A no ser que un accidente, una tragedia, o una enfermedad repentina interrumpa nuestra vida, los hombres viviremos aproximadamente hasta los 76 años. Las mujeres, hasta los 81. Al menos, esa es la expectativa de vida aquí en E.E.U.U. según las estadísticas. Por eso, si sobrepasamos esa marca tenemos una razón más para glorificar al Señor.
Pero ya sea que respiremos hasta los ochenta o los veinte, todos coincidimos en algo: la vida es corta. La vida es un suspiro. Nuestros años son como neblina que desaparece rápido. Nuestra existencia es como flor que cae y se marchita. Somos efímeros.
Sin embargo, esta no siempre es una verdad que recordamos. No es algo de lo que siempre estemos conscientes. Quizá por esto el salmista pidió al Señor: “Hazme saber mi fin, y cuál es la medida de mis días, para que yo sepa cuán efímero soy” (Sal. 39:4). Nuestra transitoriedad es algo que no tomamos en serio. La brevedad de la vida es algo que entendemos y aceptamos, pero tiene poco impacto en nuestra forma de pensar y vivir.
La hierba se seca y la flor se cae
El apóstol Pedro decía: “Porque toda carne es como hierba, y toda la gloria del hombre como flor de la hierba. La hierba se seca, y la flor se cae; Mas la palabra del Señor permanece para siempre (1 P. 1:24-25).
Aquí el apóstol, citando a Isaías 40:6-7, nos recuerda que nuestra vida es como la hierba y la flor: un día está, y al siguiente desaparece. Así es nuestra existencia. Pero Pedro dice algo más, algo igual de importante: “y toda la gloria del hombre como flor de la hierba” (v. 24). Es decir, la gloria del hombre también es temporal y efímera.
Las cosas en las que el hombre del mundo pone su gloria y confianza son pasajeras: los bienes en los que se deleita, en los que pone su esperanza y en los que se jacta, son temporales; las cosas en las que invierte su tiempo, a las que se consagra y en las que se afana son transitorias. Hoy están y mañana no.
Entonces, no solo nuestra vida es breve. También lo son las cosas de esta vida. No solo nuestra existencia es efímera, lo terrenal también lo es. No solo los años son frágiles y pasajeros, sino también todo lo que perseguimos en este mundo.
Creo que hay dos cosas que se nos sugiere con esta manera de hablar.
Lo primero que Pedro sugiere entre líneas es la necedad de estimar lo terrenal como si fuese permanente. Es insensato e inútil vivir obsesionados por las cosas de este mundo. La profesión, la estabilidad financiera, y los bienes son transitorios. La reputación, la belleza, la apariencia física, la salud, las relaciones, y los negocios también son efímeros y pasajeros.
Lo segundo que Pedro quiere recordarnos es que debemos vivir para lo eterno. Invertir nuestra vida para lo que permanece. Por eso debemos vivir para Cristo, para lo que no perece ni se marchita. Esa es la vida más sabia, coherente, y sin desperdicio.
Mas la palabra del Señor permanece para siempre
Sorprende, sin embargo, lo que Pedro añade: “Mas la palabra del Señor permanece para siempre” (v. 25). Es decir, lo que contrasta con lo pasajero del hombre y de las cosas del mundo, es la durabilidad de la palabra de Dios.
Esto me sorprende porque Pedro pudo comparar lo transitorio de las cosas de este mundo con lo eterno de las riquezas celestiales. Pero no lo hace así. En este caso, lo que se destaca como algo permanente, duradero, y eterno es la Palabra de Dios. ¿Por qué?
Pienso que lo que Pedro nos dice se puede resumir así:
“No centremos nuestra vida en los bienes terrenales que un día perecerán. No descansemos ni celebremos como lo más importante lo que un día no estará. No valoremos las cosas pasajeras del mundo como si fuesen permanentes. No nos obsesionemos por las cosas que un día se esfumarán. Mientras vivimos en este mundo cumpliendo nuestras funciones, siendo responsables con los dones que tenemos, diligentes con los talentos, cuidando de los nuestros, y llevando a cabo nuestro rol en la sociedad, vivamos con la consciencia de lo fugaz que es esta vida. Centremos los pensamientos en lo celestial y en la salvación, que la Palabra proclama. Pongamos nuestra confianza en los bienes celestiales (que Efesios anuncia). Descansemos en la nueva vida y el perdón (que Colosenses nos recuerda). Valoremos la gracia y nuestra adopción como hijos de Dios (que Romanos divulga). Celebremos como lo más importante la comunión con Dios (que Primera de Juan celebra) y tengamos pasión por la gloria eterna que la palabra nos promete”.
El título universitario cuelga inerte en una pared. El carro se desgasta y los herederos pelean por la casa. El negocio quiebra o se acaba y los hijos se van cuando se casan. La cara bonita da paso a las arrugas. El cabello se llena de canas, el cuerpo se deteriora, y la salud se debilita. La apariencia física decae y las relaciones se terminan. “Porque toda carne es como hierba, y toda la gloria del hombre como flor de la hierba. La hierba se seca, y la flor se cae; Mas la palabra del Señor permanece para siempre”.