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Sufrir injusticias es una experiencia común del ser humano. Atraviesa todas las capas y los niveles de la sociedad: desde las cortes internacionales hasta las relaciones diarias de trabajo.

Es común ver una justicia parcializada en los tribunales humanos. Nos enteramos por las noticias que el dinero y los intereses políticos son capaces de condicionar las decisiones de aquellos que deben administrar la justicia. También encontramos injusticias en los ámbitos más cotidianos. Por ejemplo, cuando un compañero de trabajo se atribuye el crédito de algo que no hizo, para conseguir un ascenso o algún tipo de recompensa.

Es triste reconocer que también podemos vivir experiencias injustas dentro de nuestra iglesia local. Un malentendido entre hermanos puede iniciar una serie de conflictos que terminan por afectar a toda la comunidad que no tuvo nada qué ver en el principio.

La lista podría continuar, pero creo que doy a entender mi punto: la injusticia es una experiencia común y cotidiana. Esto es así porque somos pecadores viviendo en un mundo corrompido por el pecado. Si estás atravesando una situación injusta en este momento, quisiera compartir contigo una reflexión que te anime a soportar las injusticias confiando en la justicia de Dios.

Dios de justicia   

Nuestro Dios es un Dios de justicia. Como explica el teólogo Wayne Grudem en su Teología Sistemática: «La justicia de Dios quiere decir que Dios siempre actúa de acuerdo con lo que es recto y Él mismo es la norma final de lo que es recto» (p. 210). Por eso Moisés podía cantar: «¡La Roca! Su obra es perfecta, porque todos Sus caminos son justos; Dios de fidelidad y sin injusticia, justo y recto es Él» (Dt 32:4). Dios es justo y el parámetro mismo de justicia.

Fuimos beneficiados por la injusticia de los sacerdotes que llevaron a Jesús a la cruz, pero que Dios utilizó para mostrar Su justicia

La justicia es un atributo comunicable de Dios, es decir, un atributo que comparte con Sus criaturas, los seres humanos, y que, por lo tanto, debemos imitar. Entonces, así como Dios es justo, los seres humanos pueden y deben ser justos, no solo los cristianos. El apóstol Pablo dice: «Porque cuando los gentiles, que no tienen la ley, cumplen por instinto los dictados de la ley, ellos, no teniendo la ley, son una ley para sí mismos» (Ro 2:14). En este pasaje se argumenta que todos las personas tienen conocimiento natural de lo que es bueno y malo, al menos en líneas generales. Este es el origen de la ética, la ley moral y la justicia humana. Ya que Dios «comunicó» Su justicia a los seres humanos, ¿por qué vemos este mundo lleno de injusticia?

El pecado de Adán y Eva fue el origen de todas las injusticias humanas. Los efectos de la caída se hicieron evidentes de inmediato: comenzaron a justificarse y a culpar al otro; Adan a Eva y Eva a la serpiente. El pecado entró al mundo y, desde entonces, las injusticias se hicieron moneda corriente en la experiencia humana.

Pero a pesar de que la maldad se esparció, Dios nunca ha dejado de juzgar con justicia sobre toda la tierra y sobre cada individuo en particular (Gn 18:25). Él dijo: «el alma que pecare, esa morirá… la justicia del justo será sobre él y la maldad del impío será sobre él» (Ez 18:20). Sin duda que esto nos pone a todos en un aprieto, pues ningún ser humano puede ser justo (Sal 14:1-3; Ro 3:10-12). Sin embargo, Dios preparó un camino para que seamos declarados justos.

La justicia de Jesús

Si hablamos de injusticias, nuestro Señor Jesucristo experimentó muchas, en especial durante los días previos a Su crucifixión. Los evangelios nos relatan el juicio más injusto de la historia, donde se inculpó a Jesús, el Justo, mediante testigos falsos (Mt 26:59-62). El sumo sacerdote, con preguntas malintencionadas, condenó a Jesús por haber dicho que era el Cristo (vv. 63-66). Es decir, la segunda persona de la Trinidad fue acusada de decir que era el Hijo de Dios, ¡cuando en verdad lo era! Este sumo sacerdote, tal vez motivado por su necesidad de poder y protagonismo, no fue capaz de interpretar la ley y los profetas de forma correcta y condenó al Creador del cielo y de la tierra de forma injusta. Esta fue la mayor injusticia de toda la historia.

Los hijos de Dios hemos sido justificados por completo gracias a la justicia del Hijo de Dios, quien cargó con nuestros pecados en la cruz y, así, recibimos Su justicia por la fe en Él (Gá 2:16). Pablo nos habla de esto: «Al que no conoció pecado, lo hizo pecado por nosotros, para que fuéramos hechos justicia de Dios en Él» (2 Co 5:21). Fuimos beneficiados por la injusticia de los sacerdotes que llevaron a Jesús a la cruz, pero que Dios utilizó para mostrar Su justicia.

Los hijos de Dios sabemos que solo por la justicia de Jesús a nuestro favor podremos ser encontrados justos el día que nos presentemos ante la presencia de Dios. Esta verdad debe llenar de paz y esperanza nuestro corazón.

Vidas de justicia

A la luz de estas verdades sobre la justicia de Dios y de Su Hijo, debemos sentirnos con ánimo para caminar por sendas de justicia. Si quieres que la injusticia de este mundo disminuya, empieza por ti: practica la justicia que Jesús te dio.

Si quieres que la injusticia de este mundo disminuya, empieza por ti: practica la justicia que Jesús te dio

En medio de las injusticias de este mundo, tanto en las esferas más altas de la sociedad, como en las cuestiones cotidianas de la vida, busca ser justo con los demás. Si a alguien le corresponde algo, dáselo (Lc 10:7); si puedes sacar ventaja siendo injusto, no lo hagas (Fil 2:3). Si alguien te acusa, habla con tranquilidad y defiende tu causa con verdad y humildad (Ro 12:8). Nunca devuelvas mal por mal (v. 17) ni cometas nada por venganza (v. 19). La vida da muchas vueltas y es probable que alguna vez tengas delante de ti la cabeza de quién fue injusto contigo. En ese momento, recuerda que si Dios hubiera sido vengativo, ninguno de nosotros hubiera obtenido salvación, por lo tanto, perdona a los que hayan sido injustos contigo y deja la venganza en manos del Señor.

Considera el hecho de que tú también puedes estar sesgado en tu evaluación de un conflicto. Que nos sintamos tratados con injusticia no es razón suficiente para confrontar a alguien y mucho menos para responder con más injusticia. Analiza tus actos a la luz de la Palabra (Sal 119:105) y busca consejos de personas imparciales que puedan darte una opinión madura sobre la situación en la que te encuentras.

Pero si aún así sufres injusticias, no te extrañes que esto suceda (1 P 3:14). Descansa en el Dios justo que gobierna el mundo y ora para que Su justicia prevalezca. Pon tu confianza y esperanza en el Justo que fue injustamente asesinado para que pudiéramos ser declarados justos. Un día veremos Su justicia en su totalidad, pues viviremos en un mundo donde reinará la justicia (2 P 3:13), donde podrán disfrutar solo los que hayamos sido justificados por la fe en Cristo.

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