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Definición

En la encarnación, Jesucristo, el Hijo divino, vivió una vida de perfecta obediencia y sumisión a Dios como representante de su pueblo, lo que cumplió las expectativas de los profetas y proporcionó el camino de salvación para el pueblo de Dios.

Sumario

Jesucristo vino como el Hijo divino encarnado para vivir una vida humana de perfecta obediencia y sumisión. Si bien no podemos vivir una vida sin pecado, Jesús fue nuestro representante y vivió una vida perfecta en nuestro nombre, una vida de la que se da testimonio en toda la Biblia. Esta vida obediente cumplió las expectativas de los profetas del Antiguo Testamento, que esperaban que Dios enviara un Mesías para rescatar a su pueblo y también que Dios proporcionara un sacrificio suficiente por sus pecados; Jesús era ambos. Como el segundo Adán, vino a proporcionar su justicia a su pueblo que había heredado la injusticia de Adán.

La realidad de la obediencia y la impecabilidad de Cristo

Cuando Isaías profetizó de la venida del Mesías, un Cristo, que sería condenado a muerte por los pecados de su pueblo, habló claramente del carácter de este Redentor: “Se dispuso con los impíos Su sepultura, pero con el rico fue en Su muerte, aunque no había hecho violencia, ni había engaño en Su boca” (Is 53:9). Este carácter prístino proviene de un corazón que no es rebelde, un oído abierto que siempre escucha a Dios (Is 50:5). Los profetas en el Antiguo Testamento proclamaron claramente la desobediencia humana y el pecado universal, pero también hablaron de alguien venidero que sería completamente obediente y completamente sin pecado.

Jesucristo, verdadero Dios y verdadero hombre, cumplió las expectativas de los profetas. Jesús mismo afirmó que siempre hacía las cosas que agradaban al Padre (Jn 8:29). En los labios de cualquier otro esta afirmación sería arrogante, pero Cristo, en efecto, vivió una vida de perfecta obediencia. El único relato que tenemos de Cristo en su niñez lo muestra deseoso por seguir la voluntad de Dios (Lc 2:49). Cuando Jesús es bautizado como hombre, comenzando su ministerio público, se escucha una voz de aprobación que proviene del cielo mismo: “Este es Mi Hijo amado en quien Me he complacido” (Mt 3:17). Incluso un gobernante pagano no pudo encontrar faltas en Cristo (Jn 19: 4). Y en la hora de la mayor prueba de Cristo, cuando sus discípulos se durmieron y sucumbieron ante la negación y la traición, Cristo afirmó su perfecta lealtad a Dios: “pero no se haga Mi voluntad, sino la Tuya” (Lc 2:42).

Otros escritores inspirados atestiguan la perfecta obediencia e impecabilidad de Cristo:

“Al que no conoció pecado, lo hizo pecado por nosotros, para que fuéramos hechos justicia de Dios en El” (2 Co 5:21).

“Ustedes saben que Cristo se manifestó a fin de quitar los pecados, y en Él no hay pecado” (1 Jn 3:5).

“Ustedes saben que no fueron redimidos de su vana manera de vivir heredada de sus padres con cosas perecederas como oro o plata, sino con sangre preciosa, como de un cordero sin tacha y sin mancha: la sangre de Cristo” (1 Pe 1:18-19).

“Porque no tenemos un Sumo Sacerdote que no pueda compadecerse de nuestras flaquezas, sino Uno que ha sido tentado en todo como nosotros, pero sin pecado” (He 4:15).

“Porque convenía que tuviéramos tal Sumo Sacerdote: santo, inocente, inmaculado, apartado de los pecadores, y exaltado más allá de los cielos” (He 7:26).

El significado de la obediencia e impecabilidad de Cristo

Los cristianos afirman la realidad de la obediencia e impecabilidad de Cristo, pero debemos profundizar y considerar el significado de su devoción perfectamente pura. Primero, la obediencia de Cristo contrasta fuertemente con el resto de la humanidad. No hay justo, ni aun uno (Ro 3:10). Cristo es el único verdaderamente justo (1 Jn 2:1). Segundo, la obediencia de Cristo lo identifica como el Hijo divino. Dado el control del pecado sobre la humanidad, ¿quién, sino alguien que es el mismo Dios, podría cumplir la ley de Dios? Maravillosa y milagrosamente, en la encarnación, la segunda Persona de la Trinidad tomó forma humana, y su verdadera obediencia como ser humano lo distingue como alguien que irradiaba perfectamente la imagen expresa de Dios. Tercero, la impecabilidad de Cristo era un requisito necesario para calificarlo como un Mesías adecuado. Cuando Pedro habla de Cristo como un cordero sin tacha ni mancha, no está simplemente hablando con belleza poética o reflexión sentimental; está trayendo a la mente la demanda del Antiguo Testamento de un sacrificio sin mancha (Éx 12: 5; Lv 1: 3).

Y esto nos lleva a otra pieza importante de la identidad de Cristo. La obediencia de Jesús no solo nos muestra que Él es el Hijo divino, sino que su perfecta obediencia demuestra que, de hecho, Él es el tan esperado Mesías. Juan el Bautista exclamó: “Ahí está el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo” (Jn 1:29). Tal declaración tendría poco sentido a menos que alguien estuviera familiarizado con las enseñanzas y los temas de las Escrituras del Antiguo Testamento. La necesidad de un cordero perfecto es solo un bocado de la fiesta bíblica que se expone en las páginas de la Biblia cuando Dios revela su plan para restaurar a la humanidad caída. Cristo no solo es el sacrificio sin mancha, sino que también es el sacerdote fiel (1 Sa 2:35; He 2:17), el rey justo (Sal 72; Ap 19:11-16), el profeta verdadero (Dt 18:18; Hch 3:21-26), el siervo dispuesto (Dt 6:13; Fil 2:5-8), y el hijo obediente (Éx 4:23; Lc 4:1-15). Entendida a la luz de las sombras y tipos (imágenes proféticas), la obediencia de Cristo revela una figura que es la suma y la sustancia de las Escrituras (Lc 24:25-27), la única esperanza de redención.

La obediencia e impecabilidad de Cristo culmina en la verdad de que Él fue obediente y sin pecado como representante de Su pueblo. Él no vino a la tierra solamente para mostrar su capacidad de hacer lo que nadie más podía hacer. No vino simplemente para proporcionar una conclusión climática a la historia más apasionante alguna vez escrita. Él vino, como lo confiesa el credo, por nosotros y por nuestra salvación. La representación juega un papel crucial en el desarrollo de la historia de la Biblia. Los reyes y sacerdotes representaban al pueblo de Israel, e incluso podemos retroceder hasta el comienzo de la Biblia. De manera interesante, la Biblia llama a Adán un hijo de Dios (Lc 3:38). Adán fue llamado a obedecer, pero en lugar de hacerlo, Adán, el hijo, desobedeció. Como representante público, el pecado de Adán afectó a toda la humanidad, porque en Adán todos mueren (1 Co 15:22). Pero Adán era un tipo de aquel Hijo que habría de venir (Ro 5:14). Así como Adán representó a la humanidad en su desobediencia pecaminosa, Cristo representó a su pueblo en toda su perfecta obediencia. “Porque así como por la desobediencia de un hombre los muchos fueron constituidos pecadores, así también por la obediencia de Uno los muchos serán constituidos justos” (Ro 5:19). La vida entera de Jesús fue una vida vivida como el segundo Adán a favor de su pueblo.

Algunas veces los teólogos se refieren a la “obediencia pasiva” y la “obediencia activa” de Cristo. Estos términos pueden ser confusos, ¡porque Jesús nunca fue pasivo en nada de lo que hizo! Pero lo que estos términos pretenden explicar es que Cristo fue el sustituto de su pueblo de dos maneras distintas. Soportó la ira de Dios en nuestro lugar, tomando la maldición de Dios sobre sí mismo por la desobediencia humana (“obediencia pasiva”). También fue nuestro sustituto en la perfecta y positiva obediencia que ofreció a Dios durante todo el curso de su vida mediadora en la tierra, amando a Dios y al prójimo persistentemente con todo su ser (“obediencia activa”).

La aplicación de la obediencia de Cristo y su impecabilidad

La verdad de la Biblia siempre debe llevarnos a la adoración. La doctrina clama por una sincera devoción. Las verdades encontradas en el evangelio acerca de la obediencia de Cristo y su impecabilidad proporcionan muchas oportunidades para reflexionar. Aquí hay algunos ejemplos que son de aliento, aunque solo podemos apreciar la superficie. Primero, maravíllate ante la obediencia única del Salvador. Admiramos a quienes logran una puntuación “perfecta” en las competiciones olímpicas. ¡Pero cuánto más deberíamos maravillarnos con el Dios–Hombre que libró una vida de guerra con Satanás y el pecado, y lo hizo en perfecta obediencia! Las multitudes pudieron haberse quedado boquiabiertas ante la vergüenza que Cristo experimentó cuando fue colgado y expuesto en la cruz, pero debemos mirar con amor y admiración a Aquel que vino voluntariamente a brindar un rescate perfecto y sin pecado por ovejas perdidas.

Segundo, alaba a Dios porque su aceptación de nosotros no se basa en última instancia en nuestra obediencia. Cuando entendemos con precisión los requisitos justos de Dios y combinamos esa comprensión con una evaluación honesta de nuestras propias vidas, fácilmente podríamos ser abrumados por el miedo y la ansiedad. Pero tenemos un representante, un segundo Adán, y porque estamos en Cristo, todo lo que le pertenece a Él es nuestro, incluida Su perfecta obediencia.

Tercero, reconoce que la obediencia de Cristo nos lleva a un estado más allá de ser simplemente perdonados. Tan sorprendente como es creer que ya no enfrentamos el eterno castigo de Dios, a menudo los cristianos todavía trabajan bajo un sentimiento de culpa, sabiendo que no somos el tipo de personas que deberíamos ser. Pero Dios no solo nos quitó la ropa sucia, sino que nos dio ropa limpia (Zc 3: 4-5). No somos meramente criminales perdonados. También somos hijos e hijas amados con quienes Dios está complacido, porque estamos unidos a Cristo, nuestra cabeza, y nuestra obediencia permanece a la diestra de Dios, completamente inexpugnable.

Cuarto, debemos resistir la tentación de encontrar nuestra identidad fundamental en cualquier otra cosa que no sea Cristo. Nuestros logros laborales, nuestros lazos comunes de etnicidad o género, nuestro activismo político, y la aprobación de los compañeros o la familia: todos estos buenos dones se ven empañados fácilmente por el pecado y pueden llevar a un dolor profundo y frustración. Pero cuando anclamos nuestras almas en la realidad de que Dios nos acepta a causa de la obediencia sin pecado de Cristo, tenemos una gran libertad para entrar en cada esfera de la vida sin sobrecargar ningún otro marcador de identidad con un peso que no estaba destinado a soportar.

¡La obediencia e impecabilidad de Cristo deberían hacer que estallemos en una canción!

Me glorío en Jesucristo
Su amor me dio, mi vida es Él
No tengo otro adonde acudir
Me satisface sólo Él

Me glorío en Jesucristo
Mi torre fuerte, Redentor
Si el enemigo es fuerte contra mí
Mis pies por gracia sostendrá


Este ensayo hace parte de la serie Teología Concisa. Todas las opiniones expresadas en este ensayo pertenecen al autor. Este ensayo está disponible gratuitamente bajo la licencia Creative Commons con Attribution-ShareAlike (CC BY-SA 3.0 US), lo que permite a los usuarios compartirlo en otros medios, formatos, y adaptar o traducir el contenido siempre que haya un enlace de atribución, indicación de cambios, y la misma licencia. Si estás interesado en traducir nuestro contenido o estás interesado en unirte a nuestra comunidad de traductores, comunícate con nosotros.