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1. El dinero puede hacer que te olvides de Dios

La necesidad física puede hacer que le pidas ayuda a Dios y, a medida que pides ayuda, te das cuenta de que la necesitas no solo físicamente sino también espiritualmente. Un pastor de una iglesia en una comunidad extremadamente rica me dijo que dado que su gente puede comprar su entrada o salida de casi cualquier cosa, para ellos es difícil pensar en su necesidad. La supuesta autosuficiencia que trae la riqueza puede tentarnos a creer en una ilusión más grande: nuestra autonomía; pensar que tenemos el derecho de vivir la vida como queremos. O la ilusión de nuestra autosuficiencia; pensar que tenemos dentro de nosotros todo lo que necesitamos para ser lo que somos. El dinero puede permitir que nos compremos una forma de vida egocéntrica, una que actúa como nosotros somos lo más grande, y lo más importante son nuestros deseos, necesidades, y sentimientos.

A medida que el dinero redefine tu identidad, también puede cambiar la forma en que miras a los demás.

Ahora, no me malinterpretes. No hay enseñanza en las Escrituras que nos lleve a creer que las personas pobres están mejor espiritualmente. Mi punto es alertarte sobre uno de los peligros del dinero. El dinero puede funcionar como un ingrediente en un estilo de vida que, para ser franco, se olvida que Dios existe y que Él tiene un plan. Este estilo de vida tiene más que ver con la gloria propia que con la gloria de Dios, y el gasto del dinero se reduce a los deseos personales, las necesidades autodefinidas, y la búsqueda de la comodidad y el placer. Aquellos atrapados en ese estilo de vida no pueden negar teológicamente la existencia de Dios, pero su dinero apoya un estilo de vida que lo ignora. A medida que el dinero redefine tu identidad, también puede cambiar la forma en que miras a los demás.

2. El dinero puede cambiar tu forma de pensar sobre ti

El dinero es un estimulante. Lo usarás para estimular una forma de vida que se centra en Dios o una forma de vida que se centra en ti. Un amigo me dijo que durante años se había sentido orgulloso de haberse comprometido a estar contento con un estilo de vida “sencillo”… hasta que tuvo mucho dinero. De pronto quería un coche más lujoso, le atraía la camisa más cara, y quería comer en el mejor restaurante. Me dijo: “Fue humillante admitir que mi vida simple no era porque estaba espiritualmente comprometido con eso. Había vivido una vida sencilla porque era pobre”.

El dinero puede animarte a ser más egocéntrico y exigente. Puede llevarte a estar descontento con lo que antes te satisfacía y, aún más peligroso, el dinero puede hacer que comiences a esperar de la vida lo que no deberías esperar de ella, y a sentir que mereces lo que no mereces. El dinero en realidad puede tener una gran influencia en cómo te defines y cómo piensas sobre tu vida y sobre lo que le da forma a lo que te decepciona.

3. El dinero puede hacer que menosprecies a los demás

Lo que pasó era claro y triste. Unos niños ricos rodearon y se burlaron de un hombre vagabundo que hacía lo posible para huir de allí. ¿Cuál era la diferencia entre los niños y el vagabundo? Bueno, en lo que en verdad importa no había diferencia. Los niños y el vagabundo son hechos a la imagen de Dios y tienen como propósito reflejar Su gloria. Todos ellos son pecadores que necesitan desesperadamente la redención. Ni el vagabundo ni los adolescentes ricos habían estado a cargo de todas las circunstancias que los habían llevado a su lugar en la vida. Ni los niños ni el hombre podrían pararse ante Dios y decirle que merecen algo. Pero los chicos no se veían a sí mismos como similares al hombre. Se veían a sí mismos como si pertenecieran a una orden superior de seres humanos, y por eso maltrataron al hombre pobre como si fuera menos que humano.

¿Qué hizo que pensaran así y lo trataran así? Bueno, hay muchas respuestas a esa pregunta, demasiadas para que las consideremos aquí, pero hay un ingrediente importante que alimentó todo el problema: el dinero. Para esos muchachos suburbanos de bachillerato, este hombre era un vagabundo, un perdedor. Ellos eran los elegidos. Lo que sucedió es feo y mezquino, y representa uno de los peligros del dinero. A medida que el dinero redefine tu identidad, también puede cambiar la forma en que miras a los demás. El dinero puede estimular el prejuicio del orgullo que se esconde en algún lugar del corazón de cada pecador.

4. El dinero puede debilitar tu determinación de luchar contra la tentación

Cuando mi amigo admitió su problema con el dinero, estaba diciendo algo más. De una manera real, su pobreza lo había protegido de poder seguir por completo el camino de su codicia. No, no lo había protegido de ser envidioso y de sentirse descontento, pero simplemente no tenía dinero para pagar todo lo que su corazón egoísta se podía imaginar. Este punto es precisamente el motivo por el cual la Biblia nos alerta del peligro de las riquezas. Venimos a este mundo como personas que necesitan entrenarse de nuevo. Venimos a este mundo siendo un peligro para nosotros mismos. Estamos naturalmente más descontentos que contentos. Nos atrae naturalmente lo que debería asustarnos. Impulsamos intuitivamente los límites de Dios. Así que cualquier cosa en nuestras vidas que nos proteja de nosotros, cualquier cosa que nos retenga, o cualquier cosa que nos haga difícil ir a donde vagan nuestros deseos es una bendición.

El dinero es un peligro porque elimina restricciones y, al hacerlo, expone nuestro corazón. Cuando la gracia de Dios ha formado en nosotros corazones verdaderamente contentos, podemos vivir vidas de autocontrol, sin seguir el rastro de conejo de cada deseo egoísta que nuestras billeteras puedan costear. Mira, la mayoría de nosotros compramos regularmente lo que no necesitamos porque hemos seguido deseos que deberíamos restringir, y la moderación es necesaria, porque podemos permitirnos lo que sea que en ese momento llame la atención de nuestros corazones.

5. El dinero puede financiar tu lealtad al reino del yo

Bueno, este es el resultado final. Ya he dicho mucho al respecto, pero este punto también requiere más atención especial. No hay neutralidad cuando se trata de tu relación con el uso diario del dinero. Mientras tienes y usas tu dinero, debes recordarte constantemente que tener y usar tu dinero son actos de adoración. Así de importante es este problema. O estás usando tus fondos para adorarte a ti mismo, incluso si no eres consciente de ello, o estás usando tu dinero en la adoración consciente de Dios. Tu dinero se está invirtiendo en la construcción de tu pequeño reino de ti mismo, centrado en ti mismo, o en los intereses del gran y glorioso reino eterno de Dios. Esta es la tentación a la que se enfrenta cada pecador: a usar los recursos que se le han dado para financiar los deseos y necesidades del reino del yo. Y cuanto más dinero tengas, más poder tendrá esa tentación.

El regalo más dulce no es una cosa. Es una persona. El mejor regalo de Dios es Él mismo.

Entonces, el dinero realmente importa. Dios te ha colocado en un mundo donde el dinero existe e influirá en la forma y dirección de tu vida. Debido a que el dinero te expone tanto a la bendición como al peligro, tus problemas con el dinero se extienden a un nivel más profundo, más allá de tus finanzas o lo bien que elaboraste tu presupuesto. ¿Son de beneficio el dinero, la educación, y el presupuesto? ¡Por supuesto! Pero no van al punto sobre el verdadero peligro del dinero.

Cuando hago un mal uso del dinero, no lo hago porque soy ignorante o porque no tengo presupuesto. No, lo uso mal porque en ese momento no me importa lo que Dios o cualquier otra persona diga. Quiero lo que quiero, y si puedo usar mis recursos para obtenerlo, lo conseguiré. El dinero importa porque interactúa con uno de los problemas más importantes de mi corazón: el egoísmo del pecado. Ninguna cantidad de dinero, educación, o presupuesto tiene el poder de liberarme de la avaricia de mi corazón pecaminoso. Para eso solo existe una cosa: la poderosa gracia de mi Redentor. Él sabe lo egoísta y codicioso que puedo ser. Él sabe cómo hago una resolución un día que abandono el siguiente. Él sabe con qué facilidad me seduce el pensar que hay algo en la creación que satisfará el anhelo de mi corazón. Él sabe que puedo decir que creo en Dios, pero que vivo como si no existiera. Por eso Él me ha bendecido con su gracia aquí y ahora. Sí, esa gracia me perdona, pero hace más que eso: me da todo lo que necesito para vivir de la manera que fui diseñado para vivir en este mundo loco por el dinero. ¿Cuál es el regalo más dulce de esa gracia? Bueno, el regalo más dulce no es una cosa. Es una persona. El mejor regalo de Dios es Él mismo. Él viene y vive dentro de mí, de modo que cuando el deseo interno se encuentra con la tentación exterior, tendré justo lo que necesito para pelear la batalla.

El dinero importa, pero la gracia de Dios importa más. Solo la gracia me da la fuerza y la libertad que necesitaré hasta que no haya más peligro del dinero.


Este artículo está adaptado de Redeeming Money: How God Reveals and Reorients Our Hearts por Paul David Tripp.


Publicado originalmente en Crossway. Traducido por Equipo Coalición.
Imagen: Lightstock.
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