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Cierta vez escuché decir al profesor D. A. Carson que los creyentes deben tener presentes varias verdades acerca del sufrimiento. La iglesia debe tener una comprensión bíblica del dolor; para que encontremos consuelo y así vivirlo de una manera que glorifique al Señor. Los cristianos debemos tener una buena teología del sufrimiento. En medio del dolor es importante tener un punto de referencia y un marco de pensamiento bíblico.

Sin embargo, eso no es suficiente. Porque, aunque esto es importante, el creyente también debe tener una visión bíblica de los deleites. Es decir, una teología o visión cristiana del disfrute. La misma Biblia debe informarnos acerca de cómo pensar cuando tenemos tiempos buenos. Así como un correcto entendimiento del sufrimiento es crucial para que este sea de provecho, un correcto entendimiento de los placeres y los disfrutes nos ayudará a que estos también redunden para gloria de Dios.

Debemos ser instruidos por la Biblia sobre cómo pensar e interpretar las experiencias placenteras con la familia, nuestro platillo preferido, al ver nuestro programa favorito, cuando estamos con los amigos, cuando disfrutamos de una siesta, unas vacaciones, o cualquier otro goce. Por eso, sugiero tres verdades que podemos traer a nuestras mentes y corazones cuando disfrutamos algo, y nos permitan honrar a Dios en los días buenos y en momentos de disfrute.

1. Dios es la fuente de todos los placeres

La Escritura dice que “Toda buena dádiva y todo don perfecto desciende de lo alto, del Padre de las luces, en el cual no hay mudanza, ni sombra de variación” (Stg. 1:17). Dios es la fuente, el creador y el dador de todo lo bueno, incluyendo los placeres que disfrutamos. Cada vez que experimentamos un placer debemos dirigir nuestros pensamientos hacia Dios.

Los cristianos deberíamos entrenar nuestras mentes para pensar en Dios como el autor de ese placer. Él es el autor y el dador de ese momento de gozo y disfrute. Cada risa, cada placer, cada sensación de alivio, deben ser estimadas como lo que son: expresiones de su gracia para con nosotros, pues no los merecemos.

Saber esto nos debe llevar a agradecer y alabar a Dios por sus dones. El mismo Salomón decía que “En el día del bien goza del bien; y en el día de la adversidad considera. Dios hizo tanto lo uno como lo otro, a fin de que el hombre nada halle después de él” (Ec. 7:14). Una de las cosas que el escritor bíblico nos deja claro en este verso es que Dios es quien trae los días buenos. Dios es la fuente de todo disfrute de sus hijos.

2. Dios legitima nuestros placeres

Debido a que Dios permite los placeres piadosos en sus hijos, también es Él quien los define y los regula. Los deleites terrenales son legítimos en la medida que los usamos conforme al sabio diseño de Dios y mientras estén dentro de los límites que Él ha establecido. Por lo tanto, si no tomamos en cuenta eso no solo distorsionamos ese placer, sino también desafiamos la sabiduría divina.

Por ejemplo, el descanso es un don que Dios nos da, pero cuando descuidamos otras responsabilidades, entonces ese don se ha pervertido. El sexo es un don divino para ser practicado y disfrutado en el contexto del matrimonio, entre un hombre y una mujer que han hecho un pacto de exclusividad y permanencia. Cuando el sexo es practicado fuera de ese contexto, entonces se ha corrompido.

En las “Cartas del diablo a su sobrino”, la novela de C.S. Lewis, encontramos de una manera original estas dos primeras verdades. En ella el autor comparte la correspondencia entre dos demonios. El viejo diablo, llamado Escrutopo, le escribe a su sobrino Orugario, un novato demonio encargado de engañar y desviar a un joven convertido al cristianismo. En una de las cartas, el diablo le recuerda a su sobrino que Dios, a quien llama el Enemigo, es el Creador del placer:

Nunca olvides que cuando estamos tratando de cualquier placer en su forma sana, normal y satisfactoria, estamos, en cierto sentido, en el terreno del Enemigo. Ya sé que hemos conquistado muchas almas por medio del placer. De todas maneras, el placer es un invento Suyo, no nuestro. El creó los placeres; de todas nuestras investigaciones hasta ahora no nos han permitido producir ni uno. Todo lo que podemos hacer es incitar a los humanos a gozar los placeres que nuestro Enemigo ha inventado, en momentos, o en formas, o en grados que Él ha prohibido”.[1]

Un último ejemplo es el entretenimiento. A este respecto podemos citar a Pablo, quien decía que “todas las cosas me son lícitas, mas yo no me dejaré dominar de ninguna” (1 Co. 6:12). Cuando algún placer o deleite se convierte en aquello que nos gobierna, entonces ese deleite se ha distorsionado. Todos los dones que Dios nos da, todos los deleites y disfrutes deben ser usados y experimentados dentro del marco del diseño divino, sin excedernos, sin dejarnos dominar por ellos y sin salirnos de sus límites.

3. En Dios está nuestro mayor placer

Todos los deleites de este mundo, en el mejor de los casos, son solo anticipos del verdadero deleite que es nuestro Dios. El salmista decía “Gustad, y ved que es bueno Jehová; Dichoso el hombre que confía en él (Sal. 34:8). En este pasaje se nos invita a saborear, cual sabrosa comida, la bondad del Señor. Todos los momentos placenteros, por más legítimos que sean, son pequeños destellos del placer que solo produce Dios. Aun las mejores experiencias no superan la experiencia de estar con Dios. Todas ellas son inferiores copias de la delicia que se experimenta al conocer y amar a Dios.

Dios es la más elevada fuente de placer y deleite para Su creación y Su pueblo. Todo lo demás, son como el agua de “cisternas rotas” que no pueden saciar (Jer. 2:13). Recordemos que tanto los placeres del mundo y nuestros corazones fueron creados por Dios. Por eso, ni los placeres terrenales fueron diseñados para saciarnos enteramente, ni nuestros corazones fueron diseñados para ser saciados por ellos. Así que cada disfrute debe llevarnos a levantar nuestra mirada hacia Él, fuente de todo deleite. Cada momento de celebración deben evocar en nosotros el verdadero gozo y deleite que provienen de Dios. Deleite que podemos experimentar hoy, en cierta medida, y que experimentaremos plenamente cuando estemos en gloria. Aquí son propicias las palabras del gran Agustín: “Señor, Tú nos hiciste para Ti, y nuestros corazones no descansarán hasta que descansen en Ti”.

Conclusión

Para que nuestros momentos felices sean de provecho y honren al Señor, primero tengamos siempre presente que Dios es la fuente de todos nuestros disfrutes y placeres. Segundo, recordemos que Dios define el uso y aprovechamiento legítimo de nuestros disfrutes. Y tercero, confiemos que cada disfrute es solo un reflejo del disfrute que viene de tener a Dios y estar con él.

¿Por qué no hacemos de las experiencias agradables ocasiones para glorificar a Dios? Hagamos, con la ayuda de Dios, de esos momentos placenteros, momentos santos. Que cada lugar donde experimentemos un disfrute, también sea un lugar donde quitemos el calzado de nuestros pies. ¡Gloria a Dios!


[1] CS. Lewis, Cartas del diablo a su sobrino, Harper Collins, pg. 52.


IMAGEN: LIGHTSTOCK.
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