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Pablo presenta la ira divina como un triple movimiento de Dios respecto al ser humano en Romanos 1:18-28. Es decir, se trata de una obra de tres actos simultáneos y se agrega un movimiento que trae esperanza.

El primer movimiento divino, según el autor inspirado, fue dejar a la humanidad ir tras la inmundicia y corrupción de sus corazones, a sus pasiones vergonzosas y a una mente depravada (1:24, 26, 28). El ser humano fue entregado a esto por Dios.

La humanidad se lanza a la maldad de darle la espalda al Creador para ir por lo creado y Dios se lo permite sin interrupciones ni frenos, para que la humanidad se entregue y encarne esa impiedad, y finalmente se estrelle contra sus consecuencias.

Dios deja al hombre ir tras su propia maldad, pero ese permiso divino no es pasivo: en Su segundo movimiento, el Señor —de manera activa y personal— entrega al hombre como juicio por su vil atrevimiento. El resultado es más maldad en forma de injusticias, abusos, inmoralidad sexual, guerras, abortos, divorcios, infidelidad, dolor y muerte.

Toda la maldad que vemos en la sociedad es primera y esencialmente el resultado de que Dios entregara al ser humano a su propia maldad. Por lo tanto, cada vez que vemos cosas abominables y condenables, no debemos decir: «esto traerá el juicio de Dios». Más bien debemos concluir: «esas cosas abominables y condenables que los seres humanos practican, son el juicio de Dios». No se trata de que Dios haga algo, sino de lo que Él ya hizo.

Ciertamente, en Su tercer movimiento, Dios juzgará al final de los tiempos la inmoralidad sexual, la injusticia, el abuso, el fraude y la corrupción de la sociedad, pero ante todo, esto ya forma parte de Su juicio.

Para Pablo, el único que puede revertir esto es Dios y la única manera es por medio del evangelio. El hombre no puede hacer nada. Solo le queda reconocer su propia vileza, rendirse y confiar en ese Dios. Por eso el apóstol declaró:

Porque no me avergüenzo del evangelio, pues es el poder de Dios para la salvación de todo el que cree, del judío primeramente y también del griego. Porque en el evangelio la justicia de Dios se revela por fe y para fe, como está escrito: Mas el justo por la fe vivirá (Ro 1:16-17).

El cuarto movimiento de Dios fue poner a Su Hijo en el madero para que recibiera la ira divina (3:25). Dios Padre puso a Dios Hijo en la cruz para aplacar Su ira santa y así redimir pecadores. Este último movimiento es lo definitivo y se constituye en la única esperanza del hombre.

El pecador es salvado al contemplar este último movimiento, es decir mirando a Cristo con los ojos del alma. Dicho de otra manera, el hombre se salva confiando solo en Dios y en Su cuarto movimiento.

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