Si eras una mujer del siglo XVI en Alemania, toda tu vida era decidida por tu tutor. Al igual que los niños, las mujeres tenían tutores legales que tomaban decisiones por ellas. Si no había un padre, un hermano o un marido, las autoridades locales designaban a un tutor, muy parecido a lo que hacemos actualmente con los huérfanos. Las mujeres no podían casarse, tener un trabajo, poseer propiedades y ni siquiera tener derechos legales sobre sus hijos sin el permiso de sus tutores.
Este es el contexto en el que se desarrolla la vida de Catalina von Bora, y es lo que hace tan fascinante su rechazo a un pretendiente cuando no tenía ni un centavo a su nombre. Su vida nos muestra que la fidelidad cristiana no tiene que ver con estar casado o soltero, sino con aferrarse a la gracia y la libertad que se nos ha dado en Cristo.
La vida en el convento
Catalina «Caty» von Bora nació en el seno de una familia noble de rango inferior. Cuando tenía cinco años, fue enviada a estudiar en un convento para niñas. Era un buen lugar para vivir y la trataban bien. Pero cuando tenía diez años, su padre perdió todo su dinero y se decidió que se haría monja. La mayoría de los conventos exigían una dote a la familia, una «donación» para cuidar de la mujer durante el resto de su vida. Como su padre no tenía dinero, la envió a un convento caritativo que no exigía una dote mínima.
La fidelidad cristiana no tiene que ver con estar casado o soltero, sino con aferrarse a la gracia y la libertad que se nos ha dado en Cristo
Cuando cumplió dieciséis años, ya tenía la edad suficiente para tomar los votos. ¿Qué otra opción tenía? No podía casarse ni conseguir un trabajo. Esa era la vida que su padre decidió para ella; no había otra opción legal. Es más, huir de un convento en el Sacro Imperio Romano Germánico se castigaba con la muerte.
El convento permanecía en silencio. Estaba prohibido hablar y tener amistades. Se prohibía cualquier contacto con el mundo exterior, incluso con la familia. Solo se podía hablar para rezar o adorar a Dios. Era una época en la que hacerse a uno mismo débil era una señal de fortaleza espiritual. Entonces, las mujeres del convento vivían con unas mil calorías al día, sin carne, con la excepción de algún pescado ocasional. Se les permitía dormir aquí y allá. Era una situación propicia para abusos adicionales.
Escape a la verdadera libertad
En 1520, el reformador Martín Lutero escribió: «Un cristiano es el señor perfectamente libre de todo, sujeto a nada. Un cristiano es el siervo más obediente de todos, sujeto a toda persona». Esta paradoja era el punto central de su visión de la libertad cristiana. No tienes que demostrar nada a nadie, porque tu salvación es solo por gracia. Debes ser un siervo obediente con tu prójimo, porque llevas la identidad de Cristo.
En 1521, Lutero estaba elaborando las implicaciones de su doctrina de la libertad cristiana. Enseñaba que, si la identidad cristiana se recibe libremente, no es tolerable manipular espiritualmente a los cristianos para obtener lo que uno quiere de ellos. En su tratado «Sobre los votos monásticos», Lutero proclamó que cualquier persona perteneciente a una orden monástica que fuera forzada a tomar los votos contra su voluntad era libre en Cristo para abandonar la orden. Pronto, muchos monjes abandonaron sus monasterios y regresaron con sus familias, o buscaron trabajo y formaron sus propias familias. Pasaron años antes de que las monjas intentaran la misma hazaña. Incluso si lograban escapar de forma segura a una región leal a la causa protestante, todavía necesitaban tutores.
La historia de Catalina es muy conocida: era una de una docena de monjas que escaparon y se presentaron en la puerta de Lutero sin un centavo, sin tutores y solo con la ropa que llevaban puesta. Él escribió a todas sus familias, pero la mayoría no quiso (o no pudo) recibirlas de regreso. Lutero tenía un problema en sus manos. Así que este tímido profesor universitario, este defensor de la gracia sola, comenzó a hacer de casamentero.
La monja sobrante con altas expectativas
Lutero emparejó a Catalina con un hombre llamado Jerome Baumgartner. Se enamoraron rápidamente y empezaron a hacer planes para casarse. Pero después de ir a casa de sus padres para pedirles permiso, Baumgartner dejó de hablar con Catalina durante aproximadamente un año. Lutero le escribió en nombre de Catalina varias veces y, finalmente, se descubrió que los padres de Baumgartner lo habían casado con una joven adinerada de 14 años, perteneciente a una familia poderosa. Llamaron «solterona» a Catalina y no aprobaban a la fugitiva de veinticuatro años que no tenía un centavo.
Cuando se entiende la Palabra de libertad por la fe, podemos amar de verdad al prójimo que Dios ha puesto frente a nosotros
Mientras tanto, todas las demás monjas que habían escapado encontraron maridos idóneos y se casaron. Así que, cuando el compromiso de Catalina se rompió, Lutero se puso a buscar otro partido para esta «monja sobrante». Catalina no se lo puso fácil. Para entonces, era conocida por sus opiniones firmes y su voluntad fuerte. Ya que por fin era capaz de hablar, decía lo que pensaba. La casa donde se alojaba pertenecía a la acaudalada familia Cranach, que la trataba como a una hija. Allí se codeaba con huéspedes como el rey Cristián de Noruega, Dinamarca y Suecia, que se encontraba en Wittenberg estudiando las doctrinas de la Reforma.
El único hombre que Lutero pudo encontrar para cortejar a Catalina era un reverendo, Kaspar Glatz. Él era tacaño con su dinero y con sus cumplidos. Era un hombre gruñón, y después de conocerlo, Catalina lo rechazó de inmediato. Mientras hablaba con el amigo y colega de Lutero, Nikolaus von Amsdorf, quien intentaba explicarle que los mendigos no pueden elegir, Catalina dijo que estaba contenta de permanecer soltera. Después de todo, había salido de la prisión del convento; no estaba dispuesta a entrar en la prisión de casarse con un hombre al que no podía respetar. Cuando Amsdorf le preguntó quién en la tierra podría satisfacer sus altas expectativas, Catalina respondió que estaría dispuesta a casarse con él o con Lutero.
Amando al prójimo y fastidiando al diablo
Catalina sabía que la libertad cristiana significa que somos libres para servir y amar a nuestro prójimo; no significa que debamos temer al hombre y hacer lo que nuestro prójimo quiera. Catalina apostó su vida sobre esa paradoja.
La libertad cristiana significa que somos libres para servir y amar a nuestro prójimo
Amsdorf fue a ver a Lutero y le dijo que Catalina solo estaba dispuesta a casarse con el propio Lutero, omitiendo convenientemente su propio nombre en la lista en su relato. Lutero consideró la propuesta de Amsdorf. Dijo que, si hubiera tenido intención de casarse, se habría casado con Eva, una de las otras monjas a las que había dado en matrimonio. Era bonita y dulce. Catalina era… bueno, Catalina decía lo que pensaba. No era su primera opción, era la que quedaba. Pero Lutero oró y decidió casarse con Catalina. El matrimonio sanaría algunas rencillas que su padre tenía con él y sería una declaración política y teológica ante el mundo: que los monjes y las monjas eran libres de casarse. Lo más importante de todo, Lutero dijo que casarse «fastidiaría al diablo», el cual se oponía a toda libertad cristiana.
Lutero y Catalina no estaban enamorados cuando se casaron. Ni siquiera eran compatibles, ya que eran las dos personas más testarudas del Sacro Imperio Romano Germánico. Pero su testarudez apuntaba en la misma dirección y, en cuestión de semanas, las confesiones de amor y afecto hacia su esposa comenzaron a aflorar en las cartas que Lutero enviaba a sus amigos. En lugar de ser un lastre para su ministerio, como les preocupaba a sus amigos, Catalina le permitió a Lutero enseñar y predicar más que nunca. Ella lo liberó de una carga. Su matrimonio se basó en el respeto y la libertad de servir al prójimo, que incluía el uno al otro.
La Palabra nos hace libres
¿Qué podemos aprender de Catalina? Ella claramente creía que la libertad cristiana también se aplicaba a ella. En Cristo, era «una señora perfectamente libre de todo». Nadie podía decirle con quién debía casarse. Nadie le diría que tenía que casarse. Más adelante, como esposa del famoso Lutero, vio repetidamente cómo la gente le decía al reformador lo que «debía» hacer para que la iglesia sobreviviera. La respuesta de Lutero: «Yo no hice nada; la Palabra lo hizo todo». Tener una perspectiva adecuada sobre quién sostiene a la iglesia y al mundo nos libera de la compulsión manipuladora a nivel espiritual.
Pero cuando se entiende la Palabra de libertad por la fe, podemos amar de verdad al prójimo que Dios ha puesto frente a nosotros. Al casarse con Lutero, Catalina eligió una posición que le permitió usar su casa como hospital durante la peste negra, acoger a huérfanos, hospedar a dignatarios y eruditos de todo el mundo, y ser el más profundo aliento para su esposo. Su vida fue una vida de servicio, en verdadera libertad.
 
																			 
																			 
																			 
																			 
																			 
			



 
											 
				 
				 
				 
				 
				 
				 
				 
													 
													 
													 
													 
													 
													 
													