Las malas palabras, malas actitudes y malas miradas se graban de manera profunda en nuestro corazón, sobre todo cuando vienen de aquellos que más amamos.
Es probable que recordemos las palabras con que nos lastimaron nuestros padres; las palabras egoístas y maliciosas que soltaron con ira nuestros cónyuges, maestros o jefes en el trabajo; las palabras de bullying de nuestros compañeros de clase. Palabras que, en algunos casos, recordamos de por vida. ¿Por qué las recordamos si nos hicieron sentir tan mal? Precisamente porque nos hirieron tanto que sentimos que son daños irreparables.
Así que es comprensible que temamos lastimar a nuestros seres queridos como otros nos lastimaron. En especial, no queremos destruir a nuestros hijos con nuestras palabras. Pero en el evangelio hay esperanza. En este artículo quiero recordarte que fuimos creadas para representar a Dios también con nuestras palabras y que, a través del evangelio, esto es posible para pecadoras como tú y como yo.
Portadoras de la imagen de Dios
Todas y cada una de nosotras fue creada como portadora de la imagen de Dios (Gn 1:26-27). No somos iguales a Él, pues somos Sus criaturas, pero sí somos semejantes. Hablar de la imagen de Dios en nosotras no es sencillo, pero podemos mencionar algunos aspectos de lo que significa ser portadoras de Su imagen.
Somos semejantes a Dios en cuanto a ser racionales; compartimos lenguajes con los que nos podemos comunicar con otros. Somos semejantes a Dios en que tenemos la responsabilidad de administrar; somos mayordomos de todo lo que ha puesto en nuestras manos. Somos semejantes a Dios en cuanto a ser relacionales; debemos, por ejemplo, reflejar el amor de Dios hacia otros. Su imagen en nosotras nos da dignidad y valor.
Todas y cada una de nosotras fuimos creadas como portadoras de la imagen de Dios. Su imagen en nosotras nos da dignidad y valor
Fuimos creadas como la representación gráfica de Dios en la tierra, aunque ya no lo representamos de manera perfecta. Cuando Dios creó la humanidad, Su imagen en ella era perfecta, pero dicha imagen fue dañada y distorsionada cuando el pecado entró en el mundo (Gn 3). Sin embargo, nunca la perdimos por completo y Dios no ha dejado de plasmarla en cada ser humano que nace.
Su imagen en nosotras nos recuerda que somos Su preciada creación. Esto se confirma con la encarnación del Hijo, pues en Cristo nos dio vida y redención. A las que nos arrepentimos y recibimos la salvación por la fe, Dios nos está haciendo más como Cristo, quien es la imagen del Dios invisible (Col 1:15).
Transformadas a imagen de Cristo
Ahora en Cristo, además de ser portadoras de Su imagen, estamos siendo transformadas cada día para parecernos más y más a Jesucristo. Aunque todavía no lo representamos de manera perfecta, hay evidencia de que Cristo está obrando y perfeccionando Su imagen en nosotras.
Además, Él afirma nuestra identidad por medio de Su Palabra. Por ejemplo, Pedro dice que como creyentes somos elegidas (1 P 1:1), santificadas por el Espíritu (1 P 1:2), nacidas de nuevo (1 P 1:3), herederas de una herencia incorruptible (1 P 1:4), protegidas por el poder de Dios (1 P 1:5), con una fe valiosa (1 P 1:7), Sus siervas rescatadas de nuestra anterior manera de vivir (1 P 1:18). ¡Somos Suyas!
Si no supiéramos quiénes somos en Cristo, las palabras que nos lastimaron seguirían definiéndonos; sin embargo, somos todo lo que Dios dice que somos
Si no supiéramos ahora quiénes somos en Cristo, las palabras que nos lastimaron seguirían definiendo quiénes somos; sin embargo, por medio de Su Palabra, sabemos que no somos lo que otros dicen que somos. Somos todo aquello que Dios dice que somos. Somos lo que Cristo hizo por nosotros dándonos Su identidad.
Una evidencia de que estamos en Cristo es la forma renovada en que hablamos a las demás personas, también portadores de la imagen de Dios (cp. Ef 4:22-24, 29; Stg 3:1-12); por ejemplo, a nuestros hijos. ¿Estamos reflejando a Cristo en nuestro hablar?
Sabemos que seguimos manchadas por el pecado, pues no siempre reflejamos a Cristo de manera fiel. No siempre hablamos palabras que edifican a otros. No siempre hablamos bien de los demás delante del Padre, delante de ellos o delante de otros. Sin embargo, no estamos solas en medio de esta situación.
Hay esperanza
Recordemos que la Biblia dice que Cristo no solo nos redimió, sino que también intercede por nosotras (Ro 8:34); es decir, está hablando a favor de nosotras delante del Padre. ¿Qué implicaciones tiene para nuestras palabras saber que Cristo intercede por nosotras? Como portadoras de la imagen de Dios y redimidas en Cristo para reflejar Su imagen, nuestras palabras a otros también deben reflejar que creemos que Cristo habla a favor de nosotras delante del Padre.
Quizá también hemos dicho a nuestros seres amados aquellas palabras que otros soltaron con furia sobre nosotras. Tal vez hemos dañado a nuestros hijos con palabras, quedando grabadas en su memoria. Duele pensar que lo que salió de nuestros labios los lastimó, en lugar de afirmar y recordar lo valioso que son para Dios por ser Su creación, portadores de Su imagen y personas por las que Cristo murió, además de lo valioso que son para nosotras por ser nuestros hijos.
Recordemos que Cristo no solo nos redimió, sino que intercede por nosotras (Ro 8:34); es decir, está hablando a favor de nosotras delante del Padre
Nos duele cuando no hemos sido un buen reflejo de Cristo, pero, aún en eso, hay esperanza para la pecadora arrepentida. El evangelio son las buenas noticias para aquellas que no viven a la perfección y reconocen que necesitan a Cristo, porque en sí mismas no pueden cambiar ni dar buenos frutos que permanezcan.
El evangelio nos recuerda que mientras hay vida, hay esperanza. Nos recuerda que las malas palabras que atentaron contra la imagen de Dios en nosotras —similares a las que hemos dicho a nuestros hijos—, aunque nos hicieron daño y es probable que nunca las olvidemos, en Cristo han sido redimidas y transformadas para bien. Por medio de Cristo, la imagen de Dios está siendo pulida en nosotras —y lo mismo hará con nuestros hijos, si depositan su confianza en Él.
Así que, levanta la cara y con tus rodillas y corazón en el suelo, clama al Padre por Su gracia y ayuda para que, a partir de ahora, las palabras que digas a tus hijos, y cualquier persona a tu alrededor, sean de afirmación y de alabanza a Dios, quien puede obrar en ellos. Clama al Padre para que las palabras negativas que les dijiste sean perdonadas y que su corazón sea afianzado en la Palabra de Dios para que reconozcan su identidad en Cristo.
No desmayes si fallas otra vez. Acude al trono de la gracia todas las veces que sean necesarias y clama por la ayuda y el oportuno socorro (He 4:16). En Cristo hay esperanza, en Cristo hay perdón, en Cristo hay salvación.