Vivimos en una era paradójica. Nunca antes se había hablado tanto del evangelio, con prédicas resonando en iglesias, auditorios, redes sociales y plataformas digitales. Sin embargo, el corazón humano parece más frío que nunca, atrapado en una apatía espiritual que la Escritura describe con una frase inquietante: «Dios les dio espíritu de estupor, ojos para no ver, y oídos para no oír» (Ro 11:8).
Esta condición no es física, sino que es una incapacidad espiritual para discernir las verdades eternas, un adormecimiento del entendimiento que sume a la humanidad en una complacencia peligrosa. Pero ¿qué significa este juicio divino? ¿Y cómo los cristianos podemos responder a él en un mundo que se precipita hacia su fin?
El juicio del estupor en el mundo
El espíritu de estupor y el adormecimiento espiritual no es un fenómeno nuevo en la historia humana, pero su prevalencia en los últimos días será abrumadora (Mt 24:12).
Cuando el corazón engañoso del ser humano se aferra a sus deseos carnales, los ojos de su entendimiento se ciegan
La Biblia nos advierte que, como en los días de Noé, la humanidad estará tan absorta en sus placeres cotidianos —comiendo y bebiendo, casándose y dándose en casamiento (Mt 24:37-39)— que no percibirá el juicio que se avecina. No es que falten advertencias. Noé, pregonero de justicia (2 P 2:5), proclamó la verdad durante décadas, pero sus contemporáneos estaban espiritualmente adormecidos.
La naturaleza misma parece gritar esta advertencia. Los ríos se secan, las especies desaparecen y la contaminación asfixia el planeta. La creación gime (Ro 8:22), pero la respuesta humana es más diversión, más desenfreno, más seguridad terrenal.
Esta ceguera colectiva no es casual, sino el cumplimiento de lo que Jesús predijo a través de la historia de Noé: «Y no comprendieron hasta que vino el diluvio y se los llevó a todos» (Mt 24:39). El cuadro es sombrío: la humanidad, embriagada por sus propios deseos y autocomplacencia, es incapaz de escuchar las advertencias divinas y no percibirá el peligro hasta que sea demasiado tarde.
Apatía espiritual dentro de la iglesia
Lo triste es que este estupor no se limita a los impíos; incluso entre quienes profesan ser cristianos hay quienes viven en una seguridad carnal. Como la iglesia de Sardis en el libro de Apocalipsis, creen que tienen nombre de que viven, pero están muertos (Ap 3:1).
La doctrina de la soberanía de Dios nos recuerda que Él provee los medios para que Su pueblo permanezca firme
Muchos cristianos nominales están tan entregados al mundo que las verdades eternas les saben a tierra. Este rechazo por la Palabra de Dios se manifiesta no solo en pecados evidentes, que se han estado permitiendo entre los creyentes, como la fornicación o el robo, sino también en una actitud sutil y peligrosa: la apatía espiritual crónica. Por eso existen iglesias llenas de actividades y eventos, pero vacías de vida; creyentes que profesan actos de devoción, pero cuyos corazones están lejos de Dios.
En un mundo saturado de entretenimiento, sensualidad y distracciones, el espíritu de estupor es un mal que afecta tanto a incrédulos como a quienes dicen profesar la fe.
La raíz humana del estupor espiritual
Este estado de estupor es un juicio divino, pero también una consecuencia de la obstinación humana.
Cuando el corazón engañoso del ser humano se aferra a sus deseos carnales, los ojos de su entendimiento se ciegan. La caída de Adán y Eva ilustra esto con claridad: «La mujer vio que el árbol era bueno para comer, y que era agradable a los ojos» (Gn 3:6). Eva no solo vio el fruto prohibido, sino que lo deseó y ese deseo la llevó a la desobediencia. La codicia de la carne nubló el juicio de la primera pareja y, desde entonces, los ojos humanos han sido una puerta de entrada para la corrupción del alma (Mt 6:22-23). Lo que agrada a los ojos de la carne, ciega los ojos del alma.
En nuestra era, esta dinámica se amplifica. La tecnología, aunque puede ser útil, bombardea nuestros sentidos todo el tiempo con imágenes, sonidos y promesas de satisfacción instantánea. Las redes sociales alimentan la vanidad, el entretenimiento esteril, la sensualidad, la cultura del consumo, la codicia y la envidia.
Un llamado a despertar
Frente a este panorama, el cristiano no puede permanecer pasivo. La doctrina de la soberanía de Dios nos recuerda que, aunque el espíritu de estupor es un juicio divino y la expresión de un corazón que rechaza a Dios, el Señor también provee los medios para que Su pueblo permanezca firme y despierto.
En medio del estupor generalizado, Dios está despertando a un remanente fiel que vela, ora y vive para Su gloria
Jesús exhortó a Sus discípulos: «Velen y oren para que no entren en tentación» (Mt 26:41). A la luz de estas palabras, quiero extraer tres recomendaciones prácticas para vencer la apatía espiritual:
1. Vigilar contra la tentación
La vigilancia implica estar atento sobre uno mismo, para identificar las ocasiones de pecado y los desórdenes del corazón. No todas las tentaciones son iguales para todos los cristianos (Stg 1:14). Lo que para uno es inofensivo, para otro puede ser una trampa mortal. Cada creyente debe conocer sus propias debilidades y evitar exponerse a situaciones y condiciones que lo tentarán a pecar. Requiere humildad reconocer nuestra fragilidad para pedir a Dios un examen profundo (Sal 139:23-24), como también sabiduría para huir de las trampas del mundo.
2. Orar sin cesar
La oración es el antídoto contra el orgullo y la autoconfianza que nos impide ver que somos débiles. Por eso Jesús nos enseñó a clamar: «No nos dejes caer en tentación, sino líbranos del mal» (Mt 6:13). La oración constante fortalece el espíritu, renueva la mente y nos conecta con la gracia soberana de Dios. En un mundo que invita al desenfreno, el creyente debe cultivar un hábito de oración que lo mantenga anclado en la verdad (1 Ts 5:17).
3. Practicar arrepentimiento y ayuno
Los tiempos que se avecinan no son para el disfrute egoísta y despreocupado, sino para el arrepentimiento y el ayuno. Si cedemos ante las tentaciones de nuestra época, Dios nos ofrece el camino de regreso.
El arrepentimiento es el remedio divino contra el pecado, una actitud del corazón que reconoce la santidad de Dios y la gravedad de nuestra rebelión. El ayuno, por su parte, nos ayuda a someter la carne y a buscar el favor de Dios con mayor intensidad. En un mundo inundado de tentaciones, estas disciplinas espirituales son esenciales para alimentarnos de la Palabra de vida.
Esperanza en medio del juicio
Cuando el panorama es sombrío, la Palabra de Dios nos ofrece una esperanza inquebrantable. Dios no ha abandonado a Su pueblo. Así como preservó a Noé y su familia en medio del diluvio, Él guardará a Sus elegidos hasta el fin. La promesa de Cristo es clara: «Las puertas del Hades no prevalecerán contra [Mi iglesia]» (Mt 16:18). En medio del estupor generalizado, Dios está despertando a un remanente fiel que vela, ora y vive para Su gloria.
El espíritu de estupor nos recuerda la debilidad del corazón humano, pero la gracia de Dios nos capacita para vivir con los ojos abiertos
El fin del mundo se acerca, pero también la gloriosa aparición de nuestro Salvador. Mientras el mundo se hunde en su ceguera, los redimidos son llamados a brillar como luminares en la oscuridad (Fil 2:15). Este no es un tiempo para la autocomplacencia, sino para la acción; es tiempo para arrepentirnos, orar, velar y proclamar el evangelio con urgencia.
Que los últimos tiempos no nos encuentren dormidos, sino alertas, esperando con gozo la venida del Hijo del Hombre. El espíritu de estupor nos recuerda la debilidad del corazón humano, pero la gracia de Dios nos capacita para vivir con los ojos abiertos.