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Nota del editor: 

Este es un fragmento adaptado del libro Cultura y conexión (Poiema, 2020), por Daniel Strange.

Vayamos al grano: tenemos que interactuar con la cultura, no nos queda de otra. Nos guste o no, interactuar con la cultura es inevitable porque los seres humanos somos criaturas culturales. Consumimos y creamos cultura todos los días. No podemos evitarlo. Pero también pertenecemos a una cultura, y esa es una parte innegable de lo que somos.

Estas son cuatro razones por las que nos importa la cultura:

1) Nos importa porque no tenemos opción

Como creyentes, lo principal de nuestra identidad es que somos un pueblo que está “en Cristo”. Pero esta realidad espiritual no quita la realidad terrenal de que todos somos de algún lugar. Todos nacimos en un momento específico, en un lugar específico y en una familia específica. Todos tenemos una identidad propia que expresamos en las historias que creamos, y un conjunto de historias culturales con las que crecimos y que a su vez han formado nuestra identidad.

Y la influencia de nuestra propia cultura definitivamente afecta nuestra manera de interpretar la Biblia; todos la vemos a través de un filtro cultural, como cuando uno ve las cosas a través de cristales tintados. Como ha dicho el teólogo holandés Herman Bavinck: Cada vez que el evangelio se va a predicar en un lenguaje diferente, a un pueblo diferente, hay que transmutar (traducir) una variedad de palabras, por así decirlo, y ofrecer un contenido nuevo. No existe un idioma con el cual se pueda transmitir el evangelio y que todo el mundo lo entienda exactamente de la misma manera.

El evangelio no “encaja” en ninguna cultura en particular. Pero yo, por supuesto, tiendo a asumir que el evangelio “encaja” perfectamente en el contexto al que pertenezco, es decir, que la manera en que nosotros hacemos las cosas como creyentes es como siempre ha sido y siempre será. O asumo que estoy por encima de la cultura, y que mi contexto no me afecta. Esta falta de autoconciencia cultural a veces me causa problemas, especialmente cuando tengo que trabajar y adorar junto con otros cristianos de otros contextos.

Interactuamos con la cultura porque queremos seguir a Jesús fielmente mientras vivamos en Su mundo

Si no pienso cuidadosamente en la cultura, no puedo discernir si he confundido el evangelio con la cultura, y si he sido demasiado rígido o demasiado flexible. Por favor, no me malentiendas. No estoy diciendo que el significado del evangelio cambia dependiendo de la cultura. Dios reveló Su verdad con claridad. Él no está localizado en ninguna cultura, ni está limitado por alguna. Él es el único Creador, distinto de toda la creación. Así que aunque ningún ser humano puede comunicar la verdad del evangelio de una manera que no haya sido afectada por la cultura, la verdad puede estar por encima y más allá de la cultura.

No podemos escapar de nuestra cultura, por lo que debemos estar apercibidos de ella. Pero hay más: podemos y debemos abrazarla, porque reconocemos y celebramos la maravillosa combinación de la unión cultural de los cristianos, que no significa uniformidad, y de la diversidad cultural de los cristianos, que no significa división.

2) Nos importa seguir a Jesús

Interactuamos con la cultura porque queremos seguir a Jesús fielmente mientras vivamos en Su mundo. Y parte de vivir en Su mundo implica consumir y crear cultura. Queremos ser fieles a Jesús al consumir cultura. Cuando el apóstol Juan escribió su primera carta a los cristianos en Asia, quería que lo último que escuchara su audiencia fuera esto: “Queridos hijos, apártense de los ídolos” (1 Jn 5:21, NVI). Definamos los ídolos como dioses falsos que han cautivado nuestros corazones, cuando nuestros corazones deberían ser cautivados por Jesús.

Para poder guardarnos de los ídolos, debemos ser capaces de reconocerlos y de saber cómo operan. Los ídolos son difíciles de detectar. La idolatría es sutil porque Satanás es hábil y astuto. Los ídolos son dioses falsos que saben cómo disfrazarse.

Para guardarnos de los ídolos tenemos que estar adorando correctamente, porque nuestros corazones están diseñados para adorar en todo momento

En nuestras iglesias estamos hablando cada vez más sobre “ídolos profundos” como el poder, la comodidad, la aprobación y el control. Pero creo que cuando se trata de los ídolos culturales, no somos muy conscientes, en parte por lo que dijimos anteriormente: o pensamos que la cultura no importa, o pensamos que no somos seres culturales. El problema es que la cultura nos arropa: no hay escapatoria. ¿Qué tal te estás guardando de los ídolos a la hora de votar? ¿A la hora de escoger una escuela para tus hijos? ¿Al decidir lo que vas a ver en la televisión? ¿Al hacer cualquier cosa durante todas las horas de tu vida en las que no estás haciendo algo relacionado con la iglesia?

Lo que he dicho hasta ahora podría sonar pasivo, defensivo y reactivo. Pero también debemos reconocer que, como seres humanos, fuimos diseñados para ser creadores y constructores de cultura. Para guardarnos de los ídolos tenemos que estar adorando correctamente, porque nuestros corazones están diseñados para adorar en todo momento.

3) Nos importa contarle a otros sobre Jesús

Todo cristiano está llamado a dar razón de su esperanza (1 P 3:15), y esto es más que un ejercicio intelectual, puesto que somos más que cerebros andantes. Tampoco es una esperanza aérea y etérea. Es una “esperanza viva” (1 P 1:3). Es el tipo de esperanza que involucra todo lo que somos: nuestras emociones, nuestro intelecto, nuestra voluntad, nuestros deseos y nuestra imaginación. Somos personas completas hablando a otras personas completas, no solo para presentarles una filosofía, una cosmovisión o un mensaje (aunque el evangelio es todas esas cosas), sino a una Persona.

¿Y qué tiene que ver todo esto con conectar con la cultura? El punto es que el pecado y la incredulidad se manifiestan de diversas maneras en las culturas y las subculturas. Los académicos lo llaman una “estructura de plausibilidad”; en esencia, una cosmovisión. Ahora, ¿cómo podemos saber cuál es la cosmovisión de una persona? Mirando las historias culturales que consume y que crea. Por ejemplo, el secularismo. Nuestra era secular no tiene tanto que ver con lo que las personas creen o no creen, sino con lo que les parece creíble. Se trata de credibilidad.

El cristianismo, y la religión en general, es cuestionado y discutido de una forma que ni se consideraba hace cientos de años. Hoy en día es una opción entre muchas otras que también son cuestionadas, incluyendo el ateísmo. Cada opción tiene sus fortalezas y debilidades, y analizarlas todas nos deja abrumados y perplejos.

En una cultura donde pensamos que a nadie le interesa nuestro mensaje, la realidad es que sí tenemos vías para evangelizar

Nos guste o no, todos vivimos en esta era secular. También los cristianos inhalamos esta cosmovisión al consumir cultura cada día. Por ejemplo, ¿cómo decidimos confiar (o no) en las enseñanzas de un pastor en un mundo donde hay un millón de podcasts? Debemos ser honestos y cambiar nuestra percepción de que lo “secular” está “allá afuera” y entender que es el contexto cultural en el que seguimos a Cristo y hablamos de Cristo a los demás.

Pero hay esperanza. En una cultura donde pensamos frecuentemente que a nadie le interesa nuestro mensaje, la realidad es que sí tenemos vías para evangelizar, pero debemos saber dónde buscarlas.

4) ¡Nos importa Jesús!

Esta última razón es tal vez la más importante. Quizás debió ser la primera en la lista. Interactuamos con la cultura porque nos importa Jesús.

¿Quién es Jesucristo? Es Aquel a quien se le ha “dado toda autoridad en el cielo y en la tierra” (Mt 28:18). Él es nuestro Señor y el Señor del universo. Abraham Kuyper, el teólogo y primer ministro holandés, dio en el clavo cuando dijo: “No hay una pulgada en todo el dominio de nuestra existencia humana sobre la cual Cristo, el Soberano sobre todo, no clame: ‘¡Mío!’”. Jesucristo tiene el derecho de ser el Señor de todo. Él tiene “el nombre que está sobre todo nombre” (Fil 2:9). Él no se acomoda ni se adapta a una sola cultura; más bien, Él reclama todo lo que existe porque todo es Suyo.

Nosotros somos Sus embajadores y vicegobernadores. Los cristianos tienen el deber de desafiar las áreas donde el señorío de Cristo no sea respetado. Toda historia sobre algo en la creación que no conecte ese algo con Cristo está incompleta y, por lo tanto, es engañosa. Por esa razón: “Destruimos argumentos y toda altivez que se levanta contra el conocimiento de Dios, y llevamos cautivo todo pensamiento para que se someta a Cristo” (2 Co 10:5, NVI).

Eso comienza con nuestro esfuerzo por someter nuestros propios pensamientos a Cristo, para Su gloria. No solo los pensamientos que son obviamente “malos”, como los pensamientos lujuriosos, sino todos nuestros pensamientos: sobre el dinero, la familia, la política y todo lo que nuestra cultura nos enseñe cada día que sea contrario a Cristo. El asunto es que muchas veces no detectamos estas enseñanzas.

Así que interactuamos con la cultura porque queremos luchar por el honor de Cristo para que Él reciba la gloria que Él merece.


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