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Definición

La muerte de nuestro Señor Jesucristo por nuestros pecados es un elemento esencial de Su obra redentora. Una teología de la expiación es una explicación bíblico-teológica de por qué Jesús, como Hijo de Dios, tuvo que morir y qué logró con Su muerte por nosotros como nuestro Salvador.

Sumario

Este ensayo tratará de explicar por qué Jesús tuvo que morir y qué logró con Su muerte por nosotros como nuestro Salvador y Señor. Después de establecer el contexto bíblico-teológico más amplio en el que el Nuevo Testamento sitúa la cruz, se presenta y explica el lenguaje bíblico diverso utilizado para describir la cruz, antes de concluir con la mejor manera de pensar teológicamente sobre el porqué y la naturaleza de la cruz.

Tratar de captar todo lo que nuestro Señor Jesucristo logró en Su gloriosa obra no es fácil debido a sus múltiples aspectos. Juan Calvino trató de captar la amplia naturaleza de la obra de Cristo mediante el munus triplex, el triple oficio de Cristo como nuestro representante y mediador del nuevo pacto: Profeta, Sacerdote y Rey. Lo que Calvino pretendía evitar era el reduccionismo, el pecado «cardinal» de la teología.

No obstante, si bien es peligroso priorizar un solo aspecto de la obra de nuestro Señor, la Escritura enfatiza la centralidad del oficio sacerdotal de Cristo y Su muerte sacrificial por nuestros pecados (Mt 1:21; 1 Co 15:3-4). No basta con que Cristo esté con nosotros en Su encarnación, también debe obrar por nosotros en Su vida, muerte y resurrección. Dada la centralidad de la muerte de Cristo en la Escritura (Mr 8:31-32; Hch 2:23; cp. Ap 13:8), es esencial que la expliquemos correctamente.

Sin embargo, a lo largo de la historia de la iglesia han existido diversas teologías de la expiación. De hecho, a diferencia de las confesiones ecuménicas de Nicea y Calcedonia, que establecieron las doctrinas trinitaria y cristológica ortodoxas, no existe una confesión universal sobre la expiación. A partir de este hecho, algunos llegaron a la conclusión de que ninguna postura sobre la cruz explica de manera adecuada el punto central de la muerte de Cristo. No obstante, es vital señalar que, a pesar de que no exista una confesión ecuménica respecto a la cruz, todos los cristianos han estado de acuerdo en que la muerte de Cristo asegura el perdón de nuestros pecados y que resulta en la reconciliación con Dios. Pero, ciertamente, la claridad conceptual de la doctrina llegó con el tiempo, de forma similar a otras doctrinas. A medida que se produjeron diversos debates sobre la expiación, se logró claridad y precisión.

Todo esto nos recuerda que la iglesia necesita volver repetidamente a las Escrituras para explicar la cruz bíblica y teológicamente, que es lo que haré en tres pasos: (1) describir de manera breve cuatro verdades fundamentales que sitúan la cruz en su contexto bíblico-teológico adecuado; (2) describir las diversas formas complementarias en que la Escritura describe a la cruz; y, finalmente, (3) preguntar cuál es la mejor manera de explicar desde la teología el significado de la muerte de nuestro Señor por nosotros.

El contexto bíblico-teológico para entender la cruz de Cristo

La muerte de nuestro Señor no se nos presenta en un vacío. Está establecida dentro del marco general de las Escrituras y, en particular, de cuatro verdades bíblicas: Dios, los seres humanos, el problema del perdón y la identidad de Cristo. Veamos cada una por separado.

Primero, para entender la cruz, debemos comprender quién es Dios como nuestro Dios trino, Creador y Señor del pacto. Los desacuerdos sobre el significado de la cruz son en esencia debates sobre la doctrina de Dios. Si nuestra visión de Dios es incorrecta, nunca entenderemos el porqué de la cruz. Desde los primeros versículos de las Escrituras, se presenta a Dios como eterno, independiente, amor santo, justo y bueno; como el Dios trino que está completo en Sí mismo y que no necesita nada de nosotros (Gn 1-2; Sal 50:12-14; Is 6:1-3; Hch 17:24-25; Ap 4:8-11). Una implicación esencial de esta descripción es que Dios, por naturaleza, es el estándar moral. Por eso la ley de Dios no es externa a Él y tampoco puede suavizarla arbitrariamente. En cambio, el Dios trino es la ley; Su voluntad y Su naturaleza determinan lo que está bien y lo que está mal.

Esta visión de Dios es fundamental para entender el porqué de la expiación, pero a menudo no se toma en cuenta en las discusiones sobre la cruz. Hoy en día, muchos argumentan, siguiendo la «nueva perspectiva de Pablo», que la justicia/rectitud de Dios solo se refiere a «la fidelidad de Dios a Su pacto», es decir, que Dios permanece fiel a Sus promesas. Sin duda este concepto es cierto, pero lo que este punto de vista no considera es que la «rectitud-justicia-santidad» está primero ligada a la naturaleza de Dios mismo. Por eso, a la luz del pecado, Dios, que es la ley, no puede pasar por alto nuestro pecado.

La justicia santa de Dios exige que no solo castigue todos los pecados, sino que también, si en Su gracia elige justificar a los impíos (Ro 4:5), debe hacerlo satisfaciendo plenamente Su propia moral, santa y justa. Por lo tanto, ante nuestro pecado y la decisión de Dios de mostrar gracia para redimirnos, la pregunta que surge a lo largo de la historia redentora es: ¿Cómo puede Dios demostrar Su santa justicia y Su amor de pacto y, al mismo tiempo, permanecer fiel a Sí mismo? La respuesta solo se encuentra en el don del Padre: la vida obediente y la muerte sustitutoria de Su Hijo Jesús, que tiene como resultado nuestra justificación ante Dios en Cristo (ver Ro 3:21-26).

Segundo, para entender la cruz, debemos comprender quiénes son los seres humanos como imagen/hijos de Dios creados para tener una relación de pacto con Dios. En concreto, debemos saber quién es Adán, no solo como persona histórica, sino también como representante de la raza humana con respecto al pacto (Ro 5:12-21; 1 Co 15:21-22). ¿Por qué esto es significativo? Porque en la creación, Dios establece las condiciones del pacto y exige a Adán (y a todos nosotros) confianza, amor y obediencia totales (Gn 2:15-17). Pero la otra cara de la moneda también es cierta: si hay desobediencia al pacto, dado quién es Dios, también hay un juicio contra nuestro pecado que tiene como resultado un castigo: la muerte física y espiritual (Ro 6:23).

Tercero, para entender la cruz, debemos comprender el grave problema de nuestro pecado ante Dios. Lamentablemente, Adán no amó a Dios con plena devoción al pacto. Desobedeció a Dios, y así trajo el pecado y la muerte al mundo. A partir de Génesis 3, «en Adán» todas las personas ahora son culpables, corruptas y están bajo la sentencia judicial de muerte (Gn 3; Ro 5:12-21; Ef 2:1-3). Si Dios va a redimir, cosa que por Su bondad prometió hacer (Gn 3:15), ¿cómo lo hará? Teniendo en cuenta quién es Dios en toda Su perfección moral, ¿cómo puede declarar justificados a los pecadores sin la plena satisfacción de Su demanda moral? Dios debe castigar el pecado y ejecutar una justicia perfecta porque es santo, justo y bueno. No puede pasar por alto nuestro pecado ni suavizar las exigencias de Su justicia; a decir verdad, ¡qué bueno que es así! Para justificarnos, nuestro pecado debe ser expiado en su totalidad. Así pues, ¿cómo puede Dios castigar nuestro pecado, satisfacer Su propia demanda de justicia y justificar a los pecadores?

Añade a este punto lo siguiente: para deshacer, revertir y pagar el pecado de Adán, necesitamos a alguien que provenga de la raza humana y se identifique con nosotros (Gn 3:15), lleve a cabo por nosotros la obediencia exigida por el pacto y pague la pena de nuestro pecado. Necesitamos a alguien que se convierta en nuestro representante y sustituto con respecto al pacto, y que mediante Su obediencia en vida y muerte asegure nuestra justificación ante Dios. Por fortuna, las Escrituras hacen el anuncio glorioso de que hay un hombre —y solo uno— que puede hacer esto por nosotros, nuestro Señor Jesucristo (ver Heb 2:5-18).

Cuarto, para entender la cruz, también debemos comprender quién es Jesús. En las Escrituras, Jesús no es un simple humano, sino Dios Hijo encarnado, la segunda Persona de la Trinidad. No es una tercera parte ajena a Dios. No podemos pensar en Su obra expiatoria sin tomar en cuenta que el Dios trino en Su totalidad está llevando a cabo nuestra salvación. Además, como Hijo eterno, amado de manera infinita por Su Padre y por el Espíritu, según el plan de Dios, asumió de manera voluntaria el papel de convertirse en nuestro Redentor. Por otro lado, en Su encarnación, se identificó con nosotros para representarnos ante Dios (Heb 5:1). En Su vida humana obediente, como último Adán y mediador del nuevo pacto, Jesús obedeció por nosotros. En Su muerte obediente, como Hijo divino, satisfizo Su propia demanda justa contra nosotros como sacrificio por nuestro pecado (Ro 5:18-19; Fil 2:6-11; Heb 5:1-10).

Estas verdades fundamentales son cruciales para situar la cruz en su contexto bíblico-teológico apropiado y, desde luego, el lenguaje de la cruz debe situarse dentro de este marco general.

La descripción polifacética e interconectada de la cruz en las Escrituras

La descripción bíblica de la cruz es diversa, pero no divergente. En efecto, lo que llama la atención de la presentación diversa de la cruz en las Escrituras es la interconexión de sus palabras, figuras y conceptos. La Escritura nos ofrece ocho formas de pensar en la cruz: obediencia, sacrificio, propiciación, redención, reconciliación, justicia, conquista y ejemplo moral. Sin embargo, ninguno de estos temas, en especial cuando se sitúan dentro de las verdades descritas anteriormente, deben considerarse de manera aislada y aleatoria. Todos estos temas juntos explican el significado y la importancia de la muerte salvadora de Cristo por nosotros de una manera muy específica.

Obediencia

Esta palabra o concepto expresa la perspectiva de Cristo sobre la cruz: Él ha venido a hacer la voluntad de Su Padre (como palabra: Ro 5:19; Fil 2:8; Heb 5:8-9; como concepto: Mr 10:45; Jn 5:30; 10:18; Gá 4:1-4; Heb 2:10-18; 10:5-10). En Romanos 5, se sitúa en el contexto del pacto en relación con los dos representantes de los seres humanos —Adán y Cristo—, en el que destaca la obediencia representativa y la muerte sustitutoria de Cristo por nosotros. En Hebreos 2 y 5, se sitúa en el contexto de la muerte sacrificial de Cristo como nuestro gran Sumo Sacerdote, y así subraya Su muerte sustituta por nosotros.

Sacrificio

La muerte de Jesús también se describe como un «sacrificio» por nuestros pecados. Entendida dentro del contexto del sistema sacrificial del Antiguo Testamento, la cruz debe considerarse como un acto representativo y sustitutorio (Hch 20:28; 1 Co 5:7; 11:25; Ef 5:2; Ro 8:3; 1 P 1:9; 3:18; Gá 1:4; Ap 5:8-9; 7:14; cp. Heb). ¿Por qué? Porque en el pensamiento bíblico no se puede pensar en la muerte de Cristo como sacrificio sin considerar la representación sacerdotal y la sustitución penal.

Hoy en día, algunos apelan a la diversidad de sacrificios del Antiguo Testamento para restar importancia a la naturaleza sustitutoria de la muerte de Cristo. Sin embargo, si se investiga cómo funcionan estos sacrificios dentro del antiguo pacto y del libro de Levítico, es difícil evitar la conclusión de que en el centro del sistema sacrificial está el tema del pecado, la culpa, el juicio de Dios y la necesidad de un pago por el pecado (1 P 2:24-25).

Propiciación

«Propiciación» es otra palabra que describe la cruz de Cristo y la vincula con las figuras del sacrificio, del sacerdote y de la ira de Dios contra el pecado (Ro 3:24-26; Heb 2:17; 1 Jn 2:2; 4:10). De modo significativo, esta palabra presenta a Dios, en Su santa ira contra el pecado (Jn 3:36; Ro 1:18-32), como el objeto de la cruz. Los efectos del pecado son diversos pero ante todo, nuestro pecado es contra Dios y, si habremos de ser redimidos, Dios debe actuar y tomar la iniciativa en gracia y amor para satisfacer Su propia demanda justa y santa contra el pecado, que es precisamente lo que ha hecho en Su Hijo.

Redención

«Redención» y «rescate» también se utilizan para explicar el significado de la muerte de Cristo por nosotros (Mr 10:45; Ro 3:24-25; 1 Co 6:19-20; Gá 3:13; 4:4-5; Ef 1:7; Col 1:13-14; 1 Ti 2:6; Ti 2:14; 1 P 1:18-19; Heb 9:12, 15). Como término/concepto, «redención» transmite la idea de ser liberado o «recomprado» de un estado de esclavitud mediante el pago de un precio.

Algunos intentan interpretar «redención» como un acto de liberación solamente, pero en repetidas ocasiones en las Escrituras las personas y los bienes son «redimidos» por medio del pago de un precio (p. ej., Éx 13:13; 34:20; Nm 18:14-17; Jr 32:6-8; Ef 1:7; Hch 20:28; Ap 5:9). Esto también es cierto en el caso de la cruz de Cristo: el costoso precio de nuestra redención fue pagado por Cristo mismo al derramar Su sangre para el perdón de nuestros pecados (p. ej., Hch 20:28; Ef 1:7; 1 P 1:18-19).

Reconciliación

La muerte de Cristo también asegura nuestra «reconciliación»: primero con Dios (Ro 5:1-2; Ef 2:17-18; 3:12; Heb 10:19-22); luego entre nosotros, al cumplirse las exigencias del antiguo pacto y crearse una nueva humanidad (Ef 2:11-22); a nivel cósmico, en la derrota del pecado, de la muerte y de Satanás y la inauguración de la nueva creación (Col 1:15-20; 2:15; cp. Ro 8:18-27; Ef 1:10, 22). Situada dentro de la historia bíblica, la «reconciliación» supone que una vez estuvimos alejados de Dios y bajo Su condena debido a nuestro pecado pero, ahora en Cristo, la enemistad fue eliminada y podemos empezar a disfrutar de todos los beneficios de la nueva creación.

Justicia y justificación

La cruz de Cristo también se presenta como un acto de justicia que tiene como resultado nuestra justificación (Ro 3:21-26; 5:9; cp. 2 Co 5:21; Gá 3:13). En el centro de esta figura está la imagen del tribunal de justicia. Ante el Juez santo y justo del universo, debido a nuestro pecado, el veredicto de Dios es que todos los humanos son culpables y están condenados (Ro 3:23; 6:23; cp. 8:1).

Sin embargo, por la gracia y la iniciativa de Dios, el Hijo divino se ha hecho uno con nosotros en Su encarnación para desempeñarse como nuestro representante legal del pacto (Ro 5:12-21) y para morir por nosotros como nuestro sustituto penal (Ro 3:24-26; Gá 3:13). Como resultado de Su obra, y unidos a Él por la fe, Dios nos declara justos, no como una descripción de nuestro carácter moral actual, sino como una declaración de nuestro estado/posición ante Dios debido a la obra representativa y sustitutoria de nuestro mediador, Jesucristo nuestro Señor.

Victoria/conquista

La cruz de Cristo también vence a todos nuestros enemigos: el pecado, la muerte y al propio Satanás. A partir de Génesis 3:15, el tema del guerrero divino es un aspecto importante para entender el logro de la cruz de Cristo. En el Nuevo Testamento, esta verdad la desarrollan Jesús, Pablo y el autor de Hebreos (Jn 12:31-33; Col 2:13-15; Heb 2:14-15). Hoy en día, algunos sostienen que la idea de Christus Victor es el tema dominante por el que debemos interpretar el logro de la muerte de Cristo por nosotros. Sin embargo, es importante recordar que el pecado, la muerte y Satanás tienen poder sobre nosotros solo a causa de nuestro pecado. Nuestro problema principal no es Satanás, sino nuestro pecado ante Dios (Gn 2:17; Ro 6:23). Después de todo, Satanás es solo una criatura. La única autoridad que tiene la usurpó, y Cristo vino a derrotar la obra del maligno al tratar el problema de raíz: el pecado. Por eso, la derrota de las potestades se logra primero en la derrota del pecado y su cancelación ante Dios (Col 2:13-15).

Ejemplo moral

La Escritura también presenta a Cristo y Su cruz como el ejemplo moral supremo de amor, obediencia y sufrimiento para los creyentes (p. ej., Jn 13:12-17; Ef 5:1-2, 25-27; Fil 2:5-11; 1 P 2:18-25; 1 Jn 4:7-12). Sin embargo, el significado principal de la muerte de Cristo no es este. La Escritura enseña que para redimirnos se necesita algo más que un ejemplo. Lo que se necesita es que Cristo viva y muera por nosotros.

Nuestro problema, en última instancia, es el pecado ante el Dios santo y trino, y este problema requiere la encarnación del Hijo de Dios para que nos represente en Su vida y muera por nosotros como nuestro representante del pacto y mediador. Solo cuando Cristo obra por nosotros como nuestro sacrificio propiciatorio se satisface de manera plena la justa demanda de Dios, y nosotros, por la fe sola en Cristo, recibimos todos los beneficios de Su obra en el nuevo pacto: redención, reconciliación, justificación y victoria sobre nuestros enemigos.

¿Cuál es la mejor explicación de la cruz?

La presentación de la cruz en las Escrituras es amplia y multifacética. Es como una gema hermosa que se puede contemplar desde muchos ángulos. Sin embargo, a la luz del marco bíblico-teológico de la Biblia, y teniendo en cuenta todo el lenguaje bíblico sobre la cruz, la explicación del punto central de la cruz es que Cristo Jesús vino como nuestro mediador y representante del nuevo pacto para ofrecerse ante Dios por el pecado.

El concepto de la sustitución penal capta esta verdad mejor que otras teologías de la expiación (p. ej., recapitulación, Christus Victor, ejemplo moral, etc.). ¿Por qué? Porque la sustitución penal, como explicación teológica de la cruz, es la que mejor representa todos los datos bíblicos y la que mejor explica por qué, en última instancia, fue necesario que el Dios Hijo muriera para redimirnos.

¿Qué es la sustitución penal? Penal se refiere al estado terrible de la raza humana en Adán, bajo el juicio de Dios y la pena de muerte. Esta palabra capta una característica clave de la narrativa bíblica: Adán, como cabeza del pacto y representante de la raza humana, desobedeció a Dios y su pecado se convirtió en nuestro pecado por naturaleza, imputación y elección. Toda la humanidad está «en Adán» y, por lo tanto, bajo el poder y el castigo del pecado, es decir, está sujeta a la muerte espiritual y física (Ro 3:23; 6:23; ver Ef 2:1-4). Como resultado, estamos alejados del Dios trino que nos creó para conocerlo y amarlo; estamos bajo Su veredicto de condenación y, como Él es personal, santo y justo, estamos bajo Su juicio divino.

La sustitución se refiere a la identidad y la obra de Cristo, que no solo actúa con nosotros, sino también por nosotros mediante Su cruz. Además, este término se basa en la narrativa bíblica y habla del Dios trino de gracia que elige redimir a Su pueblo en lugar de dejarnos en nuestro pecado y bajo el juicio divino. Somos redimidos por iniciativa y obra de la Trinidad que provee un Sustituto. Como cabeza del nuevo pacto, Cristo nos representó en Su vida y muerte como el último/mayor Adán que obedeció de manera voluntaria y gustosa al Padre a la perfección y por el poder del Espíritu. En Su muerte, Cristo se puso en nuestro lugar, asumió la justicia que Dios demanda de nosotros y pagó nuestra deuda al recibir el castigo que merecíamos. El resultado de la obra de Cristo por nosotros es que, por la fe que nos une a Cristo, Dios el Padre nos declara justos y perdonados de todo pecado en su totalidad. Además, nos libera del poder del pecado y de la tiranía de Satanás, quien una vez tuvo el veredicto de muerte y condenación sobre nosotros (2 Co 5:21; ver 1 P 3:18; Gá 3:13; Heb 9:28; Ro 8:32).

De todas las teologías de la expiación, solo la sustitución penal capta toda la riqueza de los datos bíblicos y la naturaleza teocéntrica de la cruz. Las otras alternativas suelen destacar algo bíblico de la cruz. Sin embargo, la respuesta definitiva que proveen no da cuenta de toda la enseñanza bíblica o minimiza el problema central que la Escritura enseña sobre lo que la cruz resuelve, es decir, nuestro pecado ante Dios (Sal 51:4).

Antes de que podamos hablar de los efectos horizontales de la cruz, debemos hablar primero de los verticales. Es decir, el Dios trino en Su Hijo asumió Su propia demanda para que nosotros en Cristo seamos justificados ante Él (Ro 5:1-2). Las otras posturas sobre la expiación pasan por alto este punto central. Para ellos, el objeto de la cruz es nuestro pecado (formas de la teoría de la recapitulación) o Satanás y las potestades (formas de Christus Victor). Pero lo que no ven es que la persona principal contra la que hemos pecado es nuestro santo, glorioso y trino Creador y Señor. Así, el objeto último de la cruz es Dios mismo.

La verdad es que, en las Escrituras y en la teología, la sustitución penal es la mejor manera de explicar lo que es central en la muerte de Cristo, ya que es otra manera de proclamar el evangelio de la gracia soberana de Dios. Es una forma de hablar del Dios trino en toda Su santidad, rectitud y justicia. Comunica la verdad de que los humanos están en un estado de necesidad ante Dios, y que solo Jesús puede rescatarnos, justificarnos y redimirnos.

Solo en Cristo tenemos un Salvador que puede representarnos, pagar nuestra pena y así salvarnos por completo. La sustitución penal coloca de manera correcta a Dios en el centro de nuestra salvación y nos recuerda que el Dios trino de la gracia planeó nuestra redención desde la eternidad y la llevó a cabo en el escenario de la historia humana. Desde el principio hasta el final, es el Dios trino —iniciativa del Padre, en y mediante el Hijo, y por el Espíritu— quien obra con poder y gracia para proveer, alcanzar y llevar a cabo nuestra salvación.


Publicado originalmente en The Gospel Coalition. Traducido por Diego Lazo.


Este ensayo es parte de la serie Concise Theology (Teología concisa). Todas las opiniones expresadas en este ensayo pertenecen al autor. Este ensayo está disponible gratuitamente bajo la licencia Creative Commons con Attribution-ShareAlike (CC BY-SA 3.0 US), lo que permite a los usuarios compartirlo en otros medios/formatos y adaptar/traducir el contenido siempre que haya un enlace de atribución, indicación de cambios, y se aplique la misma licencia de Creative Commons a ese material. Si estás interesado en traducir nuestro contenido o estás interesado en unirte a nuestra comunidad de traductores, comunícate con nosotros.

Lecturas adicionales

  • Anselm, Why God Became Man. In Anselm of Canterbury: The Major Works [Por qué Dios se hizo hombre. En Anselmo de Canterbury: Las obras principales], ed. Brian Davies y G. R. Evans (Oxford: Oxford University Press, 1998).
  • Sinclair Ferguson, The Substitutionary Atonement of Christ [La expiación sustitutiva de Cristo].
  • Charles E. Hill y Frank A. James III, eds. The Glory of the Atonement: Biblical, Theological, and Practical Perspectives [La gloria de la expiación: Perspectivas bíblica, teológica y práctica], (Downers Grove: InterVarsity Press, 2004).
  • John MacArthur, Why Jesus Had to Die [Por qué Jesús tuvo que morir].
  • Donald Macleod, Christ Crucified: Understanding the Atonement [Cristo crucificado: Entendiendo la expiación], (Downers Grove: IVP Academic, 2014).
  • Leon Morris, The Apostolic Preaching of the Cross [La predicación apostólica de la cruz], 3rd (Grand Rapids: Eerdmans, 1965).
  • R. C. Sproul, The Necessity of Atonement [La necesidad de la expiación].
  • John R. W. Stott, The Cross of Christ, 20th Anniversary [La cruz de Cristo: 20 aniversario], Ed. (Downers Grove: InterVarsity Press, 2006).
  • Jeremy R. Treat, The Crucified King: Atonement and Kingdom in Biblical and Systematic Theology [El Rey crucificado: La expiación y el reino en la teología bíblica y sistemática], (Grand Rapids: Zondervan, 2014).
  • Stephen J. Wellum, Christ Alone: The Uniqueness of Jesus as Savior [Solo Cristo: La unicidad de Jesús como salvador], (Grand Rapids: Zondervan, 2017). Puedes ver una entrevista con el autor aquí (en inglés).