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Nota del editor: 

Este es un fragmento adaptado de Mujeres & Dios (Poiema Publicaciones, 2019), por Kathleen Nielson. Puedes descargar una muestra gratuita visitando este enlace.

En los encuentros que Jesús tuvo con una gran variedad de mujeres, solía haber una declaración en particular que parece resonar al salir de Sus labios.

Por ejemplo, cuando Jesús se encuentra con una mujer en un pozo e inicia una conversación, el clímax de su discusión viene cuando ella dice que sabe que el Mesías, el Cristo, vendrá, y Jesús responde: “Ese soy Yo, el que habla contigo” (Jn 4:25-26).

A través de Su ministerio terrenal y hasta el final del mismo, Jesús fue cuidadoso y lento para declarar públicamente el hecho de que Él es el Cristo prometido. Este momento es casi impactante: Él declara Su identidad claramente… a una mujer de Samaria.

En el contexto de esta historia, ya es lo suficientemente impactante que Jesús esté hablando públicamente con una mujer, pues esto no era una práctica aceptable para los hombres de aquel tiempo. Los discípulos “se sorprendieron de verlo hablando con una mujer” (Jn 4:27). 

Y esta no era solo una mujer; era una mujer samaritana. Los judíos de aquel tiempo despreciaban a los samaritanos, que étnicamente solo eran judíos en parte, y no adoraban de acuerdo a la ley judía. La mujer misma se sorprende cuando Jesús le pide de beber: “¿Cómo se te ocurre pedirme agua, si tú eres judío y yo soy samaritana?” (Jn 4:9).

Encima de esto, esta no solo era una mujer samaritana, sino que también era una marginada social. Ella sale sola a buscar agua bajo el incómodo sol del mediodía, probablemente para evitar encontrarse con alguien. Pero ella se encuentra con Jesús, y Jesús no evita los temas incómodos; Él le dice que sabe que ella ha tenido cinco maridos y que está viviendo con un hombre que no es su esposo (Jn 4:17-18).

Conforme surgen todos estos detalles, quizá lo más sorprendente es que Jesús continúa con una discusión teológica bastante intensa. Ella no tiene miedo de hablar sobre temas espirituales; ella está interesada y tiene curiosidad, y como respuesta Él le ofrece la verdad. Él le dice quién es. Él entrega a esta mujer samaritana ese gran regalo de revelación que los profetas y los sabios líderes religiosos habían estado buscando y buscando durante siglos. Sí, Yo soy el Mesías. Ese soy Yo.

¿Por qué Jesús la eligió a ella? Bueno, la revelación del Mesías era menos provocativa en Samaria que en Judea, donde una declaración tan directa pudo haber precipitado Su arresto por parte de los líderes judíos. Pero ¿por qué una mujer? ¿Y por qué esta mujer? ¿Por qué se pasa tanto tiempo hablando con ella y exponiendo la vergonzosa historia de una vida pecaminosa? ¿Por qué escoge a esta mujer marginada en un pozo para declararle Su identidad y describirle el agua viva que Él da, la cual puede brotar en ella para vida eterna (Jn 4:13-14)?

Esta historia no explica la elección de Jesús pero sí nos muestra Su corazón.

A Jesús le importaba conocer específicamente a la mujer samaritana, por marginada que fuera

Él conocía todo acerca de ella. Y Él quería darle el agua viva de vida eterna. Ella la recibió… de hecho, ella corrió y la compartió con todo el pueblo, y muchos también creyeron en Jesús (Jn 4:39-42). ¡Ella fue la primera misionera en llevar el mensaje de Cristo a un pueblo!

Juan le dedica mucho tiempo a esta historia; se supone que la saboreemos. Imagínatelo: Jesús mirando a esta mujer a la cara y teniendo una conversación directa, profunda y compasiva antes de finalmente decirle: “Ese soy Yo”. Si estas palabras son ciertas, y si esta historia es cierta, entonces no hay nada que nosotros necesitemos más que escuchar a Jesús.

Muchas personas a nuestro alrededor saben muchas cosas acerca de nosotros, pero nadie nos conoce completamente. Eso podría hacerte sentir triste… o quizá te sientas feliz de mantener ocultas algunas historias de cómo has hablado, actuado, o pensado en el pasado. Quizá temas el juicio o el rechazo de las personas cuya opinión y afecto valoras profundamente.

El encuentro de Jesús con la mujer samaritana debería alentarnos al darnos cuenta de que Jesús nos mira a cada uno de nosotros y nos conoce completamente

Esta historia no nos alienta por la aceptación de nuestras faltas, sino por el amor de un Salvador que vino a llevar la carga de esas faltas, a tomar nuestro castigo y a limpiarnos de nuestro pecado. 

Esto es lo que nos alienta continuamente: Jesús ha abierto un camino para que nosotros entremos a la presencia del Dios del universo (quien ve lo que hay en cada corazón). 

A través de Cristo el Mesías, como Él le explicó a esta mujer, podemos convertirnos en la clase de adoradores que Dios busca: esos que le adoran “en espíritu y en verdad” (Jn 4:24).


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