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Susana Wesley, la madre de Juan Wesley (el padre de los metodistas), tenía el gran desafío de criar más de diez hijos en casa. Los quehaceres del hogar incluían amamantar a los recién nacidos, cocer, cocinar, ayudar en las tareas a sus hijos, y mucho más.

En medio de su ocupación, Susana hacia algo que nos describe la clase de mujer que era y que ciertamente nos desafía: “A veces se sentaba y se tapaba la cabeza con su delantal para así poder orar en paz. Cuando estaba ataviada de este modo, los niños sabían que no podían interrumpirla”.[1]

La vida cristiana es una guerra feroz y sin tregua. “He peleado la buena batalla”, dice nuestro hermano Pablo (2 Timoteo 4:7). Y como toda guerra, ella se pelea y gana con estrategias. Por eso el cristiano debe ser planificado, cuidadoso, y vigilante en las disciplinas espirituales.

Jonathan Edwards decía: “Para continuar en oración con toda perseverancia hasta el fin de la vida, se requiere de mucho cuidado, vigilancia y trabajo. Porque la carne, el mundo, y el diablo hacen mucha oposición y los cristianos se enfrentan con muchas tentaciones para que abandonen esta práctica”.[2]

Una de las razones por la que muchos cristianos fallan en ser constantes en la oración no es solo por falta de deseo, sino también porque no planifican. La falta de estrategia para la oración está estancando y socavando la vida espiritual de muchos creyentes. El ejemplo de Susana Wesley no solo nos sirve de motivación para no descuidar la oración, sino también como un modelo de lo que es ser intencional y estratégicos para orar.

La falta de planificación para orar hace que muchos descuiden tan vital ejercicio. Por esto muchos creyentes pueden pasar días y semanas sin orar. No hay una estrategia. No hay un plan de acción. Ciertamente esto de planificar y ser estratégicos también aplica a muchos otros aspectos de la vida cristiana como la lectura de la Biblia, el apartarnos del pecado, tener nuestras devociones familiares, y otras más.

El apóstol Pablo le dijo a los creyentes de Efeso que debían vivir “aprovechando bien el tiempo, porque los días son malos” (Ef. 5:16). Por eso concluyo que la vida de oración se cultiva intencional y estratégicamente. Debemos planificar y ser estratégicos para orar, al menos hasta que la oración se convierta en un hábito saludable.

Para el efecto, creo que debemos tomar en cuenta tres cosas:

1) Escoge un lugar para orar

Se intencional y estratégico para escoger un lugar en donde orar. Quizá la sala de tu casa, tu cuarto, tu oficina, o un rincón en tu lugar de trabajo o escuela. Incluso el baño o tu cama son opciones. Sea cual sea, el lugar escogido para orar debe ser uno que, en lo posible, esté alejado del bullicio y de la distracción. Un lugar que te sirva para evitar distracciones y así puedas centrar tu atención en el Señor. En los Evangelios se nos dice acerca de Jesús “él se apartaba a lugares desiertos, y oraba” (Lc. 5:16).

2) Escoge una hora para orar

Establece una hora exacta en el día en la que te detendrás para orar. Puede ser por la mañana antes de vestirte y desayunar. Quizá puede ser el tiempo de refrigerio en tu trabajo o escuela. Si tienes una hora de descanso en medio de tu trabajo o escuela, planifica tomar media hora antes o después de comer. Esto debe observarse con cuidado porque para muchos cristianos el tiempo de almuerzo es una buena oportunidad para compartir el evangelio con los compañeros no creyentes.

Muchos creyentes, por no planificar un horario, pasan el día sin orar y cuando llegan a casa luego de una agotadora jornada quedan sin ánimo para hacerlo. Aunque cada persona conoce su dinámica familiar y contexto, en general creo que dejar la oración para el final del día no es buena estrategia. Seamos honestos: a veces el cansancio es más fuerte que el deseo de orar.

En este punto, creo que nuestro Señor también es un ejemplo de la práctica de la oración matutina (Mr. 1:35). Su ocupada vida y estar rodeado todo el tiempo de multitudes hacían de la oración madrugadora una mejor opción.

Sea en la mañana o después durante el día, lo importante es establecer una hora para orar y procurar ceñirnos a ese horario hasta que la oración se convierta en un hábito.

3) Anticipa los contratiempos para orar

Todos sabemos que a veces surgen imprevistos durante el día o en la semana que alteran nuestra rutina. Sin embargo, si tenemos presente los distintos compromisos y nuestras responsabilidades, y procuramos anticiparnos y planificar nuestros días, podemos evitar que nuestras oraciones sean interrumpidas.

Cuando establecemos la hora y el lugar de oración, debemos considerar los tiempos que debemos estar con nuestra familia, tener presentes los horarios de trabajo o en la escuela, las salidas al supermercado, a la iglesia, con los amigos, las visitas el médico, los ejercicios, etc.

En resumen, la planificación no asegura que mantendremos una buena vida de oración, pero al menos nos ayuda a reducir en gran medida los obstáculos que tenemos para orar. Debemos incorporar una estrategia para no descuidar la oración, y si se nos hace difícil, debemos ser creativos como lo fue Susana. De hecho, me atrevo a decir que los creyentes debemos planificar nuestros días alrededor de nuestro tiempo de oración. Solo así no la descuidaremos. Hermanos, seamos intencionales y estratégicos para orar.


[1] Eric Metaxas, 7 Mujeres y el secreto de su grandeza, GRUPO NELSON, pg. 46

[2] Edwards, Jonathan. Hipócritas, Deficientes en el Deber de la Oración (Spanish Edition) (Kindle Locations 168-170). Kindle Edition.


Imagen: Unsplash.
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