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Hoy es una de esas fechas en las que nuestras redes sociales se llenan de mensajes conmemorativos y toda clase de información para compartir: 8 de marzo, día de la mujer. 

Mires a donde mires, encontrarás artículos, episodios de podcasts, videos, imágenes y más sobre lo que significa ser mujer. Algunos señalarán las injusticias que se han perpetrado contra el género femenino a lo largo de la historia. Otros más celebrarán con gratitud a las mujeres importantes en sus vidas. Los ramilletes virtuales y las serenatas vía YouTube inundarán los grupos de WhatsApp y los muros de Facebook.

Desde una perspectiva cristiana, la fecha es una buena oportunidad para recordar que las mujeres hemos sido hechas a imagen de Dios, con un propósito específico y características particulares que nos distinguen de los varones. En nuestras comunidades virtuales evangélicas, algunos advertirán de los peligros del feminismo contemporáneo, mientras que otros apuntarán a las virtudes que debemos cultivar si queremos ser mujeres virtuosas. Tener toda esta información disponible es un regalo. Pero no es suficiente.

Compartir imágenes inspiradoras y leer artículos del día de la mujer —artículos como este— no tiene nada de malo. Pero ¿qué pasaría si vamos más allá? ¿Qué sucedería si levantáramos la mirada de nuestros dispositivos y examináramos nuestras vidas? 

Este 8 de marzo vale la pena preguntarnos: “¿Estoy más ocupada hablando sobre el ser mujer que viviendo como la mujer que Dios me llama a ser?”.

Hablar es fácil

Hablar sobre ser mujer es relativamente fácil. Por supuesto, si hablamos desde una perspectiva bíblica, habrá mucha gente que no esté de acuerdo con lo que comuniquemos. Pero, protegidas detrás de nuestros dispositivos, recibir y transmitir información —por impopular que sea— es todo menos complicado. Con unos cuantos movimientos de los dedos podemos compartir artículos o podcasts, escribir comentarios, dar me gusta, reenviar un bonito mensaje de WhatsApp sin saber qué significa, decir amén, o “confrontar” a alguien a través de un mensaje directo por alguna cosa que compartió en redes sociales.

Vivir como una mujer que glorifica a Dios es utilizar todo lo que Dios te ha dado —tu tiempo, tu energía, tu inteligencia, tus habilidades, tu atención, tu dinero— para exaltar Su nombre

El riesgo más grande de todo esto no se encuentra en las plataformas digitales como tal (aunque hay razones para que estas nos preocupen). Más bien, el mayor peligro está en que esta interacción digital se convierta en la manera en que queremos glorificar a Dios como mujeres: compartir artículos sobre feminidad o frases inspiracionales sobre lo hermoso que es ser ayudas idóneas. Con la información que obtenemos de Internet, construimos una lista sobre todas las características que debe tener una mujer virtuosa; después, nos aseguramos de que nuestros perfiles públicos reflejen esa lista… Queremos que el mundo sepa que estamos honrando al Señor.

Vivir es difícil

Vivir como la mujer que Dios nos llama a ser es diferente. Es mucho, mucho más difícil. Por supuesto, puede incluir usar con discernimiento las herramientas que el Señor nos ha dado, y ser enseñada a través de buenos artículos y podcasts acerca de quién es Dios y lo que Él nos llama a ser (y hacer) en su Palabra.

Vivir como la mujer que Dios nos llama a ser es llevar esa información a la vida real, entendiendo que este mundo caído es mucho más complicado de lo que podemos explicar en un artículo de 900 palabras.

Es tomar decisiones cotidianas para glorificar a Dios mientras cambiamos pañales o cedemos el paso en el tráfico. Es encontrar el gozo de Cristo en lo cotidiano, al esforzarnos en hacer bien la tarea de la universidad o al ofrecer una sonrisa a un paciente aunque estamos cansadas. Es servir como Jesús nos sirvió al limpiar mocos o levantar la mesa del desayuno, o al escuchar a la discípula que sigue confundida con la paciencia que el Padre nos tiene. Es leer la Biblia con un nuevo creyente o recibir a un desconocido en la iglesia aunque te cuesta iniciar la conversación. Es llevar una comida o pasear un perro sin esperar que alguien te tome una foto y te agradezca por Instagram. 

Vivir como una mujer que glorifica a Dios es utilizar todo lo que Dios te ha dado —tu tiempo, tu energía, tu inteligencia, tus habilidades, tu atención, tu dinero— para exaltar Su nombre y bendecir a otras personas, ahí en el lugar donde Dios te ha puesto ahora mismo.

De la pantalla a la vida real

Pasar de los artículos en Internet a la vida real es duro. Hay que comprender la manera en que los principios bíblicos aplican a nuestra situación particular. Hay que tomar decisiones que no nos gustan. Hay que arrepentirnos de nuestro pecado delante de Dios y pedir perdón al prójimo que hemos lastimado. Hay que perdonar a aquellos que nos han herido y, si es posible, buscar restauración.

Que sean nuestras vidas —más que nuestros perfiles de redes sociales— las que muestren lo bello que es ser mujeres para la gloria de Dios

Ningún escritor o charlista digital puede hacer eso por ti. El gozo de la obediencia al Señor no se encuentra en meramente compartir o dar “me gusta”. Un artículo puede inspirarte y un podcast puede confrontarte, pero ninguno de los dos puede obligarte a extender tus manos y obedecer, amar, rendirte y servir. Ninguno puede llevarte a hacer esas cosas cotidianas que sería muy extraño compartir en redes sociales. La clase de cosas que cuando se hacen con corazón genuino uno no desea compartir en las redes sociales, porque se hacen para un público de uno: para el Señor.

No te quedes con la información de la pantalla. Deja tu teléfono a un lado y pídele sabiduría al Señor para vivir de acuerdo a su Palabra. No será fácil pero valdrá la pena. Dios hace resplandecer su evangelio en nuestras comunidades a través vidas cotidianas… vidas que podrían parecer insignificantes para los demás (2 Co 4:7).

Que sean nuestras vidas —más que nuestros perfiles de redes sociales— las que muestren lo bello que es ser mujeres para la gloria de Dios.

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