración de Dios que me fue dada para beneficio de ustedes, a fin de llevar a cabo la predicación de la palabra de Dios» (Col 1:25). De hecho, cuando el apóstol se despide de la iglesia de Éfeso, confiesa que ha cumplido con esa responsabilidad esencial:

Y ahora, yo sé que ninguno de ustedes, entre quienes anduve predicando el reino, volverá a ver mi rostro. Por tanto, les doy testimonio en este día de que soy inocente de la sangre de todos, pues no rehuí declararles todo el propósito de Dios (Hch 20:25-27, énfasis añadido).

Aferrados a la Palabra hoy

Los emperadores Diocleciano y Galerio dieron inicio el 23 de febrero del 303 d. C. a la peor persecución contra los cristianos en la época del Imperio romano. Diocleciano quería volver a tener un imperio unido y Galerio era un fanático religioso pagano que no toleraba el rechazo de los cristianos a sus dioses. Fue entonces cuando Diocleciano firmó el edicto «Contra los cristianos» y ordenó la destrucción de las escrituras cristianas y la prohibición de todos sus actos religiosos.

Los cristianos del siglo XXI no estamos exentos de la tensión que vivieron los primeros cristianos frente a las demandas del mundo y su obediencia fiel a la Palabra de Dios. Ya no seremos acusados de faltar a los dioses paganos por nuestra objeción de conciencia, pero sí por rechazar la idolatría contemporánea del individualismo extremo y expresivo, el materialismo sin esperanza, el sexualismo extremo y muchos «ismos» más que tienen al mundo de rodillas y sujeto a estas nuevas ideologías que operan como dogmas infalibles.

Es crucial que vivamos reafirmando constantemente el valor supremo y la pertinencia continua de la Palabra eterna de Dios

En nuestra época, los líderes protagonistas mundiales y los razonamientos específicos contra los cristianos son otros, pero los creyentes seguimos aferrados a la misma norma. Jesús nos enseña: «El cielo y la tierra pasarán, pero Mis palabras no pasarán» (Mt 24:35). Hoy se sigue ordenando la destrucción de la Palabra de Dios, pero los cristianos la seguimos manteniendo en el centro de nuestras lealtades. Seguimos dispuestos a proclamar «que la fe viene por el oír, y el oír, por la palabra de Cristo» (Ro 10:17).

Es crucial que los creyentes vivamos reafirmando constantemente el valor supremo, la pertinencia continua y nuestra sujeción gozosa a la Palabra eterna de Dios. Más de dos mil años después, seguimos confirmando la verdad expresada por el apóstol Pedro:

Pues han nacido de nuevo, no de una simiente corruptible, sino de una que es incorruptible, es decir, mediante la palabra de Dios que vive y permanece. Porque:
«TODA CARNE ES COMO LA HIERBA,
Y TODA SU GLORIA COMO LA FLOR DE LA HIERBA.
SÉCASE LA HIERBA,
CÁESE LA FLOR,
PERO LA PALABRA DEL SEÑOR PERMANECE PARA SIEMPRE».
Esa es la palabra que a ustedes les fue predicada (1 P 1:23-25).

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