¡Únete a nosotros en la misión de servir a la Iglesia hispana! Haz una donación hoy.

×

Pasé por la publicación y mis ojos se quedaron centrados allí. Lo que decía resonaba mucho con lo que mi corazón quería oír (o leer) en ese momento: estaba cansada de sentirme insuficiente en la tarea más difícil que el Señor me ha dado, la de ser mamá.

El dibujo que tenía la publicación era el de una madre mal vestida, despeinada y desencajada, sentada en el suelo y abrazando a su pequeño hijo. Me identifiqué de inmediato. Y entonces leí la sentencia: «Mamá, no seas tan dura contigo, lo estás haciendo bien».

«¡Qué alivio!», pensé. «No soy la única que sufre por esto y seguramente sí lo estoy haciendo bien… ¿o no?».

Entendiendo mis limitaciones

Me costó muchos años y errores entender que no siempre lo hacemos bien como madres y que mis limitaciones no provienen tanto de mis conocimientos (o la falta de ellos), como del pecado que mora en mí. Sí, el mayor enemigo en nuestra maternidad y en nuestra crianza somos nosotras mismas.

Y es que, aunque hemos sido salvas por la obra de Cristo en la cruz, nuestra naturaleza pecaminosa aún nos acompaña. Recordemos a Pablo, cuando expone la lucha que tenemos entre nuestro hombre interior que quiere hacer el bien y los deseos carnales que aún habitan en nosotras (Ro 7). Es precisamente por esa naturaleza pecaminosa que podemos engañarnos a nosotras mismas y enceguecernos ante nuestro pecado. Personalmente, me asombra el hecho de que la Biblia nos diga: «Todo camino del hombre es recto ante sus ojos» (Pr 21:2a).

Nuestro mayor enemigo en nuestra maternidad y en nuestra crianza somos nosotras mismas

Tengo que admitir que en mi maternidad he considerado mi propio camino como «recto», aunque no lo haya sido siempre. Muchas veces me dije a mí misma: «mamá, lo estás haciendo bien», confiando demasiado en mí. Sin embargo, una revisión minuciosa me ha llevado a encontrar:

  • Orgullo, al pensar que lo puedo hacer todo sola, sin ayuda de nadie.
  • Soberbia, al no querer escuchar (o buscar) los consejos de otras personas más sabias.
  • Vanidad, al considerarme digna de ser exaltada por mi labor.
  • Envidia, cuando observo lo que otras madres tienen o gozan.

Lo peor es que, cuando rehusamos entender que no podemos confiar demasiado en nosotras mismas, no solo nos estamos encaminando por la ruta incorrecta: también arrastramos a nuestra familia con nosotras.

Nuestras fuentes de sabiduría

Sabiendo que somos nuestro mayor enemigo, no necesitamos autoconvencernos de que lo estamos haciendo bien. Más bien, necesitamos acudir constantemente a las fuentes de sabiduría que nos ha dejado el Señor para ayudarnos a realizar nuestra tarea: en primer lugar, y por encima de las demás, la Palabra de Dios; luego, nuestro esposo, los pastores y otras mujeres sabias.

La Palabra se describe a sí misma como «viva y eficaz, y más cortante que cualquier espada de dos filos. Penetra hasta la división del alma y del espíritu, de las coyunturas y los tuétanos, y es poderosa para discernir los pensamientos y las intenciones del corazón» (He 4:12). Ella es la fuente principal de sabiduría porque es la mismísima Palabra de Dios: «Porque el SEÑOR da sabiduría, / De Su boca vienen el conocimiento y la inteligencia» (Pr 2:6). Leerla, meditar en ella y conocerla es mandatorio para todos los que nos llamamos cristianos y queremos crecer en sabiduría, obediencia y amor por nuestro Dios.

Me temo que la segunda fuente es, por lejos, la menos consultada. De alguna manera consideramos a nuestros esposos como ignorantes del tema de la maternidad. Sin embargo, el orden bíblico nos muestra que ellos son nuestra cabeza (Ef 5:23) y que debemos sujetarnos a ellos en todo conforme a la Escritura (Ef 5:24). Personalmente, me he sorprendido de lo bien que mi esposo puede aconsejarme cuando le pregunto sobre estos temas. Si tienes un esposo piadoso, no dudes en buscar su sabiduría. Es posible que te sorprendas gratamente.

Sin embargo, no siempre los esposos tienen respuestas a nuestras preguntas o no todas tenemos esposos piadosos. Es aquí donde necesitamos recordar que los pastores en la iglesia fueron designados por el Señor para velar por nosotras (He 13:17) y ayudarnos a crecer a la medida de la estatura de la plenitud de Cristo (Ef 4:11-16), incluso en nuestra tarea como madres. Como mujeres, no deberíamos temer hablar con nuestros pastores para pedir consejo sobre aspectos de la maternidad y la crianza de los que no conocemos o no estamos seguras. Ellos no solo tienen un profundo conocimiento bíblico, sino que también han crecido a través de la experiencia, la cual seguramente será muy valiosa para nosotras.

Acudamos a las fuentes de sabiduría que nos ha dejó el Señor para ayudarnos en nuestra tarea de madres: Su Palabra, nuestro esposo, los pastores y otras mujeres sabias

Finalmente, tenemos a las ancianas de la iglesia. Las Escrituras nos muestran que ellas tienen la tarea de enseñar a las más jóvenes cómo amar a sus hijos (Ti 2:3-5). En palabras de Susan Hunt: «El mandato de Tito 2 es el discipulado de vida en vida que guía y nutre para madurar la feminidad cristiana». Las mujeres maduras en la fe están allí, en tu misma iglesia local, para proveerte de la sabiduría que ellas mismas han adquirido con el paso de los años, las experiencias y la Palabra. Si entendemos que hemos sido insertadas en la comunidad de la fe mediante la obra de Cristo, consecuentemente buscaremos a estas mujeres para ser guiadas en nuestra maternidad.

¿Notaste que no te dije que buscaras sabiduría en Instagram, TikTok, Facebook y Google? Sí, algunas cosas de allí son útiles. Sin embargo, hay una riqueza en la relación personal con aquellos que te conocen y te ven que no encontrarás jamás allí (además, recuerda que no todo lo que vemos en redes proviene de Dios, aunque lo parezca).

Una oración final

He sido madre por once años ya, y cada vez estoy más convencida de que necesitamos, como madres, orar fervientemente junto con el salmista:

Escudríñame, oh Dios, y conoce mi corazón;
Pruébame y conoce mis inquietudes.
Y ve si hay en mí camino malo,
Y guíame en el camino eterno (Sal 139:23-24).

Sí, Señor. Escudríñanos, perdónanos y guíanos, porque sin Ti nada podemos hacer. Amén.

Recibe cada día los artículos, podcasts, y vídeos más recientes.
CARGAR MÁS
Cargando