¡Únete a nosotros en la misión de servir a la Iglesia hispana! Haz una donación hoy.

×

Hace años visité a mi amigo Craig en Oklahoma y me di cuenta de que uno de sus baños tenía una puerta roja de metal resistente. Cuando pregunté por la razón de dicha puerta, Craig rápidamente me enseñó su búnker familiar. El baño era grande, estaba cubierto de metal y concreto, y contaba con una alacena con comida y todo lo que una familia podría necesitar para sobrevivir varios días. La familia de Craig vive en lo que se conoce como “callejón de los tornados”. Debido a este riesgo, las casas están acondicionadas con un búnker para usar en caso de un desastre natural.

La familia cristiana debe funcionar como un búnker en medio del desastre social que vivimos.  Esta realidad se expresa claramente en Deuteronomio, donde Moisés le recuerda al pueblo —específicamente a los padres —el mandato de Dios diciendo:

“Escucha, oh Israel, el Señor es nuestro Dios, el Señor uno es. Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu fuerza. Estas palabras que yo te mando hoy estarán sobre tu corazón. Las enseñarás diligentemente a tus hijos, y hablarás de ellas cuando te sientes en tu casa y cuando andes por el camino, cuando te acuestes y cuando te levantes” (Deuteronomio 6:4-7).

Al leer el pasaje en su contexto podemos notar con claridad que esta no es una sugerencia o un buen consejo, sino un mandato directo de Dios para los padres. Charles Spurgeon dijo: “¿Cómo podemos esperar ver avanzar el reino de nuestro Señor cuando sus propios discípulos no les enseñan Su evangelio a sus hijos?”.[1]

Sembrar la Palabra de Dios en los corazones y mentes de nuestros hijos es una de las muestras de amor más grandes que los padres podemos dar

De generación en generación

La familia fue creada para transmitir el evangelio de una generación a otra. Con el mandato que el Señor dio a través de Moisés, no queda duda de que los primeros y últimos responsables en la enseñanza del evangelio somos los padres.

Por supuesto, no tiene nada de malo confiar en la experiencia de los maestros de niños y jóvenes en la iglesia para comunicar el evangelio… ¡agradezcamos al Señor por ese apoyo invaluable! Sin embargo, no podemos entregar este importante trabajo del día a día en manos de otros. Esa carga y bendición nos pertenece. Debemos asegurarnos de que nuestros hijos están escuchando el evangelio primeramente a través de nosotros como padres, antes que en la iglesia.

¿Cómo podemos practicar esto en casa? Una excelente manera de empezar es memorizando salmos clave. Memorizar la Escritura es vital para la vida de los niños. Sembrar la Palabra de Dios en los corazones y mentes de nuestros hijos es una de las muestras de amor más grandes que los padres podemos dar.

Hay quienes han dicho que los salmos son como una pequeña Biblia en la que podemos encontrar todas las doctrinas bíblicas resumidas. Por esta razón, es recomendable que los niños pequeños puedan memorizar pequeñas fracciones de salmos aplicadas a diferentes aspectos de la teología y vida cristiana. 

  • ¿Quién es Dios? “El Señor es mi pastor, nada me faltará” (Sal 23:1; ver también Sal 27:1 y Sal 46:1,7)
  • ¿Qué hace Dios por nosotros? “Él es el que perdona todas [nuestras] iniquidades…” (Sal 103:3-5; ver también Sal 34:6)
  • ¿Cómo debemos responder a Dios? “Bendeciré al Señor en todo tiempo; continuamente estará Su alabanza en mi boca” (Sal 34:1; ver también Sal 4:8) 

Yo mismo utilizo los salmos durante mi tiempo de oración y, mientras estoy leyendo, voy recolectando los salmos que ayudarán a mis hijos a conocer quién es Dios, lo que Él ha hecho por nosotros y la manera en que debemos responder a su amor. 

Ejemplos del evangelio

Hace algunas semanas, mis hijos y yo estábamos leyendo la historia del momento en que Jesús enseña a sus discípulos a orar. En la Biblia que tenemos para nuestros pequeños, la oración del Padre Nuestro comienza así: “Querido papá…”. Antes de seguir en la lectura, me di cuenta de que yo nunca le había dicho a mis hijos que podíamos dirigirnos a Dios como nuestro Padre. Hice un alto y con mucha seguridad dije: “Hijos, ¡a Dios le podemos llamar papá!”. En ese momento, mi hijo mayor abrió sus ojos con emoción y me dijo: “¿Entonces Dios es mi papá, así como tú?”. Mis ojos se llenaron de lágrimas porque sentí un miedo terrible. Titubeé y finalmente tuve que decirle: “Sí hijo, Dios es tu Papá, así como yo. Pero Él es mejor”. 

Enseñar a nuestros hijos a amar a Dios demanda que nosotros mismos tengamos una relación verdadera de amor hacia Dios en Cristo

Sé lo que estás pensando: Dios es un padre perfecto y nosotros no. Eso es verdad, pero también es cierto que la familia es el lugar donde los niños entienden la belleza del evangelio expresada a través de nosotros. Por supuesto, este tipo de encrucijadas nos recuerdan que lo que modelamos no es la vida perfecta sin error, sino la vida que ha sido redimida por la sangre de Cristo. En Él podemos mostrar ese amor a nuestros hijos.

Enseñar a nuestros hijos a amar a Dios demanda que nosotros mismos tengamos una relación verdadera de amor hacia Dios en Cristo. Esta relación debe involucrar todo nuestro corazón, nuestra alma y nuestras fuerzas. Necesitamos llenar el corazón de nuestros hijos con el modelo bíblico de la familia, porque ese modelo expresa las verdades más grandiosas del amor de Dios para nosotros. Recordemos que no estamos buscando que ellos repitan salmos como robots, sino que aprendan de nosotros a amar de verdad a Cristo, nuestro Señor que nos salvó. La familia es el mejor lugar para que esas verdades sean vivenciales.  

No estamos solos

El llamado que tenemos como padres cristianos puede ser abrumador, pero no estamos solos en esta labor. El mandato de hacer discípulos que Jesús nos dejó en Mateo 28:18-20 inicia diciendo “Toda autoridad me ha sido dada…” y termina diciendo “… yo estoy con ustedes todos los días hasta el fin del mundo”. La crianza de los hijos requiere que prediquemos y vivamos el evangelio cada día, en lo cotidiano de nuestros hogares.

La misión que tenemos como padres debe hacerse en el marco de la gracia, el sostén y la fidelidad de Dios en Cristo. Separados de Él nada podemos hacer (Jn 15:5).


Una teología de la familia, p. 26.
Recibe cada día los artículos, podcasts, y vídeos más recientes.
CARGAR MÁS
Cargando