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A veces la gente dice: «esto es completamente nuevo»; pero la verdad es que no lo es, nada es completamente nuevo (Ec 1:10 NTV).

El sexo se muestra hoy como una actividad inofensiva recreativa, que puede ser practicada a solas o en compañía, equiparándolo con la práctica de un deporte o la lectura de un libro. La revolución sexual iniciada en la década de los setentas en los Estados Unidos marcó un punto de inflexión en el desarrollo de la sociedad tal como la conocíamos hasta el momento. Si bien los últimos cincuenta años han sido determinantes en la afirmación de la conducta sexual de la cultura actual, esta conducta tiene sus orígenes cientos de años atrás.

El origen y triunfo del ego moderno

El origen y triunfo del ego moderno

B&H Español. 256 páginas.

En El origen y triunfo del ego moderno: Amnesia cultural, individualismo expresivo y el camino a la revolución sexual (B&H Español, 2022), Carl R. Trueman afirma lo siguiente:

En el corazón de este libro se encuentra una convicción básica: la llamada revolución sexual de los últimos 60 años, que culminó en su último triunfo, la normalización del transgenerismo, no puede entenderse adecuadamente hasta que se establezca en el contexto de una transformación mucho más amplia en la forma en que la sociedad entiende la naturaleza de la identidad humana (p. 16).

B&H Español. 256 páginas.

En El origen y triunfo del ego moderno: Amnesia cultural, individualismo expresivo y el camino a la revolución sexual (B&H Español, 2022), Carl R. Trueman afirma lo siguiente:

En el corazón de este libro se encuentra una convicción básica: la llamada revolución sexual de los últimos 60 años, que culminó en su último triunfo, la normalización del transgenerismo, no puede entenderse adecuadamente hasta que se establezca en el contexto de una transformación mucho más amplia en la forma en que la sociedad entiende la naturaleza de la identidad humana (p. 16).

El autor presenta ese contexto cuando define la revolución sexual como «la transformación radical y continua de las actitudes y comportamientos sexuales que ha ocurrido en Occidente desde principios de la década de 1960» (p. 17). Además, explica que tal revolución se manifiesta por medio de la promoción de la homosexualidad, la pornografía y el sexo fuera de los límites del matrimonio. No obstante, Trueman va más allá: «Lo que marca la revolución sexual moderna como distintiva es la forma en que ha normalizado estos y otros fenómenos sexuales» (p. 17).

Partiendo de lo anterior, Trueman realiza un análisis extenso y ampliamente documentado sobre las ideas de Rousseau y «su nueva comprensión del yo humano» (p. 25); Darwin y «su cambio sobre el estatus y significado de la humanidad» (p. 212); Freud, quien «hizo plausible la idea de que los humanos, desde la infancia en adelante, sean en el núcleo seres sexuales» (p. 26); Nietzche con su llamado a «ocupar el lugar de Dios como autocreadores e inventores de significado» (p. 40) y Marx con su «lucha de clases» (p. 103).

El autor analiza cómo estos pensadores, entre otros, han hilado el imaginario social del presente, formando una cosmovisión en donde el individuo y su autopercepción son el centro, algo nada nuevo según lo registra la Escritura (p. ej., Ec 1:10).

Esta obra se divide en cuatro partes:

  1. Arquitectura de la revolución.
  2. Fundamentos de la revolución.
  3. La sexualización de la revolución.
  4. Triunfos de la revolución.

De estas secciones se desprenden diez capítulos, tres epílogos y una conclusión. La palabra revolución está colocada adrede en cada uno de los subtítulos para resaltar la influencia de este pensamiento que se opone a los conceptos de identidad conservadores tal como se conciben hasta hoy.

Te comparto algunas reflexiones que vinieron a mi mente mientras avanzaba en la lectura de este nuevo recurso:

«Las culturas se definen por lo que prohíben».

Esta es una frase que el profesor de sociología Philip Rieff tomó de Sigmund Freud. En su libro El triunfo de lo terapéutico (1966), con el que Trueman interactúa, Rieff dividió y analizó la historia de la cultura humana en cuatro épocas: el hombre político, el hombre religioso, el hombre económico y el hombre psicológico. Las explica de esta manera:

El antiguo ateniense estaba comprometido con la asamblea, el cristiano medieval con su iglesia y el obrero de la fábrica del siglo XX con su sindicato y club de trabajadores. Todos ellos encontraron su propósito y bienestar al estar comprometidos con algo fuera de sí mismos. En el mundo del hombre psicológico, sin embargo, el compromiso es ante todo con uno mismo y está dirigido interiormente. Por lo tanto, el orden se invierte. Las instituciones externas se convierten en efecto en los servidores del individuo y su sentido de bienestar interior (pp. 48-49).

Si bien la visión de Rieff resulta reduccionista, no deja de ser persuasiva para ciertos colectivos sociales según Trueman, como lo enfatiza en los capítulos 1 y 2, pues señala que fue en el siglo XX que la sociedad llegó a ser dominada por lo terapéutico. Esto significa que se enfatiza «el individualismo expresivo que se manifiesta en la esfera pública y, a menudo, impulsado por preocupaciones terapéuticas» (p. 353).

Definir las culturas por su comportamiento prohibitivo viene a ser un enunciado incendiario, pero esto no es nuevo. Se ha promovido a través de las épocas por diferentes autores que coincidían en que la historia de la humanidad es la historia de la opresión, una visión que ahora se identifica como evidentemente marxista. Sin embargo, la verdadera opresión de la humanidad es la espiritual a causa de la Caída y su solución está en Cristo.

La felicidad no está dentro de cada uno

Los capítulos 3 al 5 resumen la visión de Jean-Jacques Rousseau plasmada en su libro Confesiones (1782) y analiza la poesía —en algunos de sus aspectos— como medio de propagación del individualismo.

El ideario de la sociedad actual presenta su identidad como algo interno que descansa exclusivamente en cómo se percibe a sí mismo, acompañado de la idea de que el anhelo máximo y el mayor logro del ser humano es ser feliz, y que esta felicidad se encuentra solo dentro de sí, en su pensamiento e imaginación.

Sin embargo, la identidad del cristiano, si bien tiene implicaciones internas, descansa primero en quién es Dios y luego en cómo el creyente es partícipe de una nueva naturaleza por medio del evangelio. La fuente de significado, identidad y gozo del ser humano solo puede ser el Señor.

Los ingredientes del triunfo del ego

En los capítulos 6 y 7, Trueman invita al lector a evitar mecanismos de control social al reflexionar en cómo se ha formado la cultura terapéutica y sus ingredientes ególatras a partir de la teoría política y la teoría del desarrollo psicosexual, la lucha de clases de Marx y el pensamiento de Freud.

El resultado ha sido que la verdadera felicidad sea el resultado de la satisfacción sexual y que coincidiera con el menosprecio de la religión. Mientras uno la llama «el opio del pueblo», otro la señala como «una ilusión y sistema de represión» (pp. 207, 80). Lo anterior va aunado al victimismo virtuoso que «es un poderoso catalizador para las coaliciones políticas en el mundo moderno» y que terminan por promover políticas que renuncian a la visión de la ética bíblica (p. 412).

Los movimientos contrarios al estudio de la historia y anticulturales rediseñaron lo que a su parecer es la nueva moralidad y según esta lógica, los códigos morales relacionados a la religión son opresivos y, por lo tanto, inmorales. El matrimonio tradicional limita a una sola pareja sexual y la vida, según ellos, no es sagrada. Por lo tanto, se puede decidir en cualquiera de sus etapas, incluso en la identidad de género. Simone De Beauvoir afirma en El segundo sexo (1949), citado por Trueman:

Uno no nace, sino que se convierte en mujer. Ningún destino biológico, psíquico o económico define la figura que la mujer humana asume en la sociedad; es la civilización en su conjunto la que elabora este producto intermediario entre el macho y el eunuco que se denomina femenino (p. 293).

Esta aseveración forma la base de la supuesta separación de género y sexo que da lugar, por ejemplo, a enunciados como este: «Soy una mujer atrapada en el cuerpo de un hombre». No obstante, el autor presenta algunas consideraciones para que los creyentes comprendamos el debate sobre temas LGBTIQ+ (pp. 462-65).

El sexo domina la cultura

La pornografía se interpreta como una expresión artística y la prostitución es un trabajo como cualquier otro. «Lo erótico ha triunfado a medida que el sexo se ha apodera de la imaginación popular, pero esto no ha sido a través de argumentos científicos. Ha sido a través de otros medios culturales» (p. 316). Esta idea está fuertemente arraigada en el pensamiento contemporáneo, en donde todo gira en torno a lo erótico; no solo en el entretenimiento y lo comercial, sino también en lo político, porque el tema sexual antes pertenecía a la esfera privada, a la alcoba. Sin embargo, hoy es un elemento de debate e interés continuo en la plaza pública donde toman decisiones las cortes y los jueces de mayor rango.

En la última sección del libro, que abarca los capítulos 8 al 10, Trueman analiza la influencia del surrealismo, donde una de sus figuras más famosas es el pintor Salvador Dalí. Este movimiento se basó en que lo inconsciente (los sueños) moldeaba lo consciente (la expresión artística). Hugh Hefner, quien fue dueño de la revista Playboy, enfatizó la forma en la cual lo erótico dejó de ser tabú para convertirse en contenido disponible en las galerías de arte e incluso junto a los periódicos.

Trueman también explica las consecuencias de que Caitlyn Jenner «eliminara» a Bruce Jenner —un famoso de la farándula— por medio de su transformación de hombre a mujer, convirtiéndose en uno de los íconos de la comunidad transexual.

Conclusión

Trueman finaliza con una frase que menciona al principio: «Este libro no debe leerse ni como un lamento ni como una polémica». En esto coincido con el autor. El trabajo profundo desarrollado en esta obra debe llamar la atención de la iglesia sobre el momento histórico y el tipo de sociedad en los cuales vivimos, reflexionando en cómo debemos responder ante estos grandes desafíos.

«¿Dónde está Dios? Te lo diré: Lo hemos matado», escribió Nietzsche en La Gaya ciencia (1882). Muchos piensan hoy tal como Nietzsche, pero esta no es más que una idea que no refleja la realidad. Dios no murió, la cruz no pudo con Él. Está sentado en Su trono; gobierna y nada sale de Su control.

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