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Bienaventurados los pobres en espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos (Mateo 5:3). Esta es la primera de las ocho bienaventuranzas que nuestro Señor enseñó a sus discípulos en el conocido Sermón del Monte.

Ya que la palabra bienaventurado en griego significa dichoso o feliz, es importante establecer que las bienaventuranzas nos presentan un marcado contraste entre la felicidad según Dios y la felicidad según el mundo. Asimismo, el otro aspecto a considerar en el estudio de las bienaventuranzas es que estas nos presentan las diferencias entre un cristiano y un incrédulo. Es decir, son una descripción del carácter cristiano que inevitablemente contrasta con el carácter del mundo.

Ahora bien, para entender esta primera bienaventuranza, debemos descartar algunas ideas erróneas acerca de lo que significa pobre en espíritu. Y para eso, es necesario responder ¿Quién no es un pobre en espíritu?

Un pobre en espíritu no es  alguien con baja estima ni una una persona callada e introvertida. Tampoco se refiere a las personas que sufren y ni las que son oprimidas, rechazadas y abusadas. Por qué todas estas situaciones también las experimentan los incrédulos y el Señor nunca alabaría al mundo por sus miserias.

La palabra pobre en griego se escribe ptojos y comunica la idea de mendigo, pordiosero y desamparado. Esta palabra denota un pobreza absoluta y pública. Con esto en mente y la distinción que hace nuestro Señor al decir “pobres en espíritu”, queda claro que no estamos hablando de una pobreza material o terrenal, sino una espiritual.

Entonces, ¿Quién es un pobre en espíritu?

Es una persona que reconoce su miseria espiritual en la presencia de Dios. Un pobre en espíritu es quien sabe que esta arruinado espiritualmente cuando estamos sin Dios. Es quien que está desprovisto de toda virtud y reconoce su pobreza total ante el Señor. El pastor John Mac Arthur al comentar este versículo dice “Se refiere a la profunda humildad de reconocer la absoluta bancarrota espiritual de si mismo, cuando estamos apartados de Dios”. Los pobres en espíritu exhiben una genuina humildad y están despojados de todo orgullo.

A partir de aquí entendemos que el pobre en espíritu no confía en si mismo, mas bien procura la gracia y la misericordia con desesperación. Esto contrasta con el espíritu del mundo que nos dice: Confía en ti. El pobre en espíritu tampoco se jacta de sus progresos ni de sus logros y al reconocer su bajeza, mira a los demás como superiores. Estos son los bienaventurados. Estos son dichosos.

Bienaventurados los pobres en espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos (Mateo 5:3).

Las Escrituras nos muestran esta clase de humildad en varios hombres del pueblo de Dios. Desde Moises quien no se atrevió a continuar hacia la tierra prometida si Dios no iba con él (Éxodo 33:15). También Isaías reconoció con terror su inmundicia mientras contemplaba la visión de Dios en Su trono (Isaías 6) y hasta el mismo Pedro quien sobrecogido por su pecaminosidad, se postró humillado ante el Señor (Lucas 5:8). Todos ellos reconocieron su miseria espiritual, todos ellos fueron hombres humildes y dependientes de la gracia divina. Ellos fueron pobres en espíritu.

Pero la bienaventuranza termina con la promesa: porque de ellos es el reino de los cielos (Mateo 5:3). Es decir que solo aquellos que entienden su condición pecaminosa y reconocen su ruina espiritual son quienes se acercan humillados a Dios y son recibidos en Su reino.

Mi oración es que Dios abra nuestros ojos y nos de entendimiento de nuestra bancarrota espiritual cuando estamos sin él. A nosotros los creyentes, que esa convicción nos haga más humildes, sencillos y dependientes de él. Si no eres cristiano, que al entender tu pobreza espiritual puedas correr a Dios en fe y arrepentimiento, y pedirle, cual desamparado, que te otorgue el perdón de tus pecados y el don de la vida eterna.

Bienaventurados los pobres en espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos (Mateo 5:3).

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