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Según la Real Academia de España, la palabra sabiduría se define como «el grado más alto del conocimiento». Y aunque esto es parte de la sabiduría, no define con exactitud el concepto bíblico cuando es aplicado a Dios. Es por eso que nada mejor que las Sagradas Escrituras para definirla. La evidencia de la sabiduría de Dios es tan abrumadora en toda la historia bíblica, que sería mejor mirarla de una manera amplia, y ver su expresión general, por que nos tomaría muchos artículos y hasta varios tomos de libros para una evaluación detallada y justa de este atributo.

Primero, debemos considerar que la sabiduría de Dios se expresó de una forma notable en la creación del Universo. Por eso en la contemplación de esa obra creadora, el salmista dijo: ¡Cuán innumerables son tus obras, oh Jehová! Hiciste todas ellas con sabiduría…» (Salmos 104:24). Cuando consideramos el mundo vegetal, el mundo animal, los montes, los valles, los ríos, los mares, el sol, la luna y las estrellas, la inevitable conclusión es que solo un ser con una extraordinaria sabiduría debió haber creado todas estas cosas. Ese ser es Dios. El «único y sabio Dios» (1 Timoteo 1:17). Si a esto, le sumamos los complejos sistemas que rigen el mundo natural y las estaciones del año, nuestra conclusión adquiere una mayor dimensión.

Sin embargo, un asombro similar despierta la contemplación de la compleja composición del ser humano. Su belleza, funcionalidad y armonía desde la misma concepción, fueron lo que maravillaron al rey David, quien escribió: «Porque tú formaste mis entrañas; Tú me hiciste en el vientre de mi madre. Te alabaré; porque formidables, maravillosas son tus obras; Estoy maravillado…»(Salmos 139:13-14).

En segundo lugar, el evento que expresa la sabiduría de Dios de una forma particular es la salvación que ganó Jesús para redimir al hombre. En otras palabras, la redención también expresa el carácter sabio de nuestro Dios. Después que Pablo ha detallado en los primeros once capítulos de Romanos la obra de la redención, prorrumpe en alabanza diciendo: ¡Oh profundidad de las riquezas de la sabiduría y de la ciencia de Dios! ¡Cuán insondables son sus juicios, e inescrutables sus caminos! (Romanos 11:33).

El nuevo nacimiento, la justificación, la obra de santificación y la glorificación de nuestros cuerpos son parte de los beneficios que obtenemos en la redención. Toda esta obra lleva el sello de la sabiduría de Dios, quien mostró sabiamente su misericordia y su justicia en la cruz del calvario.

Pero se pudiera decir mucho más de esta perfección de Dios, porque en todos sus tratos con el hombre, en todos sus decretos, en todos sus propósitos y en su providencia, la sabiduría divina dice presente. En palabras de Louis Berkhof, un teólogo de principios de los 1900, reconocer que Dios es sabio es resaltar su inteligencia «para llevar a cabo sus propósitos».

Por lo tanto, decir que Dios es sabio, es afirmar que él siempre hace las cosas perfectas y cuando las hace, siempre usa de los mejores medios. Su sabiduría se expresa en la creación, la redención y en todo cuanto hace. Mejor dicho, Dios sabe lo que hace.

 

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