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Nota del editor: 

Este es un fragmento adaptado del libro Dios salva pecadores: Una exposición bíblica a los 20 temas más importantes de la salvación (Poiema Publicaciones, 2016), por Oskar E. Arocha.

Hemos sido llamados a confiar eternamente en la obra de Cristo estando convencidos de «que el que comenzó… la buena obra, la perfeccionará hasta el día de Cristo Jesús» (Fil 1:6). La encomienda evangélica es que Dios Padre ha garantizado por medio del Espíritu preservar a todo aquel que le pertenece en Cristo por medio de un infalible diseño. En otras palabras, el creyente perseverará hasta al final gracias a Dios (Mt 24:13).

El significado de «la concurrencia»

Dios preserva a los suyos y los suyos perseveran. A eso comúnmente los teólogos lo llaman «la concurrencia»: Dios es la causa fundamental de todo y al mismo tiempo Él habilita a Sus criaturas a funcionar como segunda causa (1 Co 12:6). En otras palabras, el fundamento es la gracia de Dios, la cual obra preservando a los Suyos. La máxima causa está en Dios, quien obra. Por tanto, si somos protegidos por Dios, entonces llegaremos a salvo. Al mismo tiempo, Dios nos ordena a permanecer y, si hemos de estar con Él en gloria, será porque habremos perseverado firmes hasta el fin (2 Ts 3:3). El texto que más explícitamente presenta la simultaneidad de la actividad divina y humana es el siguiente:

Así que, amados míos, tal como siempre han obedecido, no solo en mi presencia, sino ahora mucho más en mi ausencia, ocúpense en su salvación con temor y temblor. Porque Dios es quien obra en ustedes tanto el querer como el hacer, para Su buena intención (Fil 2:12-13).

Bockmuehl comenta:

En el griego, el verso 13 empieza enfáticamente con Dios. Esto claramente enfatiza Su agencia y no la nuestra. Es el poder de Dios que «energiza» a la ciudadanía cristiana a ocuparse de su salvación. En sentido teológico, la relación entre la obra de Dios y Su demanda moral muestra que tanto la libre voluntad y la responsabilidad del individuo son completamente compatibles con la soberana voluntad de Dios.1

¿Cuál es el mandamiento divino? Que los creyentes se ocupen «en su salvación con temor y temblor». ¿Por qué han de ocuparse apasionadamente en perseverar en su salvación? «Porque Dios es quien obra… tanto el querer como el hacer».

¿Quién es el que persevera? El creyente. ¿Quién es el que eficazmente garantiza la preservación? Dios. Gracias a la obra de Cristo en la cruz, el creyente persevera seguro y esperanzado en Dios que poderosamente lo preservará.

La seguridad de la salvación y la santidad

La seguridad del creyente y la esperanza van de la mano. La esperanza es real porque Cristo es real, y Él es la fuente de nuestra seguridad. Cristo nos anima a seguir adelante, a soportar las aflicciones y a luchar contra la carne que es contraria a Dios. Gracias al fundamento de las promesas divinas de salvación compradas por Cristo, el creyente puede estar seguro de su justificación ante Dios y del amor del Padre.

Gracias a la obra de Cristo en la cruz, el creyente persevera seguro y esperanzado en Dios que poderosamente lo preservará

Porque ¿quién es el que condena y justifica? Es Dios. Por tanto, gracias a que somos justificados en Cristo, el creyente puede estar convencido de que nada ni nadie lo podrá separar del amor de Dios (Ro 8:37-39). Puede tener un conocimiento seguro y una convicción presente de su relación con Dios: de que fue, es y será salvado, que es de Cristo y que en Él su elección eterna, estado de gracia, vida y preservación están confirmadas (Ro 5:9-10).

El esfuerzo del creyente es de constante y arduo trabajo, pero no se puede perder de vista que el esfuerzo no es el enfoque. La mirada debe estar siempre puesta en Cristo y en Su obra redentora porque solamente mirando a Dios podemos estar seguros (Sal 27:13; 1 P 1:21). Él fue quien dijo: «Jamás perecerán, y nadie las arrebatará de Mi mano» (Jn 10:28). Esta seguridad se sostiene por la gracia prometida del testimonio del Espíritu de adopción, el cual testifica a nuestro espíritu que somos hijos de Dios (Ro 8:15-16; 15:13-14).

Por tanto, hay una estrecha relación entre la seguridad y la santificación, entre una firme esperanza y el perseverar del creyente. Mientras más descansamos en Cristo, más seremos fortalecidos a permanecer, y aquellos que maduran en su camino son los que más han crecido en santidad (Hch 24:15-16; 2 P 1:10-11). La puerta para perseverar en santidad es la esperanza (2 Co 4:16-18) y la esperanza se encuentra exclusivamente en Cristo (1 Ti 1:1).

El gran dilema: ¿salvo siempre salvo?

Entonces, ¿qué pasa con aquellos que se convirtieron y luego cayeron? ¿Es cierto lo que dicen algunos: «salvo siempre salvo»? Sí y no.

Empecemos con el «no». Nunca encontraremos en la Biblia que el simple hecho de que alguien pase al frente, haga una oración de fe o sea miembro de una iglesia local acredite que su experiencia espiritual sea verdadera. En cambio, una y otra vez la Biblia advierte del peligro para el que no persevera, pues no perseverar es una muestra de nunca haber nacido de nuevo.

El apóstol Pablo señaló a Israel como ejemplo, porque «Dios no se agradó de la mayor parte de ellos… Por tanto, el que cree que está firme, tenga cuidado, no sea que caiga» (1 Co 10:1-12; cp. He 3:17; 2 P 3:17). El apóstol Juan lo describe de esta manera:

Salieron de nosotros, pero en realidad no eran de nosotros, porque si hubieran sido de nosotros, habrían permanecido con nosotros; pero salieron, a fin de que se manifestara que no todos son de nosotros (1 Jn 2:19).

Sin embargo, la causa máxima de que el creyente persevere hasta al final enfáticamente depende de Dios. Si el creyente cae en grave pecado y por algún tiempo permanece en él, si es un verdadero creyente, por la gracia de Dios renovará su arrepentimiento y será preservado hasta el fin.

Aquellos que no son restaurados y no permanecen nunca fueron de Cristo. Nosotros que somos de Cristo, estando convencidos de esta ciertísima realidad, bendecimos a Dios que «nos ha hecho renacer a una esperanza viva… para obtener una herencia reservada en los cielos para nosotros» (1 P 1:3-5). Mientras tanto, «en esta morada gemimos, anhelando ser vestidos en nuestra habitación celestial… El que nos preparó para esto mismo es Dios, quien nos dio el Espíritu como garantía» (2 Co 5:2-8).


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1  Marcus Bockmuehl, The Epistle to the Philippians, Black’s New Testament Commentary (London: A & C Black, 1997), p. 153.
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