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Jeremiah Burroghs, el predicador puritano del siglo XVII decía que el contentamiento cristiano es una joya rara. Y tenía razón. Pero creo que en el siglo XXI, eso también es cierto del asombro cristiano. Es decir, el asombro cristiano también escasea.

Estar asombrado es la sensación que debería despertar en nosotros la grandeza de Dios. Esta palabra tiene varios sinónimos: Admiración, estupor, temor, maravilla, conmoción, aturdimiento, espanto, sobrecogimiento, y fascinación. Es decir, todas estas emociones constituyen la actitud correcta al considerar a Dios. Una mezcla de admiración y estupor son las sensaciones que nos deben invadir al contemplar la majestad divina. Maravilla y sobrecogimiento representan la reacciones apropiadas ante la grandeza de Dios.

John Frame dice que el temor a Dios, es ese “asombro reverente que mueve a la obediencia”¹. Y es que en asombro reverente ante Dios debemos permanecer toda su creación. Asombro reverente es la justa respuesta de la criatura ante el Creador.

Pero el asombro es una joya rara. En especial en estos tiempos en los que la iglesia ha sido influenciada con una cosmovisión humanista y centrada en el hombre. Como alguien dijo del cristianismo contemporáneo: “La iglesia ha divinizado al hombre y humanizado a Dios”. ¡Tragedia!

Si hay algo de lo que debemos guardarnos es de una visión superficial, trivial y frívola de Dios. Y creo que ese es el gran pecado de nuestro siglo. Cuán necesario es para el creyente crecer en el conocimiento del carácter de Dios. Cuán urgente es para la iglesia conocer la grandeza de su Salvador. En una entrevista, el pastor Nuñez pidió a R.C. Sproul que explicara por qué el énfasis en la santidad de Dios en su ministerio: “La iglesia no conoce a Dios”, respondió Sproul.

Calvino decía que “nuestro conocimiento de Dios debe, en primer lugar, enseñarnos a temerle y reverenciarle”², para después confiar en sus beneficios. Es decir, la reverencia y el asombro por Dios preceden a la confianza en Dios.

El asombro en la Biblia

Este asombro es presentado en las Escrituras de muchas maneras. Lo vemos en los israelitas mientras contemplaban estremecidos a Dios en el Sinaí (Éx. 19:16); lo vemos en Isaías abrumado por la visión de la santidad divina (Is. 6:1-5); lo vemos en Ezequiel quien quedó postrado ante lo que vió (Eze. 1:29); lo vemos en los salmos que expresan la grandeza de Dios (Sal. 48:1; 96:4 ;145:3) y lo vemos en Pablo que asombrado por la gran salvación, prorrumpe en alabanza diciendo: ¡Oh profundidad de las riquezas de la sabiduría y de la ciencia de Dios! ¡Cuán insondables son sus juicios, e inescrutables sus caminos! (Ro. 11:33).

Además, este asombro es ordenado en las Escrituras. En los salmos (22:23 & y 33:8) se nos dice que debemos servir a Dios y estar ante su presencia con temor y reverencia (las versiones en inglés le hacen más justicia al traducirlo como awe. Es decir, asombro). Y en Hebreos 11-28-29 el autor nos dice que sirvamos a Dios “agradándole con temor y reverencia; porque nuestro Dios es fuego consumidor” (aquí también las versiones en inglés lo traducen como awe. Es decir, asombro).

Por eso, así deberíamos permanecer: Sobrecogidos por Su grandeza. Fascinados de Su sabiduría. Conmocionados por Su santidad. Maravillados de Su poder. Asombrados por Su majestad. Así deberíamos estar. Además, es bueno recordar que así estaremos en los cielos nuevos y tierra nueva: Admirados, fascinados, y asombrados por la eternidad.

Entonces, ¿qué podemos y debemos hacer?  

¿Cómo llegar al asombro por Dios? ¿Cómo se cultiva esa sensación de asombro, de estupor y admiración? Creo que para crecer y cultivar esa consciencia, para hacer que esas sensaciones sean parte de nuestra noción de Dios y sean más frecuentes en nosotros, no debemos descuidar estas cuatro disciplinas:

Leer la Biblia. La palabra de Dios es el testimonio de Dios mismo. La palabra renueva nuestro entendimiento y principalmente renueva nuestro entendimiento acerca de Dios. Es decir, nuestra comprensión de Su carácter y de Su naturaleza se fortalecen por medio de las Escrituras. La fe viene por el oír y el oír por la palabra de Dios (Ro. 10:17), decía Pablo. La fe, la confianza y el entendimiento de Dios, vienen por el instrumento de la Escritura. Ella es útil para “enseñar” (2 Timoteo 3:16), no solo para enseñar cómo debemos vivir, sino que nos enseña quién y cómo es Dios. Si vamos a cultivar una consciencia de su grandeza y majestad, debemos ser personas comprometidas con el estudio y la lectura de la Biblia. Dios crea y sostiene el universo por su palabra y también salva por medio de ella. Es decir, Dios obra por medio de su palabra. Él puede darnos el regalo de un corazón abrumado y asombrado, cuando leemos las Escrituras.

Meditar en los ejemplos de las Escrituras. En la Biblia se usan muchas figuras para darnos la idea del gran abismo entre el Creador y la criatura, y nosotros debemos meditar en estas cosas. Después de estudiar y leer la Biblia también debemos pensar en esas imágenes y eventos que nos describen el carácter majestuoso y las obras de Dios. El creyente debe usar su mente para meditar en esas comparaciones que los escritores usaron para referirse a Dios. Los profetas nos ofrecen imágenes imponentes e intimidantes para darnos una noción más precisa de la grandeza del Creador. Es decir, la Biblia nos presenta comparaciones para ver el gran contraste que existe entre Su poder y nuestra debilidad, Su sabiduría y nuestra necedad, Su abundancia y nuestra pobreza.

Por ejemplo en Éxodo 19:16-19 dice que Dios descendió al monte Sinaí “con truenos y, con una pesada nube, con gran humo y sonido de bocina que iba en aumento”. El salmo 97 dice que los “montes se derriten como cera” ante la presencia de Dios. El profeta Isaías dice que Dios tiene los mares en el “hueco de su mano” (Is. 40:12) y también que todas las naciones son “como una gota de agua que cae del cubo” (Is. 40:15). En Job 38:8 el Señor, para recordarle su pequeñez, preguntó a Job: ¿Quién cerró las puertas al mar?

Estas son solo algunas de las muchas referencias que nos dan idea de cuán grande e imponente es Dios y de cuán insignificantes y débiles somos. Meditar en estas realidades, nos ayudará a guardar la distancia entre Creador y criatura. Considerar estas imágenes una por una, puede fortalecer nuestra noción de Su grandeza. Pensar en ellas pueden agudizar nuestra percepción de la inmensidad divina.  Ponderar estas grandes diferencias que la Biblia nos ofrece es el camino al asombro cristiano.

Entrenar nuestra mente para relacionar las cosas grandes de la creación con Dios. Este es un ejercicio que nos puede enriquecer a este respecto. Debemos cultivar el hábito de usar nuestra mente para pensar para la gloria de Dios. El salmista decía “Cuando veo tus cielos, obra de tus dedos, la luna y las estrellas que tú formaste, Digo: ¿Qué es el hombre, para que tengas de él memoria…” (Sal. 8:3-4). Aquí el salmista está expresando su asombro al pensar cómo Dios dio al hombre el encargo de su creación. Pero no es lo único que aprendemos. Por que este salmo también nos revela que el salmista al mirar lo grande de la creación, dirigía su mente hacia Dios. Cuando el miraba el cielo, la luna y las estrellas David pensaba en Dios. Dirigía su mirada hacia Él. Y nosotros debemos hacer lo mismo.

Los cristianos debemos entrenar nuestras mentes para que las cosas grandes de la creación las veamos en relación a Dios. El gran cañón, los océanos, las olas, las cataratas del Niágara, las galaxias, los truenos, y los bosques son ejemplos de ello. En otras palabras, debemos hacer el ejercicio mental de conectar lo majestuoso de las cataratas del Niágara con el majestuoso Dios. Conectar lo poderoso de los truenos, con el poder del que los creó. Relacionar los vastos océanos y las grandes olas con la grandeza de Dios. Al ser conmovidos por algo grande e imponente, en ese momento dirijamos nuestra mente a algo mayor: a Aquel que lo creó.

Incluso este ejercicio mental lo debemos hacer con las grandes creaciones humanas que nos asombran. Cuando viví en Nueva York, tuve que llevar a varios familiares a conocer las una vez famosas Torres Gemelas. Me convertí en una especie de guía familiar. Pero aunque fui muchas veces, nunca dejé de ser abrumado por lo imponente del edificio, sobre todo cuando lo miraba de abajo hacia arriba. Al ver las grandes obras hechas por el hombre, por ejemplo los imponentes edificios, podemos decir: Dios es el creador de todas las cosas, incluso de los hombres que construyeron esto. Él es más sabio, bueno y poderoso que aquel que levantó este edificio.

Este ejercicio mental está en armonía con el llamado de Pablo a pensar en todo lo que es verdadero, lo bueno y en todo lo que es digno de alabanza (Fil. 4:8). El Dios grande e imponente es la definición y la expresión perfecta de todo lo que es verdadero, bueno y digno de alabanza.

Cuando nuestros pensamientos son usados para ver la grandeza del Señor y esos pensamientos nos ayudan a crecer en reverencia por Dios, entonces estamos pensando para la gloria de Dios.

Orar. He dejado esto intencionalmente para el final, ya que la oración hace que las anteriores disciplinas sean fructíferas. No debemos pensar que esta sensación de asombro nos llega por cumplir al pie de la letra ciertos ejercicios. Dependemos absolutamente de Dios para esto. Si queremos crecer en una mayor consciencia de la grandeza de Dios y en el asombro que esa consciencia produce, necesitamos pedirle a Dios que nos conceda eso. Tenemos que pedirle que su Espíritu abra los ojos de nuestro entendimiento. Es el Espíritu quien nos revela a Dios (1 Cor. 2:10). La lectura de la Palabra, la meditación de las Escrituras, y el pensar en las cosas grandes de la creación, serán ejercicios estériles sin la ayuda del Espíritu. Pero la oración hace fructíferos todos nuestros esfuerzos por crecer en ese asombro. Oremos que por medio de Su Espíritu, nuestra mente y nuestro corazón finitos, puedan captar una mayor medida de Su grandeza.

Oremos a Dios que produzca en nuestro corazón ese asombro. Entonces la gloria de la encarnación brillará con nueva luz, el sacrificio en el madero será visto con otros ojos, y el Salvador será más estimado en nuestros corazones.

Oración:

Gran Dios. Soberano, fuerte, santo, todopoderoso, y buen Dios, guárdame de una visión superficial de ti. Líbrame de una adoración indiferente y vacía. No permitas que sea deslumbrado por las cosas de este mundo; que eso nunca me pase contigo. Te pido que cuando piense en ti, todo mi ser sea afectado. Dame un corazón que te tema. Dame fascinación, conmoción, y estupor por ti. Concédeme reverenciarte. Dame la dicha de un corazón abrumado, mientras te descubre y te contempla. Solo tú puedes hacerlo. Dependo de ti. Mi carne lo necesita. Mi alma lo anhela. Dame un asombro por ti. Te lo pido en el nombre de tu Hijo Jesucristo, para tu gloria.


[1] Five Views on Apologetics, John Frame (p. 209).
[2] Institutos, Calvino.
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