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No tengo ganas de escribir este artículo. Mi cerebro está nublado por el desvelo. Hace un par de meses que no escribo regularmente y mi pluma está oxidada… lo último que quiero es enfrentarme a la dificultad de organizar mis pensamientos. Con todo, puedo escribir. Mi mente funciona (aunque no sienta que funciona «al 100 %»); sigue siendo capaz de ordenar a mis dedos que se muevan y presionen botones para formar palabras, oraciones y párrafos que espero puedan servir a los que leen.

No tengo ganas de escribir; eso no significa que no puedo escribir. Quizá esto te suena como algo deprimente. Como si me tuvieran encadenada al escritorio hasta que termine mi trabajo. No te alarmes: no soy una esclava, sino todo lo contrario… soy libre.

Hay pocas cosas tan profundamente liberadoras como el comprender que podemos hacer lo correcto independientemente de cómo nos sintamos. No necesitamos someternos al remolino que a veces azota nuestra mente. Tenemos libertad para decidir cómo conducirnos incluso cuando el desánimo inunda nuestros corazones. Para los melancólicos como yo, que pasan muchos de sus días en una nube de desaliento, esto es una excelente noticia. No tener ganas de hacer algo no nos quita la capacidad de hacer algo.

Tus tareas como acto de adoración

Por supuesto, «no tener ganas» no es lo mismo que necesitar un descanso. No me interesa escribir una apología para el trabajo excesivo, el estar en la oficina 24/7 o la falta de sueño. Todos necesitamos descansar con regularidad; rendirnos físicamente es parte crucial de nuestra alabanza al Señor (Sal 127:1-2). «No tener ganas» es distinto a «no tener energía»; «no quiero» es distinto a «no puedo».

No necesitas ser esclavo de tus emociones. No se trata de ignorarlas, sino de identificarlas y rendirlas al Señor mientras buscas ser fiel un día a la vez

Todos hemos experimentado el tener todo lo necesario para realizar las tareas que nos corresponden —tiempo, energía, habilidad— y al mismo tiempo simplemente no sentirnos motivados para hacerlas. Es más fácil tirarnos a ver televisión, navegar por el teléfono o hasta lavar los platos, porque cualquier cosa parece más atractiva que lo que el Señor nos ha llamado a hacer en ese momento.

Se nos olvida que nuestras tareas no son meramente para sobrevivir o para cumplir. Son un acto de adoración, un acto de amor cuando las hacemos a la luz del evangelio. Dios no nos necesita, pero Él se deleita en usar nuestros esfuerzos para cumplir Sus propósitos. El Señor ha preparado buenas obras para nosotros (Ef 2:10). Aunque en este mundo caído muchas de estas buenas obras serán retadoras, no son una carga pesada, sino un privilegio. Son una oportunidad para glorificar a Dios y servir al prójimo, utilizando nuestro tiempo, energía, habilidades y atención para amar como hemos sido amados.

Entonces, ¿qué hacer cuando inevitablemente nos enfrentemos a la falta de ganas de levantarnos y actuar?

4 consejos para perseguir la fidelidad

Primero, oremos y pidamos sabiduría.

La motivación subjetiva no suele ser el mejor indicador para la piedad. Afortunadamente, no estamos a la deriva para identificar cómo debemos caminar cada día. El Señor está a nuestro favor y Su voluntad para nosotros es nuestra santificación (Ro 8:31-32; 1 Ts 4:3). Él es el más interesado en que maduremos para ser hijos obedientes. Dios sabe que somos polvo y que Él es nuestra ayuda (Sal 103:13-14). Si bien es cierto que hay un millón de actividades que pudiéramos estar realizando cada día, el Señor puede ayudarnos a identificar cuáles son las buenas obras que Él ha preparado para nosotros. Necesitamos sabiduría de lo alto… sabiduría que el Señor promete proveer (Stg 1:5). Ora y pídela.

Clama al Señor para que te ilumine al determinar cuáles son esas cosas en las que deberías estar invirtiendo tu tiempo, energía y atención. Para que te conceda convicción y claridad sobre qué deberías hacer. Además de orar, pide consejo a uno o dos creyentes sabios que te conozcan y puedan hablar sobre tu situación específica para discernir juntos cuál es la mejor manera de invertir tus recursos.

Después debemos hacer una pausa y examinar nuestros corazones.

Reconoce tu falta de motivación en una breve oración y también reconoce que tus emociones no siempre están en lo correcto

Hemos de recordar que «no quiero» no es lo mismo que «no puedo». «No tengo ganas» no es lo mismo que «no tengo la capacidad». Quizá necesitas un buen descanso para luego retomar esa tarea que estás evitando. Pero puede que no. No te engañes a ti mismo. Pide al Señor que te ayude a ser honesto y a reconocer la pereza disfrazada de cansancio.

Hecho lo anterior, no queda más que rendirse y empezar, te sientas como te sientas.

Esto no es hipocresía. No eres hipócrita por no someterte a tu desánimo mientras buscas ser fiel a Dios. Reconoce tu falta de motivación en una breve oración y también reconoce que tus emociones no siempre están en lo correcto. Ríndete delante del Señor diciendo: «Haré lo mejor que pueda para obedecerte a pesar de que me siento desanimado, guíame y fortaléceme». Luego empieza.

Si es necesario, comienza con algo pequeño. Olvida que debes limpiar toda la cocina y lava un plato. No te preocupes por armar un nuevo grupo de discipulado y llama a un amigo. No pienses en entregar un ensayo de mil palabras y escribe la primera oración. Como dice el dicho, un viaje de mil kilómetros empieza con un solo paso. Da ese paso con fidelidad, aunque no tengas ganas de hacerlo. Luego da otro y otro más. Te sorprenderá hasta dónde puedes llegar.

Finalmente, descansa y alaba.

Llegará el momento en que tu «no quiero», al pasar por «lo estoy haciendo de todas maneras», se convertirá en un «(por ahora) no puedo». Será tiempo de descansar. Hazlo en alabanza al Señor, porque Él se glorifica incluso en nuestros débiles y torpes esfuerzos.

Hay pocas cosas tan maravillosas como darte cuenta de que no necesitas ser esclavo de tus emociones. No se trata de ignorarlas, sino de identificarlas y rendirlas al Señor mientras buscas ser fiel un día a la vez. Disfruta el camino, aunque dar el primer paso sea difícil.

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