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Hace varias semanas, mientras leía, saltó a mi vista una frase sobre la cual sentí la necesidad de detenerme para leerla una y otra vez: “Lo que hago hoy, refleja lo que adoro”.

Para ser honesta, esas palabras me golpearon fuertemente. Mi reacción inicial fue menospreciarlas, pensando que eran demasiado rígidas. Por esos días yo había realizado una auditoría personal de mi día a día, como resultado de la influencia de una amiga que me estaba llevando de la mano hacia un encuentro con el verdadero orden y la productividad en mis rutinas. Así que rápidamente tomé la lista de actividades cotidianas que componían mis días, y fue allí cuando sentí el balde de agua fría sobre mi cabeza: lo que hago día a día, refleja lo que adoro. 

Si nunca has hecho una lista de tus actividades diarias, por pequeñas que sean, te animo a que hagas una pausa y tomes unos minutos para hacerla en tu mente. Es muy probable que, después de realizar la lista, te des cuenta de que esta pandemia vino a alterar nuestros días y rutinas. ¡Ciertamente lo que vivimos es una completa locura! Pero a pesar de eso, estoy segura de que hay cosas que no cambiaron, incluso en medio de la pandemia.

Algunos hábitos arraigados y ciertas costumbres enraizadas en nuestras vidas seguirán vivas, sin importar las circunstancias que enfrentemos. Por ejemplo, considera el hábito de leer y escudriñar las Escrituras. Hace poco leí esta frase que, parafraseada, dice algo así: “Si antes decías que no leías la Biblia porque no tenías tiempo, y en medio de la cuarentena sigues sin hacerlo, entonces nunca te faltó tiempo. Te faltó hambre”. ¡Es cierto! Esto nos abre los ojos a la verdad acerca de nuestros corazones: lo que hago día a día, refleja lo que adoro. 

Escoge a quién vas a glorificar 

El pasaje de Los Diez Mandamientos constituye uno de los más conocidos del Antiguo Testamento. El propósito de Dios al entregarlos era enseñar a Israel lo que significa vivir como pueblo redimido por Dios. Ellos recibieron estos mandamientos para aprender a llevar vidas santas, de modo que reflejaran a su Dios, quien es Santo.

“No tendrás otros dioses delante de Mí” (Éx. 20:3) nos enseña que Dios requiere exclusividad. En el último discurso que Josué ofreció al pueblo de Israel (Jos. 24), él hizo un recuento de cómo Dios los había rescatado de Egipto y fue delante de ellos en la conquista de la tierra. Pero luego los confrontó con palabras profundas y reveladoras:

“…si no les parece bien servir al Señor, escojan hoy a quién han de servir: si a los dioses que sirvieron sus padres, que estaban al otro lado del río, o a los dioses de los amorreos en cuya tierra habitan. Pero yo y mi casa, serviremos al Señor”, Josué 24:15 (énfasis añadido).

La pregunta no es si van a adorar a algo o alguien, sino a quién iban a adorar. El primer mandamiento que Dios le entregó a su pueblo da por sentado que adoraremos algo o alguien. ¡No existe una opción intermedia o neutral! Conscientes o no, siempre estamos adorando a alguien o algo.

Juan Calvino lo expresó así: “El corazón del hombre es una fábrica de ídolos”.[1] Un ídolo es “algo que es más importante para usted que Dios, cualquier cosa que cautive su corazón y su imaginación más que Dios, cualquier cosa que espere que le proporcione lo que solamente Dios puede darle”.[2]

Lo que hago día a día revela aquello que adoro y glorifico; es decir, aquello que consume mi mente, mis recursos, y altera mis emociones

¿A quién estás sirviendo o adorando? ¿Qué es lo que ocupa tu mente con frecuencia? ¿Es tu casa? ¿Una persona o relación? ¿Tu trabajo? ¿Tu carrera y éxito? Lo que hago día a día revela aquello que adoro y glorifico; es decir, aquello que consume mi mente, mis recursos, y altera mis emociones.

Creadas para glorificar a Dios

Es probable que al escuchar el término “glorificar a Dios” o “adorar a Dios” automáticamente lo consideres como una actividad que realizamos en la iglesia o en ciertas ocasiones especiales. Pero, ¿acaso es posible glorificar a Dios mientras preparo el almuerzo, lavo platos, y doblo la ropa de mis hijos? ¿O mientras hago una tarea o me preparo para un examen?

El apóstol Pablo nos recuerda que tú y yo ahora somos morada de Dios (Ef. 2:22). Eso quiere decir que Él habita en cada creyente, y que aquella verdad que Jesús reveló a la samaritana sobre el lugar en el que deberían adorar (Jn. 4:21-24) es cierta para nosotros hoy también. Para glorificar a Dios no debemos estar en un lugar especial o en el servicio dominical de nuestra iglesia local. ¡Podemos adorarle en cualquier momento y con todo lo que hacemos día a día! Sí, incluso mientras alimentas a tus hijos o llevas a cabo tu trabajo “secular”.

¿Recuerdas la lista de actividades cotidianas que te alenté a hacer mentalmente? Todas y cada una de ellas tienen el potencial de alejarte o acercarte a tu propósito eterno: dar gloria a Dios. Por eso es importante que reflexiones sobre tu vida y te preguntes, a la luz de esta verdad y ese listado, si adoras y glorificas a Dios a través de cada una de esas cosas o actividades.

El quehacer de nuestra cotidianidad debe ser regido por el amor que edifica a los hermanos y trae gloria a Dios

En medio del afán y los deberes interminables de tu día a día, ¿estás adorando a Dios? ¿O más bien crees que lo que haces es insignificante o poco importante para Dios? ¡En absoluto! Dios te ha puesto en el lugar donde estás, bajo las circunstancias que te rodean, y te ha dado responsabilidades cotidianas que, aunque parezcan insignificantes o irrelevantes, tienen el potencial de convertirse en un ídolo, un tropiezo, o en un motivo de gloria y adoración a Dios.

Lo que hacemos con nuestros cuerpos creados por Dios, a lo largo de nuestra vida dada por Dios, mediante nuestros dones y capacidades otorgados por Dios, para servir a otros que también fueron creados por Dios, ¡debería resultar en gloria a Dios! ¿Puedes verlo? Todo viene de Él. Todo es por Él y para Él.

Conclusión

En su libro Liturgy of the Ordinary (La liturgia de lo ordinario), Tish Harrison Warren escribió: “Así como vives este día ordinario en Cristo, así vives tu vida cristiana”. No podemos poner nuestra vida cotidiana en pausa, pensando en tener luego una pequeña oportunidad de hacer algo que “en verdad” glorifique a Dios.

Pablo, en 1 Corintios, nos recuerda un principio de vida importante: “ya sea que coman, que beban, o que hagan cualquier otra cosa, háganlo todo para la gloria de Dios” (1 Co. 10:31). Aunque en el contexto de este pasaje hay una amplia y compleja discusión sobre si los creyentes en Corinto debían o no comer la carne sacrificada a los ídolos, y si les era permitido participar en los banquetes ofrecidos en templos paganos (1 Co 8:1-11:1), aún así podemos extraer esta verdad suprema que vemos reflejada a lo largo de las Escrituras: el ejercicio de nuestra libertad cristiana, y el quehacer de nuestra cotidianidad, debe ser regido por el amor que edifica a los hermanos y trae gloria a Dios.

Así que, ya sea que laves platos, presentes un proyecto de tu trabajo, alimentes a tu familia, busques calcetines perdidos, navegues en redes sociales, o hagas cualquier otra cosa, ¡hazlo todo para la gloria de Dios!


[1]  Juan Calvino, Institutos, 1.11.8
[2]  Timothy Keller, Dioses que fallan, p. 8
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