Dios se hizo hombre y no mujer. Jesús fue un hijo, no una hija; un hermano, no una hermana. Él no dio a luz con dolor y, hasta que empezó Su ministerio público, trabajó para proveer para Su familia, como un hombre.
Al igual que con Su judaísmo, la masculinidad de Cristo es un hecho obstinado y objetivo de la historia que perturba los sentimientos modernos y posee lecciones, desafíos y ánimo tanto para varones como para mujeres, de manera muy especial en estos tiempos en los que hay tanta confusión acerca del sexo. Entonces, ¿pudo Cristo haber venido como mujer y no como hombre?
Sin pretender dar una respuesta exhaustiva a la pregunta, una manera de enfocarlo es repasar la forma en que la misión de Cristo involucraba el cumplimiento de tareas para las cuales Dios diseñó a los varones. Considera los cinco aspectos de Su persona y obra que demandaban un comportamiento más masculino que uno femenino.
1. Cabeza de la nueva raza
Dios creó primero a Adán, como cabeza de la raza humana. No formó a Adán y Eva de forma simultánea (1 Ti 2:13), ni tampoco se apresuró a hacer a Eva tan pronto como hubo terminado con Adán, para mantener la creación lo más equitativa posible, como nosotros estaríamos inclinados a hacerlo. En lugar de eso, Dios se tomó Su tiempo —hizo una pausa profunda que vale la pena que consideremos cuidadosamente— e inconfundiblemente trató con Adán como cabeza, y después con Eva como «ayuda» (Gn 2:18), tanto antes como después de la caída.
Jesús vino para entregar Su propio cuerpo, Su carne, para poder rescatar a Su cuerpo: la iglesia
De hecho, podríamos incluso decir que parece tomarse Su dulce tiempo, formando primero a Adán (Gn 2:7), después plantando un huerto (Gn 2:8), haciendo árboles (Gn 2:9), poniendo al hombre en el huerto para que lo trabajara y lo guardara (Gn 2:15), y dándole al hombre la visión moral para el huerto (Gn 2:16-17), estableciéndolo así como cabeza. Luego, todavía antes de hacer a la mujer, Dios exhibe «todo animal del campo y toda ave del cielo» ante el hombre «para ver cómo los llamaría» (Gn 2:19). Finalmente, después de todo esto, Dios sume al hombre en un sueño profundo y toma su costilla (Gn 2:21-22).
Aquí, como observa el apóstol Pablo (1 Ti 2:13-14), Dios quiere enfatizar un punto importante. Él forma primero a Adán, le da la instrucción, hace que nombre a los animales y le concede una ayuda para demostrarnos que hombres y mujeres no son solo maravillosamente similares e igualmente valiosos como humanos, sino también gloriosamente diferentes en un sinnúmero de formas complementarias que nos benefician mutuamente, siendo Adán la cabeza de la primera humanidad.
Por tanto, Cristo también vino para ser la cabeza, pero de una nueva humanidad. «Porque así como en Adán todos mueren, también en Cristo todos serán vivificados» (1 Co 15:22; Ro 5:12-21). Adán, como cabeza de la raza humana, «es figura de Aquel que había de venir» (Ro 5:14), es decir, de Cristo, quien vino «para crear en Él mismo de los dos un nuevo hombre» (Ef 2:15). Así como Dios designó al hombre y lo creó como cabeza de la primera creación, así Cristo vino como hombre para ser la cabeza de la nueva raza: Su iglesia.
2. Esposo del pueblo de Dios
La autoridad como cabeza no solo se aplica a un hombre sobre toda la humanidad; la autoridad de la cabeza es también el diseño de Dios para todo matrimonio. «Porque el marido es cabeza de la mujer, así como Cristo es cabeza de la iglesia, siendo Él mismo el Salvador del cuerpo» (Ef 5:23).
Jesús vino como el novio del nuevo pueblo del pacto (Mr 2:19). Como lo hace un noble marido con su esposa, Cristo vino a proveer para Su pueblo, para protegerlos e incluso para sacrificarse por ellos. La iglesia no salva a Cristo. Más bien, Cristo se arriesgó y se puso en peligro para entregarse por nosotros (Gá 1:4; 2:20; Ef. 5:2, 25; 1 Ti 2:6; Tit 2:14), de una manera en que nosotros no nos entregamos por Él. Como pecadores, fuimos la doncella en aprietos como consecuencia de nuestros propios actos. Él mató al dragón. En vista de que todos nosotros juntos, como iglesia, necesitamos el rescate, provisión y protección de Cristo, Jesús, como nuestro novio, tenía que ser un hombre.
3. Maestro con autoridad
Jesús vino no solo como cabeza y como esposo, sino también como un maestro con autoridad. Sus milagros pudieron haber deslumbrado a los ojos, pero Sus palabras cambiaron el mundo. En el camino a Emaús, Sus discípulos dijeron que Él era «poderoso en obra y en palabra» (Lc 24:19, énfasis añadido). Y ese tipo de enseñanza pública autoritativa, de parte de Dios, a la que Él fue llamado es el que se encomienda a los ancianos de la iglesia, que son hombres (1 Ti 2:12; 3:2).
Cristo vino a rescatarnos del peligro más grave: el pecado humano y la omnipotente ira divina
Él «vino y anunció paz», afirma Pablo (Ef 2:17). Así como Dios dio a Adán, el hombre, la visión moral para el huerto para que instruyera a su esposa, Dios también designó a Su Hijo, como Cristo, para enseñarles tanto a Sus discípulos (Mr 3:14) como a las multitudes. Jesús emitió mandamientos, exhortó y comisionó a Su audiencia de una forma mayormente paternal (1 Ts 2:11-12), más que maternal (1 Ts 2:7).
4. Guerrero por el cosmos
Cristo también vino como guerrero para desarmar a los principados y poderes (Col 2:15). «El Hijo de Dios se manifestó con este propósito: para destruir las obras del diablo» (1 Jn 3:8). A pesar de la locura de las décadas recientes —ya que ahora hay mujeres que sirven en roles de combate—, el llamado a la guerra es para los varones. Los cuerpos y las psiquis de los hombres fueron hechos por Dios para combatir de una manera en que los de las mujeres, con toda su gloria femenina, no fueron hechos.
La profecía antigua predijo la «enemistad / Entre [la serpiente] y la mujer / Y entre tu simiente y su simiente». La mujer, como madre, tendría un rol vital en la guerra por el cosmos, pero el combate mano a mano con la serpiente sería cumplido por su simiente masculina: «Él te herirá en la cabeza, / Y tú lo herirás en el talón» (Gn 3:15, énfasis añadido).
5. Rescatador de los que estaban en peligro
Nos faltaría tiempo para contar sobre la venida de Cristo como primogénito heredero de la casa del Padre (Mt 21:38; Mr 12:7; Lc 20:14) y como heredero del trono real de David (Lc 1:32-33), incluso como heredero de todas las cosas (He 1:2). Así que, terminamos con un último aspecto de la misión de Cristo.
Anteriormente observamos Efesios 5:23, pero ahora enfatizamos sus últimas palabras: «Porque el marido es cabeza de la mujer, así como Cristo es cabeza de la iglesia, siendo Él mismo el Salvador del cuerpo» (énfasis añadido). Podríamos asociar la palabra «Salvador» más con un guerrero, pero Efesios 5:23 hace la conexión con un esposo. En todo caso, esta superposición demuestra la esencia masculina de esos tres llamados. Así que, además, la autoridad de Cristo como cabeza sobre la nueva humanidad implica una misión de rescate. Pero ahora nos enfocamos explícitamente en el rescate. Jesús vino a llamar a los pecadores (Mt 9:13; Mr 2:17), y Él vino a salvar a los pecadores (1 Ti 1:15). Él vino a entregar Su propio cuerpo (He 10:5), Su carne, para poder rescatar a Su cuerpo, la iglesia.
La masculinidad implica hacerse más cargo, no menos: aventurarse, asumir riesgos, exponerte a la crítica y al conflicto
Nuestra relación con nuestro Creador, como criaturas, no es igualitaria, ni tampoco una en la cual seamos los benefactores mientras que Dios es el beneficiario. Él no «es servido por manos humanas, como si necesitara de algo, puesto que Él da a todos vida y aliento y todas las cosas» (Hch 17:25). De hecho, Cristo mismo, en Sus propias palabras, no vino para ser servido, sino para servir y para entregar Su propia vida como rescate por muchos (Mr 10:45). En Cristo, Dios no vino a recibir alguna provisión de parte de los humanos. No vino a ser protegido por los humanos. Tampoco vino por nuestra iniciativa, sino por la Suya. Cristo vino a rescatarnos del peligro más grave: el pecado humano y la omnipotente ira divina. Y con semejante tarea delante de Él, era adecuado que viniera como un hombre.
Buenas nuevas para hombres y mujeres
La masculinidad de Cristo significa buenas nuevas para las mujeres. En efecto, comunica que: «Dios te hizo para que seas considerada, cuidada, provista y protegida, tal como lo anhelas en lo más profundo de tu ser». Así como Él nos hizo a todos para que seamos los beneficiarios de Su atención, Su amor y Su costoso servicio en Cristo como iglesia, Él pretende también que tú seas escuchada, amada y servida de ese modo en este tiempo pasajero. Dios cuidará de ti de ese modo para siempre, y una manifestación terrenal de Su cuidado presente, incluso en esta era caída, es Su diseño para que hombres dignos, como padres, esposos y pastores, cuiden de las mujeres en maneras que hagan eco de la perfecta masculinidad de Cristo.
Como lo hace un noble marido con su esposa, Cristo vino a proveer para Su pueblo, para protegerlos e incluso para sacrificarse por ellos
Las palabras de ánimo para los varones no son que ser hombre sea fácil ni lleno de privilegios especiales. En términos bíblicos, no lo es. Implica hacerse más cargo, no menos: aventurarse, asumir riesgos, exponerte a la crítica, al conflicto y al peligro, para asegurar y preservar el beneficio de aquellos encomendados a tu cuidado. La cabeza soporta sobre sus hombros la peculiar carga de cuidar de su ayuda, aunque ella no tenga la misma carga por su cabeza. El esposo renuncia a las preferencias personales y comodidades para alcanzar fines mayores y colectivos. Los maestros se entregan en la energía de las palabras. Los guerreros ponen sus cuerpos y sus vidas en riesgo durante la batalla. Así también, un salvador que desea rescatar a otro debe arriesgarse y ponerse en peligro para traer de regreso a quien está en dificultades.
El mensaje de la masculinidad de Cristo no es que el ser hombre venga con ventajas y tiempo extra en el sillón. En Cristo, la masculinidad es un llamado, no es una conveniencia. Es cargar con más, no con menos, sin que haya más tiempo de descanso ni comodidades momentáneas. Pero el aliento para los varones es que, por medio de Cristo, pueden hacerlo. No será de manera perfecta, pero sí genuina, de formas que realmente importan. Puedes poner tus oídos en la Palabra de Dios para obtener una visión espiritual y práctica para tu familia, tomar la iniciativa e invertir energía con amor y mansedumbre, para hacer realidad esa visión, cueste lo que cueste.