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Si solo hubiera llevado la cuenta a lo largo de los años.

Personalmente, he escuchado a docenas, sino cientos, de hombres y mujeres profesar haber llegado a la fe salvadora bajo la predicación de John Piper. Puedo imaginar los miles que podrían dar un testimonio similar, pero que no he tenido el privilegio de escucharlos cara a cara. Ante Dios, tengo la paz de saber que llevar una cuenta precisa no es lo más importante. Probablemente sea mejor no producir un número concreto.

Sin embargo, evangelista no sería una de las primeras formas en que se describiría a John Piper. Más a menudo, las palabras utilizadas incluyen pastor, predicador, teólogo, autor o profesor. Por supuesto, para algunos, evangelista puede traer a la mente las cruzadas de avivamiento de antaño y el auge de Billy Graham. El padre del propio John, Bill Piper, fue un evangelista itinerante de esa tradición. Parece que Bill hizo las paces con el hecho de que su único hijo no fuera un evangelista como él. Afirmó las diferentes inclinaciones y habilidades de John, al recordarle: «Te pusimos John [Juan], no Peter [Pedro]». Fiel a su nombre, John era mucho más contemplativo y no era un orador natural.

La oportunidad de compartir a Jesús con los demás viene después de haberle conocido y disfrutado primero

John Piper no se convirtió en un «evangelista itinerante» como su padre. Sin embargo, en la extraordinaria providencia de Dios, el hijo del evangelista ha sido silenciosamente, discretamente, casi contraintuitivamente, un ganador de almas sorprendentemente fructífero.

Después de haber trabajado junto a John durante más de veinte años, podría tomar de él muchas lecciones relacionadas con el evangelismo para las que no tengo espacio aquí. Habría algunos «cómos» entre esas lecciones, pero las más valiosas, las que merece la pena destacar, son los «qués». Dado que John se encuentra ahora en su octava década, este enfoque —en el contenido del evangelio, más que en consejos prácticos sobre cómo compartir tu fe— podría ser más adecuado a la luz de Hebreos 13:7:

Acuérdense de sus guías que les hablaron la palabra de Dios, y considerando el resultado de su conducta, imiten su fe (énfasis añadido).

El autor de Hebreos tiene en mente a líderes mayores, líderes que estaban una generación por delante de sus lectores. Ellos vieron «el resultado» de las vidas de estos líderes. Supongo que eso significa que algunos o todos ellos ya habían terminado su curso terrenal. Hebreos dice que consideremos «su conducta» y luego que «imitemos su fe». Así pues, recuerda sus caminos, considera sus caminos, aprende de sus caminos e imita, no sus caminos, sino su fe. Entonces, ¿qué podríamos imitar de la fe de John, y del contenido de su enseñanza en particular, en relación con nuestro evangelio y con compartir a Jesús con los demás?

No puedes exaltar lo que no valoras

En primer lugar, no puedes exaltar lo que no valoras, al menos no bien. La oportunidad de compartir a Jesús con los demás viene después de haberle conocido y disfrutado primero. El evangelismo convincente surge de apreciar a Jesús. «Prueben y vean que el SEÑOR es bueno» (Sal 34:8).

En una sociedad obsesionada con lo que los filósofos llaman «el marco inmanente» del aquí y ahora, valorar a Jesús nos ayuda a comunicarnos con autenticidad. También nos anima a soportar los riesgos y los momentos incómodos al hablar de realidades eternas.

Difunde el evangelio con gozo 

En segundo lugar, difunde la historia completa con gozo. La razón por la que podemos apreciar a Jesús es que Dios hizo nuestras almas para ello, porque Dios mismo es un apreciador. Como Dios, Él se aprecia a Sí mismo con todo derecho. Ser Dios es ser feliz. Desde toda la eternidad, Dios se conoce y goza de Sí mismo de modo supremo, porque Él es de valor supremo. Es infinitamente feliz en Sí mismo. En este Dios único, tres personas divinas —el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo— participan de la bienaventuranza eterna de la Divinidad. En palabras de 1 Timoteo 6:15, este Dios es «el bienaventurado y único Soberano». Al decir que es «bienaventurado», Pablo quiere decir que Dios es feliz e infinitamente feliz. En Su propia bienaventuranza divina, llena hasta rebosar, creó el mundo y redime a los pecadores.

Cuando las personas se enteran de nuestro gozo por algo, a menudo se acercan y quieren saber más

Así que nuestro evangelio —el mensaje que compartimos sobre la bienaventuranza que nosotros mismos hemos encontrado en Jesús— es «el glorioso evangelio del Dios bendito» (1 Ti 1:11). Nuestro mensaje no es solo un mensaje de gozo; es el mensaje del gozo. Cuando las personas se enteran de nuestro gozo por algo, a menudo se acercan y quieren saber más.

En Jesús, el gozo totalmente satisfactorio de Dios mismo se nos ofrece a nosotros, rebeldes como somos, en Su Hijo amado, quien murió para pagar por nuestros pecados y resucitó para que lo conozcamos y lo disfrutemos. De este modo, el evangelio comienza y termina con Dios, en cuya «presencia hay plenitud de gozo; [y…] deleites para siempre» (Sal 16:11).

El pecado es preferir otras cosas antes que a Dios

En tercer lugar, el pecado es preferir otras cosas antes que a Dios. El horror y la tragedia del pecado se hacen más crudos ante el telón de fondo del gozo infinito de Dios y Su razón para la creación. ¿Ayuda nuestro evangelismo a las personas a reconocer esto?

Dios no hizo el mundo por necesidad, sino para compartir Su propia felicidad. Sin embargo, en nuestro pecado, nos hemos apartado de Su abundante gozo y hemos intentado labrar nuestros propios gozos, pequeños, patéticos y competitivos. El profeta Jeremías lamentó la tragedia del pueblo de Dios del primer pacto, el cual representaba la esencia misma del pecado que actúa en todos nosotros: abandonar la fuente de agua viva para cavar nuestras propias reservas de agua (Jr 2:13). Así pues, el pecado consiste en rechazar el gozo para el que fuimos creados y tratar de ser felices separados de Dios.

Jesús es Dios y vino para llevarnos a Dios 

En cuarto lugar, Jesús es Dios y vino para llevarnos a Dios. No solo la felicidad infinita de Dios en Sí mismo le movió a hacer el mundo, sino que el bien grande y final que Dios asegura al salvarnos es nada menos que tengamos a Dios mismo. En otras palabras, en el evangelio de Jesucristo, Dios nos ofrece el gozo supremo, el mayor bien posible, la recompensa más satisfactoria del universo: Dios mismo. La oferta de Jesús a los pecadores no nos dejará sin el gozo eterno. Jesús nos lleva al Único que nos dará la satisfacción eterna. «Cristo murió por los pecados una sola vez, el justo por los injustos, para llevarnos a Dios» (1 P 3:18). Lo que significa que no solo nos lleva a Su Padre, sino también a Él mismo: «agradó al Padre que en Él habitara toda la plenitud, y por medio de Él reconciliar todas las cosas consigo… habiendo hecho la paz por medio de la sangre de Su cruz» (Col 1:19-20).

Para relacionar este punto con el evangelismo, John, al compartir el evangelio, hablará de nuestro «tesoro supremo». Al hacerlo, deja claro por qué Jesús es tal tesoro. Lo que nos lleva a una lección final para el evangelismo.

La fe que salva aprecia a Cristo mismo como Señor y Tesoro 

Por último, la fe salvadora aprecia a Cristo mismo como Señor y Tesoro. Junto al Salmo 70:4, amamos la salvación de Dios porque le amamos a Él, y decimos: «¡Engrandecido sea Dios!» (énfasis añadido). Nuestra alabanza, y el corazón que la expresa, no termina en nuestro rescate y en las recompensas materiales eternas, sino en el Rescatador mismo. A través de Su obra al salvarnos, nos muestra que Él es quien todo lo satisface. Así, en nuestro evangelismo, nuestro objetivo no es el mero asentimiento al mensaje, sino el «cálido abrazo» (en palabras de Juan Calvino) de nuestro Mesías.

El pecado consiste en rechazar el gozo para el que fuimos creados y tratar de ser felices separados de Dios

Esta última lección nos permite vislumbrar el corazón evangelístico que ha movido a John durante décadas, y que ha hecho que su predicación y sus escritos sean sutil y poderosamente evangelísticos. Tal y como escribió en el capítulo «Conversión» de su libro de 1986 Sed de Dios:

Estamos rodeados de personas inconversas que creen creer en Jesús. Los borrachos en la calle dicen que creen. Las parejas no casadas que duermen juntos dicen que creen. Ancianos que no han buscado la adoración o la comunión durante cuarenta años dicen que creen. Todo tipo de tibios, amantes del mundo que asisten a la iglesia dicen que creen. En el mundo abundan millones de inconversos que dicen creer en Jesús.

No sirve de nada decirles a estas personas que crean en el Señor Jesús. La frase está vacía. Mi responsabilidad como predicador del evangelio y maestro en la iglesia [¡y evangelista!] no es preservar y repetir frases bíblicas apreciadas, sino traspasar el corazón con la verdad bíblica… Así que utilizo diferentes palabras para desentrañar lo que significa creer. En los últimos años he preguntado: «¿Recibes a Jesús como tu Tesoro?». No solo Salvador (todos quieren salir del infierno, pero no estar con Jesús). No solo Señor (puede que se sometan a regañadientes). La clave es: ¿Lo atesoras a Él más que a todo?

De una generación a otra, el mensaje de Jesús es perdurablemente «el glorioso evangelio del Dios bendito» (1 Ti 1:11). A John Piper le ha servido de mucho y a miles de nosotros también. Refleja toda la historia en la clave del gozo de Dios, expone el pecado por lo que es, nos ayuda a maravillarnos del gran objetivo y fin de nuestro rescate, y lleva a las personas a apreciar a Cristo mismo como su Tesoro supremo. Así, lo exaltamos ante todo el que escuche.


Publicado originalmente en 9Marks. Traducido por Eduardo Fergusson.
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