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Nota del editor: 

Este es un fragmento adaptado del libro Escándalo: La cruz y la resurrección de Jesús (Andamio, 2011), por Donald A. Carson.

Ya habían azotado a Jesús mientras le interrogaban. Más tarde, inmediatamente después de que se declarara la sentencia de crucifixión, repitieron los azotes (Mt 27:26). Esto también era parte del procedimiento; era costumbre azotar a los prisioneros antes de llevarlos a ser crucificados. Sin embargo, lo que sucede desde el versículo 27 al 31 no era lo normal, sino más bien un despliegue de humor negro.

Los soldados del gobernador se juntaron, desnudaron a Jesús y echaron sobre Él una especie de manto escarlata para hacerle parecer un personaje de la realeza. Luego unieron algunas ramas de espinos de la vid —que tienen púas de 15 a 20 cm de largo— y, formando una cruel corona de espinas, se la ajustaron en la cabeza. Le pusieron una vara en la mano como si fuera un cetro. Se turnaban para inclinarse ante Él en reverencia fingida y le golpeaban, gritando: “¡Salve, Rey de los judíos!”, para luego completar el espectáculo escupiéndole la cara y azotándole, una y otra vez, con el cetro de mentira.

Carcajadas escandalosas y burlonas llenaron la habitación hasta que los soldados se cansaron de su juego. Una vez terminaron de reírse de Él, haciéndolo pasar por rey de los judíos, le pusieron su propia ropa y se lo llevaron para crucificarlo. 

Jesús, en realidad, es el Rey… El hombre de quien se mofaron, llamándole “rey”, resultó ser el verdadero Rey (Mt 27:27-31)

No obstante, Mateo sabe —así como lo saben sus lectores y el propio Dios— que Jesús en efecto es el Rey de los judíos. Por si acaso se nos ha escapado este tema, Mateo nos lo recuerda dos veces más en los siguientes versículos: sobre su cabeza en la cruz clavan el titulus, la acusación en contra de Jesús: “ESTE ES JESÚS, REY DE LOS JUDÍOS” (v. 37). Los burladores siguen rechazándolo como el rey de Israel en el versículo 42. Más importante aún, Mateo ha dejado su tema muy claro a lo largo de su Evangelio. 

Su primer versículo dice: “Esta es la genealogía de Jesucristo, Hijo de David, Hijo de Abraham” (1:1). La siguiente genealogía se divide de manera algo artificial en tres grupos de catorce generaciones, el segundo de los cuales (el central) cubre los años en los que la dinastía de David reinó en Jerusalén. Incluso el número catorce es un código del nombre “David”.

Todas las promesas del Antiguo Testamento que anuncian la venida del rey davídico surgen de 2 Samuel 7, ancladas en la vida de David, alrededor del año 1000 a. C. Casi trescientos años más tarde, el profeta Isaías habló de uno que se sentaría sobre el trono de su padre David, alguien a quien, además, se le llamaría “Admirable, Consejero, Dios Fuerte, Padre Eterno, Príncipe de Paz” (Is. 9:6). El capítulo inicial de Mateo recoge esta profecía del Antiguo Testamento. En el segundo capítulo, los magos preguntan: “¿Dónde está el rey de los judíos que ha nacido?” (2:2).

Al comenzar su ministerio público, Jesús habla constantemente acerca del reino: su naturaleza, su nacimiento, su promesa y su consumación. En algunas de las llamadas “parábolas del reino”, las historias que relata Jesús en ocasiones lo presentan a Él mismo como el Rey.

El mismo tema surge en el juicio ante Pilato. En el 27:11, Pilato el gobernador le preguntó a Jesús: “¿Eres tú el rey de los judíos?”. “Tú lo dices”, le respondió Jesús en una aseveración firme pero un poco titubeante, porque Jesús sabía muy bien que no era el tipo de rey que Pilato temía. Su reino no implica una amenaza militar al César. El propio Pilato rápidamente discernió que aunque Jesús alegaba ser el Rey de los judíos, no representaba una amenaza política inmediata, y procuró soltarlo. Sin embargo, la confesión estaba ahí, y Jesús quedó condenado ante la acusación de traición, un cargo que conllevaba la pena capital. 

Y mientras los soldados se mofan de Jesús como si fuera el Rey de los judíos, Mateo sabe claramente, así como sus lectores y Dios lo saben, que Jesús realmente es el rey de los judíos. 

[Cristo] es Rey del universo. Es Rey de los soldados que se burlaron de Él. Es Rey tuyo y mío

Al exclamar “¡Salve, Rey de los judíos!” lo que querían decir los soldados era justamente lo contrario: Jesús no es el rey, sino un patético criminal. Sin duda los soldados creían que su humor gozaba de una ironía estupenda, pero Mateo ve una ironía más profunda. De hecho, cuando los soldados denigran a Jesús considerándole un malhechor despreciable, las palabras que usan en efecto dicen la verdad, lo contrario a lo que ellos quieren decir: Jesús, en realidad, es el Rey. Es ese el propósito de este párrafo: el hombre de quien se mofaron, llamándole “rey”, resultó ser el verdadero Rey (Mt 27:27-31). 

Los que conocen bien la Biblia saben perfectamente que Jesús es más que el Rey de los judíos; es el Rey de todos, es Señor de todos. Mateo mismo lo deja muy claro en sus últimos versículos. Ya resucitado, Jesús declaró que toda la autoridad en el Cielo y en la Tierra era suya (Mt 28:18); su autoridad no es otra cosa que la autoridad del propio Dios.

Él es Rey del universo. Es Rey de los soldados que se burlaron de Él. Es Rey tuyo y mío. Y algún día, nos asegura Pablo, toda rodilla se doblará y toda lengua confesará que Jesús es el Señor. El hombre de quien se burlan, llamándole “rey”, es el verdadero Rey.


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