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Este tema sobre la quema del cadáver humano está cobrando presencia en la mente del público. Nos referimos a la sustitución de la quema por el entierro, a cubrir el cuerpo muerto con fuego, en lugar de tierra. La reducción de las cenizas a las cenizas, en lugar de polvo al polvo.

No pensamos que este interés reciente se debe a asunto de novelería o atractivo por el cambio, ni de un espiritualismo o un materialismo excesivo; sino que es otra fase de la necesidad humana en procura de la facilidad y bienestar de su existencia. Salomón lo dice así: “Es gloria de Dios encubrir una cosa, pero la gloria de los reyes es investigar un asunto” (Pr .25:2).

El hombre ha descubierto nuevos senderos en la ciencia sanitaria, en el urbanismo de las ciudades, en las comunicaciones, en la construcción de la vivienda y la distribución de las familias; en fin, en todo tipo de preocupación por el bienestar temporal. El tema de la cremación del cuerpo cae dentro de este aspecto. Nos concierne como seres humanos, no tanto como seguidores de una religión, o los miembros de una iglesia, o creyentes en un credo especial.

Un poco de historia

Los ritos de sepultura a la usanza nuestra iniciaron en la cultura hebrea: “Abraham sepultó a Sara su mujer en la cueva del campo de Macpela” (Gn. 23:19). Ya en Egipto fue de otra forma: “Los médicos embalsamaron a Israel… Y murió José a la edad de ciento diez años; y lo embalsamaron”  (Gn. 50:2,26). Para el hebreo, el lugar de sepultura era algo sagrado. Aun los criminales ejecutados eran enterrados ese mismo día: el común del pueblo fuera de la ciudad; los nobles y profetas de honra dentro de sus muros. Nuestra costumbre de embellecer los cementerios bien pudo haber sido heredado de la cultura hebreo cristiana. Las tumbas eran adornadas, y en algunos casos hacían mausoleos: “Edificáis los sepulcros de los profetas y adornáis los monumentos de los justos” (Mt. 23:29).

Ahora bien, la idea de que el cuerpo contenía, en cierto sentido, el alma, y que su entierro era de algún modo una garantía de descanso, es indicada por el ministro americano Octavius Brooks Frothinghan en el siglo XIX. Ritos primitivos de inhumación indicaban que, cuando era enterrado un cuerpo, imaginaban que un ser vivo era enterrado con él. Escribir el nombre en la tumba, la costumbre de enterrarlos vestidos, ponerle sus armas, y hasta comida con vino, sugieren que ellos imaginaban que el alma permanecía con el cuerpo en la morada subterránea.

La realidad de los cadáveres

Hay la socorrida idea de que, tan pronto como una persona muere y es enterrada, su cuerpo pasa a un estado de descanso. Pero nada más lejos de la realidad, porque la naturaleza nunca duerme. El cuerpo dejado en la tumba rápidamente se descompone, combustión espontánea surge a nivel micro, gases venenosos se producen, virus y peligros de enfermedades surgen con potencia. Inicia lo indetenible: el proceso de reducirlo a polvo. Felizmente hoy los envolvemos en una caja, y sellamos la tumba para que la descomposición química no contamine las aguas subterráneas. Los vivos son puestos bajo protección de los cuerpos muertos.

¿Cuándo sería necesario una cremación?  

En un terremoto devastador, de lo cual Haití y China son un elocuente ejemplo. Miles de cadáveres fueron cremados. También, una epidemia infecciosa demandaría quemar los muertos. Por razón de urbanismo y sanidad, ciudades con millones de habitantes demandan cremación de sus difuntos, al no disponer de un espacio tan grande para un cementerio. Además, una situación económica de familias pobres en pueblos donde la cremación sería más barata. Lo mismo si por asunto de mudanza de un país a otro, en gratificación de sus sentimientos, alguno quisiera llevar consigo a su muerto. En fin, razones sanitarias, económicas, familiares, y de urbanismo convertirían la cremación en un acto de misericordia.

El argumento bíblico

La sentencia divina al respecto: “Polvo eres, y al polvo volverás” (Gn. 3:19), esto es, que tu cuerpo será abandonado por tu alma, y se convertirá en un puñado de polvo. Nada de uno quedaría en el cuerpo muerto. Y si algo quedase, sería solo en la imaginación de los vivos. Envuelto el cuerpo muerto en tierra, enterrado, o en fuego, cremado, ambos métodos conducen al mismo fin: polvo.

Otro texto que apunta hacia lo mismo es este: “La carne y la sangre no pueden heredar el reino de Dios; ni lo que se corrompe hereda lo incorruptible” (1Co. 15:50). El cuerpo natural es de carne y hueso, o que consiste en huesos, músculos, nervios, venas, arterias, líquidos, y gases. Es un cuerpo corruptible, sujeto a disolución, a la putrefacción, que finalmente termina en una pequeña porción de polvo. La herencia celestial es incorruptible, y nunca se marchita. ¿Cómo puede esto ser poseído por la carne y la sangre, que es corruptible y se desvanecerá?

No hace diferencia alguna con relación a nuestra fe, o a lo espiritual y eterno, si el cuerpo muerto de los creyentes sea enterrado o quemado. El tema de la cremación del cuerpo nos concierne como seres humanos, no tanto como seguidores de una religión, o los miembros de una iglesia, o creyentes en un credo especial. La tendencia a favor de la cremación no es imaginación del paganismo, pero sí de un serio interés como ser racional, o dicho de otro modo, es asunto netamente humano. Y siendo así, ha de ser tratado racionalmente o como, se ha dicho, por razones de sanidad, urbanismo, y economía.

Conclusión

No sería contra la voluntad de Dios si uno envuelve con el fuego de la cremación el cuerpo muerto. Por tanto, podemos parafrasearlo con estas palabras: Quien entierra a sus muertos y da gracias a Dios, para el Señor entierra. Y quien hace cremación del cuerpo de sus difuntos, y da gracias a Dios, para el Señor ha cremado. Amén.

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