En nuestra serie de estudios en la primera carta de Pablo a los Corintios, este domingo consideramos el capítulo 6, los versículos 12 al 20, donde Pablo aborda el tema de la inmoralidad sexual. Pero antes de entrar directamente en el asunto, Pablo debe corregir la forma equivocada de pensar que algunos en la iglesia parecen haber estado usando para justificar su conducta pecaminosa, y que puede ser resumido en dos refranes:
El primero lo encontramos en el vers. 12: “Todas las cosas me son lícitas”. O como dice la NVI: “Todo me está permitido”. Lo interesante de este refrán es que pudo haberse basado perfectamente en las palabras del mismo apóstol Pablo. Si había algo en lo que Pablo insistía en su ministerio de enseñanza era en la libertad cristiana.
Escribiendo a los Gálatas Pablo les dice que debían permanecer firmes “en la libertad con que Cristo nos hizo libres, y no estéis otra vez sujetos al yugo de esclavitud” (Gal. 5:1). Somos libres en Cristo, y nadie tiene derecho a robarnos esa libertad que costó la sangre de nuestro Señor Jesucristo.
Pero eso no significa que ahora podemos hacer lo que nos venga en ganas. Por eso Pablo sigue diciendo a los Gálatas: “Porque vosotros, hermanos, a libertad fuisteis llamados; solamente que no uséis la libertad como ocasión para la carne (es decir, para pecar), sino servíos por amor los unos a los otros” (Gal. 5:1, 13). Somos libres en Cristo, pero no somos libres para violar la ley moral de Dios en ningún sentido (comp. 1Cor. 6:9-11). De manera que cuando Pablo dice aquí: “todas las cosas me son lícitas”, se refiere a todas las cosas que sean lícitas. En otras palabras, no somos libres para mentir, ni robar, ni adulterar. Esas cosas no están permitidas a nadie, sea cristiano o no.
Pero ¿qué de las cosas que neutrales, aquellas que Dios no prohíbe en Su Palabra? Pablo dice aquí que todas están permitidas, pero… añade dos limitaciones que deben gobernarnos en el uso de esas cosas: “Todas las cosas me son lícitas, mas no todas convienen; todas las cosas me son lícitas, mas yo no me dejaré dominar de ninguna”. No siempre es conveniente hacer todas las cosas que se pueden hacer. Pablo nos dice aquí que, aunque una cosa sea legítima, debemos considerar si hacer eso nos conviene y si nos está controlando. Por eso alguien traduce esta frase: “Todas las cosas me son permitidas, pero yo no voy a permitir que ninguna cosa me controle”, porque eso atentaría contra la libertad con que Cristo nos hizo libres.
Más adelante en la carta Pablo va a incluir otro principio general en cuanto al uso de las cosas legítimas: “Todo me es lícito, pero no todo conviene; todo me es lícito, pero no todo edifica. Ninguno busque su propio bien, sino el del otro… No seáis tropiezo ni a judíos, ni a gentiles, ni a la iglesia de Dios” (1Cor. 10:23-24, 32). De manera que cuando estoy evaluando si voy a participar o no de algo que es legítimo, hay tres cosas que debo tomar en consideración.
(1) ¿Cuán beneficiosa será esa actividad en mi esfuerzo de alcanzar a los perdidos para Cristo?
(2) ¿Cuán beneficiosa será esa actividad en mi esfuerzo de edificar el cuerpo de Cristo, la Iglesia?
(3) ¿Cuán beneficioso será esto para mí en mi propio andar con Cristo? Si hay algo legítimo que me está controlando, de tal manera que ya no puedo vivir sin eso, entonces tenemos un problema de lealtad. Jesucristo, y solo Él, debe ser nuestro Amo; ninguna cosa de este mundo debe ocupar ese lugar.
Veamos el ejemplo de la comida. Comer es perfectamente legítimo, incluso necesario. Pero Pablo dice en 1Cor. 10:31 que debemos comer y beber para la gloria de Dios. Eso quiere decir que la gula es pecaminosa, como lo es también poner nuestra vida física en riesgo comiendo menos de lo que debemos comer para mantener la figura. Ni el deseo de comer, ni el deseo de tener el cuerpo en forma, debe ser lo que controle esa área de nuestra vida. Jesucristo murió en la cruz del calvario para librarnos de toda esclavitud y así venir a ser nuestro único Señor.
Y lo mismo podemos decir del afán de comprar, de la modestia en el vestir, del tiempo que desperdiciamos frente al TV, o navegando en la Internet o con los videojuegos. Todo lo que hacemos debe ser regulado por el hecho de que Cristo nos hizo libres para que vivamos para él.
Así que la pregunta clave no es: ¿Y qué tiene eso de malo? La pregunta que debo hacerme es qué tiene eso de bueno. ¿En qué contribuye a hacer avanzar lo que Cristo, mi Amo y mi Señor, quiere hacer en el mundo incrédulo, en la iglesia y en mi propia vida?
El segundo refrán que los corintios parecen haber popularizado tampoco era una declaración equivocada en sí misma (vers. 13 LBLA): “Los alimentos son para el estómago y el estómago para los alimentos”. Esto es biológicamente correcto. ¿Para qué hizo Dios la comida? Para que fuera a parar al estómago. Y ¿para qué hizo el estómago? Para recibir la comida. El problema es que los corintios parecían estar usando este refrán para justificar su conducta licenciosa. El razonamiento de ellos podría haber sido algo como esto: “Cuando tengo hambre, lo que debo hacer es comer, porque los alimentos se hicieron para el estómago y el estómago para los alimentos. Pues de la misma manera, cuando tengo deseos sexuales lo que tengo que hacer es satisfacerlos, no importa cómo ni con quien”. Todo se reduce a un asunto meramente biológico.
“¿Sería pecaminoso si en vez de agua bebo jugo para saciar mi sed? ¿O si como carbohidrato en vez de proteína en caso de que tenga hambre? ¿O si descanso en sofá en vez de hacerlo en una cama? La forma como llene mi necesidad es completamente indiferente. ¿Cuál es el problema, entonces, si procuro satisfacer mis deseos sexuales de la forma que sea?”
Es interesante notar la forma cómo Pablo abordó este problema. En vez de enfatizar la pecaminosidad de los pecados sexuales, lo que hace Pablo es dar a los corintios una correcta perspectiva de sus propios cuerpos. Los griegos no solían darle mucha importancia al cuerpo físico, porque pensaban que el alma era lo único que realmente tenía valor (y lamentablemente algunos cristianos evangélicos parecen pensar así).
Lo sorprendente es la conclusión a la que algunos griegos llegaron a partir de esa presuposición equivocada: “Ya que el cuerpo no tiene valor alguno, tampoco importa lo que haga con él. A final de cuentas, lo importante es lo de adentro”. Si un individuo está vestido con una ropa vieja y manchada, no estará muy preocupado si se ensucia o se mancha un poco más. Nadie en su sano juicio se dedica a cuidar con esmero una ropa que no sirve. Y eso mismo pensaban algunos en la iglesia de Corinto con respecto a la forma como usaban sus cuerpos. Una mala teología produce una mala práctica.
En muchas iglesias hoy día hay una especie de alergia en contra de la enseñanza doctrinal. Mucha gente quiere que solo le hablen de cosas prácticas. Pero tratar de escoger entre la enseñanza doctrinal y la enseñanza práctica es como tratar de decidir de cuál de las dos alas del avión podemos desprendernos en pleno vuelo. Las dos cosas son necesarias para que el avión de la vida cristiana pueda mantener el vuelo.
Si el Señor lo permite, en la próxima entrada veremos la perspectiva que Pablo brinda a los corintios sobre el valor del cuerpo, capacitándolos así para luchar eficazmente con la inmoralidad sexual.
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