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Nota del editor: 

Este es un fragmento adaptado de la clase de Teología Sistemática, del Instituto Integridad y Sabiduría. Para conocer más acerca del II&S, visite su página web.

En teología sistemática solemos hablar de los atributos incomunicables de Dios (como su inmutabilidad y trascendencia) y también de sus atributos comunicables.

Los atributos incomunicables le pertenecen únicamente a Él. Por otro lado, cuando hablamos de sus atributos comunicables, no queremos decir que Él nos va traspasar ese atributo como Él lo tiene, sino que de alguna manera Él puede formar ese atributo en nosotros.

¿Cuáles son esos atributos comunicables y cómo entenderlos bíblicamente?

La santidad de Dios

Dios no me puede dar ni parcialmente un atributo incomunicable, como la omnipresencia. Él es el único que tiene eso.  Pero Él sí puede santificar, si bien no totalmente como Él es perfectamente, porque solo Él es “santo, santo, santo” (Isaías 6).

Si somos creyentes, Dios nos está santificando. La palabra santo, en su mejor sentido, significa apartado y libre de corrupción. Dios es un ser apartado del resto de la creación en su santidad, y nos ha apartado para Él como sus hijos. Por otro lado, Él está libre de corrupción y nos está limpiando de corrupción.

Es así como, hasta cierto punto, Él puede transmitir su santidad a nosotros y por eso hablamos de este atributo como comunicable.

La fidelidad de Dios

Hay una parte de la fidelidad de Dios que Él va formando en nosotros, aunque no somos totalmente fieles como Él. Nada puede cambiar la fidelidad del Señor. Como dice 2 Timoteo 2:13: “Si somos infieles, Él permanece fiel, pues no puede negarse Él mismo”.

Por ejemplo, vemos en la Biblia cómo Dios le hace una promesa a Abraham y Él tiene en su esencia una imposibilidad de romper esa promesa. Nosotros podemos tratar de cumplir nuestras promesas, pero a menudo fallamos. Así como hay fidelidad en nosotros, de esa misma manera pero llevada a últimas exponencias está la fidelidad de Dios, y sus promesa dependen de su carácter dadivoso. Por lo tanto, son irrevocables, como dice Romanos 11:29.

Si Dios fuese a retirar un llamado que te hizo, Él no te lo hubiera hecho en primer lugar. Las promesas de Dios son para siempre. Esto no quiere decir que Él no nos disciplina y que no pueda removerme de una posición, ya que en Romanos 11:29 Pablo se está refiriéndose específicamente a la salvación que nunca perderemos. Esto significa que Él siempre es fiel.

El amor de Dios

La Biblia no solo nos dice que Dios ama; también nos dice que Él es amor (1 Jn. 4:8). Cuando hablamos de que Dios ama, tal vez podamos pensar que puede amarnos ahora y mañana no. Pero cuando la Palabra dice que Dios es amor, significa que Él va a amarme para siempre porque cuando Él es algo, Él siempre es eso.

Cuando hablamos de que Dios es amor tenemos que comprender algunas cosas importantes:

  • El amor de Dios no es influenciado: Cuando me porto mal y le desobedezco, Él no me ama menos, porque en ese caso yo pudiera manipular el amor de Dios. Él quizá no me bendice igual, pero me está amando igual. No podemos hacer varias el amor de Dios porque Él no depende de lo que somos (Dt. 7:7-8).
  • El amor de Dios es eterno: El grado de amor que Dios me tiene hoy, después de ser su hijo, es el mismo que Él me tuvo desde antes de crearme porque yo existía en su mente y su amor no ha cambiado desde la eternidad (Jer. 31:3).
  • El amor de Dios es atrayente: Por nuestra pecaminosidad, el amor de Dios no nos resulta a primera vista atractivo, pero nos atrae y lleva a vivir para Él cuando somos creyentes (Jer. 31:3).
  • El amor de Dios es dador y sacrificial: Dios amó tanto al mundo que dio a su Hijo por nosotros cuando éramos sus enemigos (Jn. 3:16, Ro. 5:8).
  • El amor de Dios es soberano: Como enseña Romanos 9:13, “A Jacob ame, pero a Esaú aborrecí”.

Sobre esto último, es importante aclarar que si Dios es amor y soberano, entonces su amor es soberano. Si Dios es infinito y es amor, entonces su amor es infinito, porque una vez que Él es algo, Él es eso a través de todo su ser. Entonces si Él es soberano, Él ama soberanamente.

¿Por qué amó a Jacob y a Esaú aborreció? Es difícil de comprender para nosotros, pero está en la Biblia. Como dijo Spurgeon: “Yo entiendo por qué Dios aborreció a Esaú; lo que no entiendo es por qué amó a Jacob”. Lo asombroso es que Dios nos ame a nosotros.

La misericordia de Dios

La palabra misericordia en hebreo es Racham, que significa tener compasión. Otra palabra usada en la Biblia es Chesed que significa bondad o benevolencia, a veces traducida como bendición. En griego, la palabra usada es Eleemon, que significa tener compasión.

Cuando Dios quiso presentar su amor, usó tales palabras en hebreo: “Entonces pasó el Señor por delante de él y proclamó: ‘El Señor, el Señor, Dios compasivo y clemente, lento para la ira y abundante en misericordia y verdad’” (Éx. 34:6).

Es lo mismo que Dios le dice a Moisés cuando le da sus mandamientos en Éxodo 20. Allí Dios habla que Él visita la iniquidad de los padres hasta la tercera y cuarta generación. En ese mismo contexto, dice ser abundante en misericordia para aquellos que le aman, de manera que esto nos da un contraste entre su justicia y la abundancia de su misericordia.

Una de las cosas que me hace recobrar mayor peso acerca de mi pecado es pensar en que un Dios infinitamente misericordioso se atreve a mandar individuos al infierno porque pecaron. Sin duda, el pecado tiene que ser algo infinitamente horrendo para Dios.

La justicia de Dios

Dios es justo, incapaz de juzgar inapropiadamente (Sal. 11:7; 145:17; 92:13). Aunque Él pudiera juzgar a uno de una manera y a otro de otra manera (según sus pecados a la luz de lo que habían conocido de Él), al final de la ecuación todos han sido juzgados equilibradamente.

Por ejemplo, supongamos que un hombre crecío en un hogar evangélico y ahora es pastor, y otra muchacha se crió en un hogar inmoral y se entregó a la prostitución. Luego ella conoce el evangelio y salió de la prostitución hace un mes. Ahora ella, poco tiempo después de casada, comete adulterio casualmente el mismo día en que el pastor comete adulterio.

El pastor va a ser juzgado con más severidad que ella. Ambos cometieron el mismo pecado, pero son juzgados de manera diferente porque tienen trasfondos diferentes. A quien más se le da, más se le exige. No hay nada más desigual que tratar igual a quienes no son iguales. No obstante, en todo Dios mantiene su justicia y rectitud.

A la luz de la vistos hasta ahora sobre la justicia y la misericordia de Dios, recordemos Miqueas 6:8: “Él te ha declarado, oh hombre, lo que es bueno. ¿Y qué es lo que demanda el Señor de ti, sino solo practicar la justicia, amar la misericordia, y andar humildemente con tu Dios?”. Dios nos llama no solo a hacer justicia y misericordia, sino también a amar esas cosas.

La ira de Dios

Su ira es su rechazo absoluto contra el pecado. Se trata de la ejecución justa de su justicia. Dios no tiene una ira voluptuosa y emocional como nosotros.

Romanos 1:18 habla de cómo la ira de Dios se revela desde el cielo contra toda impiedad e injusticia de aquellos que suprimen la verdad. Todo aquel que conoce la verdad y no la enseña está suprimiéndola, y eso merece la ira de Dios. En el versículo 21, Pablo añade que el hombre, habiendo conocido a Dios, no le reconoció como Dios ni tampoco le da gracias. Eso es una injusticia, y por eso la ira de Dios sobre el pecador es totalmente justa.

Juan 3:36 es crucial cuando hablamos del tema: “El que cree en el Hijo tiene vida eterna; pero el que no obedece al Hijo no verá la vida, sino que la ira de Dios permanece sobre él”. Cuando no creías en Dios, tenías su ira sobre ti como consecuencia de tu pecado. Pero cuando creemos, sabemos que nuestra ira fue aplicada en la cruz, a la vida de Cristo. Es removida de nosotros y ya no tenemos que recibirla. Esto está en el corazón del evangelio (Ro. 3:23-26).

Como vimos al comienzo, nosotros no poseemos estos atributos en la misma medida que Dios. Por tanto, oremos que el Señor nos haga cada día más semejantes a Él, para su gloria.

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