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En la década de 1970 parecía que Bruce Jenner lo tenía todo: fama, riqueza, admiración. Él era una estrella olímpica, tan popular en la cultura estadounidense que se dice era considerado tanto para los papeles de Superman como de James Bond. Las cosas han cambiado. Ahora, Jenner es mejor conocido como el padrastro en el show “Keeping up with the Kardashians”. Y ahora Jenner está listo para un cambio más. Dice que sabe qué era lo que le faltaba: su identidad como mujer.

Según los informes, Jenner se ha sometido a una cirugía para lucir más como mujer, y ha sido fotografiado con vestidos. Ahora, en una entrevista muy publicitada con Diane Sawyer, él dice que su “vida entera ha estado dirigida a esto”.

Bruce Jenner, por supuesto, es un símbolo, un portavoz célebre para toda una mentalidad que ve el género como algo separado de la identidad biológica. Entonces, ¿hay una palabra de parte de Dios para la comunidad transgénero? ¿Cómo debe tratar la iglesia al Bruce Jenner en su vecindario, que no tiene el poder de las estrellas o las mansiones de Malibú, pero que tiene la misma alienación de sí mismo?

En primer lugar, debemos evitar la tentación de reírnos de estas almas en sufrimiento. No vemos a nuestros prójimos transexuales como monstruos a despreciar. Ellos se sienten alienados de sus identidades como hombres o mujeres, y están buscando una solución a eso en lucir diferentes o en la cirugía o en bombear sus cuerpos con hormonas del otro sexo. En un mundo caído, todos nosotros estamos alienados, de una manera u otra, de lo que fuimos diseñados a ser. Esa alienación se manifiesta de diferentes maneras en diferentes personas.

Pero tampoco hay que seguir la narrativa cultural detrás de los cambios transgénero. Esta narrativa tiene sus raíces en la antigua herejía del gnosticismo, con la idea de que el ser “real” es independiente de quién es uno como un ser encarnado, como un ser material. Las partes del cuerpo y los cromosomas son prescindibles, ya que el ser se desconecta radicalmente del cuerpo, lo psíquico de lo material.

La antigua herejía gnóstica se une con el individualismo contemporáneo: la idea de que debo ser fiel a lo que yo perciba como mi “yo real” en el interior, con el fin de ser “auténtico”. Esto es lo que lleva, en otras noticias de la semana, a algunos padres a la “transición” de la identidad de género de sus hijos a edades tan jóvenes como a los cuatro años de edad.

No deja de ser irónico que la entrevista de Jenner vino en la misma semana que el Día de la Tierra. El Día de la Tierra, por supuesto, nos recuerda que los deseos humanos y tecnologías humanas deben tener límites. El hecho de que una sociedad tiene el poder tecnológico para arrasar un bosque o nivelar una montaña o para volcar toxinas en un sistema de agua no es una señal de que hay que hacerlo. El bien común significa que los seres humanos aprendan a vivir en equilibrio y armonía con la naturaleza, no con un dominio rapaz de la misma.

Lo que es cierto de la ecología natural es también cierto en la ecología humana. El cientificismo utópico de la tecnología nos dice que podemos trascender nuestros límites, para llegar a ser como dioses. Para algunos, eso se manifiesta en la creencia de que la humanidad puede contaminar su propio ecosistema con impunidad. Para otros, se manifiesta en la creencia de que pueden trascender los límites de la división masculino/femenino. Una visión bíblica de nuestro lugar en el universo es muy diferente. No somos máquinas, para ser reprogramadas a voluntad; somos criaturas.

Esa visión incluye el respeto al orden natural de Dios, orden creativo que refleja Su sabiduría y Señorío sobre el mundo. Nuestra masculinidad y feminidad es una parte muy importante de esa sabiduría y señorío. Nacemos no por nuestro propio esfuerzo, sino en la providencia pura de nuestro creador. Nuestro género dado nos apunta a una realidad aún más profunda: la unidad y complementariedad de Cristo y la iglesia. Un rechazo de la bondad de esas realidades de la creación es, entonces, una revuelta contra el Señorío de Dios, y en contra de la imagen del evangelio que Dios ha incrustado en la creación.

La esperanza de Bruce Jenner, y de otros como él, no es alterar el cuerpo con cirugía o inundar sus sistemas con hormonas. La respuesta es darse cuenta de que todos nosotros nacemos alienados de lo que fuimos creados para ser. No necesitamos arreglar lo que pasó en nuestro primer nacimiento; necesitamos un nuevo nacimiento.

Para la iglesia, esto va a conllevar tanto convicción como sabiduría. Nuestros prójimos transexuales experimentan un sufrimiento real, y debemos sufrir con ellos. Las respuestas de la cultura y de la Revolución Industrial Sexual no alivian ese sufrimiento. Debemos defender el buen diseño de Dios, incluyendo también lo que Jesús dice que ha sido verdad “desde el principio”: somos creados varón y hembra, no por ganas propias sino por el acto creador de Dios (Mr. 10:6)

De este modo, lo que cada civilización anterior hubiera visto como obvio, que la masculinidad y la feminidad son parte de nuestro diseño biológico, serán vistos como fuera de lugar con la cultura. Que así sea. Defenderemos con convicción, mientras ofrecemos misericordia. Hemos sido llamados a seguirle el ritmo al Espíritu, aunque no siempre podamos seguirle el ritmo a los Kardashians.


Publicando originalmente para RussellMoore.com. Traducido por Jairo Namnún.
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