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Definición

La ascensión es un elemento discreto en la carrera de Cristo, el mediador. Marca Su entrada a la autoridad suprema sobre la creación.

Sumario

La ascensión marca la salida de Jesús de la interacción con Sus discípulos en este mundo y Su entrada en el reino de Dios. En ella, es exaltado a la autoridad suprema sobre toda la creación en Su capacidad mediadora como Hijo de Dios encarnado.

Introducción

Un escritor reciente ha señalado que, en su opinión, «la ascensión es un tema más rico e instructivo de lo que comúnmente se reconoce».1 En el Nuevo Testamento solo aparecen dos descripciones del acontecimiento, ambas escritas por Lucas (Lc 24:50-51; Hch 1:6-11); no obstante, se hace referencia a ella en muchos lugares y también está anunciada en el Antiguo Testamento.

El trasfondo de la ascensión en el Antiguo Testamento 

Los salmos de entronización (24, 47, 68, 110) presentan la investidura del Rey, detrás de la cual se encuentran los acontecimientos de 2 Samuel 6 y 1 Crónicas 13-16, donde David lleva el arca del pacto a Jerusalén con gritos de júbilo. Estos salmos retratan un ascenso a la soberanía real, la entronización de Yahvé como Rey.

Anteriormente, Moisés había ascendido repetidamente al monte Sinaí, por invitación de Yahvé, para encontrarse con Él en las nubes en nombre del pueblo (Éx 19:3, 20, 24; 24:1-2, 9-11, 12-18; 32:30 ss.; 34:4). En el establecimiento del pacto mosaico, Moisés y Aarón, Nadab, Abiú y setenta de los ancianos de Israel suben al Sinaí, ven al Dios de Israel y comen y beben (Éx 24:9-10).

Más tarde, Elías termina su ministerio ascendiendo «al cielo» (2 R 2:1-18), donde mora Yahvé. No se le volvió a ver, pues fue trasladado al reino de Dios, un acontecimiento en gran manera misterioso.

La ascensión en Lucas-Hechos

Lucas 24:50-53

Lucas concluye su primer volumen con estos detalles: (i) Jesús alza Sus manos y bendice a Sus discípulos; (ii) mientras los bendice, se separa de ellos; (iii) es llevado arriba al cielo. Los rasgos más destacados son: bendición, separación y subida al cielo.

La bendición es un acto sacerdotal, lo último que los apóstoles ven hacer a Jesús. Define su ministerio en curso. Señala que Su bendición efectiva recae sobre Sus discípulos.

La separación es decisiva y diferencia este acontecimiento de las apariciones de la resurrección. Se trata de una partida continua.

Jesús es pasivo, el Padre lo lleva a Su derecha en el cielo. Jesús, Dios encarnado, depende del Espíritu Santo y sigue la voluntad del Padre. La ascensión es un reflejo de la concepción virginal, el Espíritu toma la iniciativa (Lc 1:26-38).

Hechos 1:9-11

Desde otro punto de vista, Lucas señala el significado fundamental de la ascensión; como dice Farrow, es «la bisagra» sobre la que giran los dos volúmenes.2

Jesús ha enseñado a los apóstoles la inminente venida del Espíritu y su tarea como testigos. Luego Jesús es elevado y una nube lo recibe, mientras desaparece de la vista de los apóstoles. Ellos miran durante esta secuencia. Él es llevado al cielo. Al igual que en Lucas, el Padre se lo lleva para que esté con Él, el sello de la aprobación divina a todo lo que ha hecho.

Hay un traslado físico, una elevación. La referencia a la nube que lo recibe recuerda al Hijo del Hombre (Dn 7:13-14), que viene «en las nubes del cielo» y a Quien se le da «dominio, gloria y reino para que todos los pueblos, naciones y lenguas le sirvieran». Jesús, en Su ascensión como Hijo del Hombre, recibe Su reino que abarcará «hasta los confines de la tierra» (Hch 1:8). El resto del libro de Hechos registra cómo comienza este proceso. En toda la Escritura, las nubes se asocian a la gloria de Dios (Lc 9:24-36; Ap 1:7; cp. Hch 1:10-11; Éx 13:21; 24:18; Is 19:1). Su regreso será en gloria. Su desaparición, oculta por una nube, es Su paso a la presencia de Dios.

Los discípulos ven esto, lo que evoca la ascensión de Elías (2 R 2:1-14). Allí Elías promete a Eliseo una doble porción de su espíritu —la porción del primogénito— si ve a Elías cuando sea llevado. Y así lo hace (2 R 2:11-12). A partir de entonces se registran el doble de milagros de Eliseo. Aquí, los apóstoles —a quienes se ha prometido el Espíritu Santo— ven a Jesús elevado por el Padre a la gloria de Dios en la nube. Contemplan atentamente; unos días después, el Espíritu de Jesús se manifiesta con poder.

La física de la ascensión

Por un lado, la ascensión no debe reducirse al nivel de una forma primitiva de viaje espacial. Lucas nos señala el traslado de Jesús desde el ámbito inmediato de la interacción humana hasta la presencia y el lugar de Dios. Sin embargo, debemos evitar el peligro opuesto de leer el acontecimiento de forma totalmente espiritual. El carácter físico del acontecimiento es claro. La ascensión afirma la continuidad de la humanidad de Jesús. Nuestra carne humana es llevada a la derecha de Dios, investida de la gloria de Dios, recibida por el Padre. El hecho de que este acontecimiento tenga lugar en nuestro tiempo y espacio era necesario, ya que lo que está en juego es la continuidad de nuestra humanidad.

Por consiguiente, la ascensión tiende un puente entre nuestro mundo actual y el de la era venidera. Se trata de un movimiento, en palabras de T. F. Torrance, «del lugar del hombre al lugar de Dios».3 Jesús pasó de la interacción habitual con sus contemporáneos al lugar donde Dios mora, en las nubes de gloria. Ocurrió en este mundo, en un momento y lugar definidos, pero con dimensiones adicionales. Está la partida, pero también la nube, la interrupción de comunión y la recepción por el Padre, y la consiguiente ausencia de Jesús hasta Su parusía y Su presencia por medio del Espíritu: hay ausencia y presencia. Es un acontecimiento de este mundo que puede ser fechado, pero también es un acontecimiento que ocurre en la vida de Dios y, por lo tanto, tiene un significado eterno.

La resurrección y la ascensión 

La ascensión no fue simplemente la última de las apariciones de Jesús en la resurrección; es cualitativamente diferente. En las apariciones de la resurrección, Jesús desaparece repentinamente, para reaparecer después en otro lugar. Aquí, Su partida es un ocultamiento mientras los apóstoles observan. Además, es confirmada por los ángeles como una ausencia continua. Después de la resurrección, aparece en forma reconocible, con poderes aumentados (Jn 20:11-18; 21:1-14; Lc 24:13-35), pero se transforma después de Su ascensión (Hch 9:1-19; Ap 1:9-20), tan impregnado de gloria que resulta insoportable. La meta hacia la que se dirige Jesús como hombre es la gloria de Dios, la diestra del Padre. Ahí está la conexión con Pentecostés, la conexión entre el mundo actual y la nueva creación en Cristo.

La ascensión y la recepción por el Padre

La ascensión es una separación definitiva, por tiempo indefinido, que solo terminará con el regreso de Jesús. Como afirma Farrow, es «una verdadera partida», el vínculo entre nuestro mundo caído y la nueva creación.4 Además, todo lo que hizo Jesús lo hizo en unión con nosotros, Su pueblo. Estábamos en Él cuando ascendió a la derecha del Padre. Nosotros también hemos ascendido en Cristo; nuestra vida está escondida con Cristo en Dios (Col 3:1-4). Estamos sentados con Él en los lugares celestiales (Ef 2:6-8), en la más estrecha unión y comunión con Cristo, reinando con Él, aunque suframos y luchemos en nuestra condición actual.

La ascensión en el Nuevo Testamento más allá de Lucas-Hechos

En primer lugar, en el Evangelio de Juan, Jesús vincula Su encarnación con la ascensión (Jn 3:13; cp. 6:62). Más adelante, Jesús tranquiliza a Sus discípulos: «voy a preparar un lugar para ustedes» (Jn 14:2-3). Dice que va Al que le ha enviado: el Padre (Jn 16:5; cp. 20:17). La morada del Espíritu en los discípulos será la morada permanente de las tres personas de la trinidad (Jn 14:23). Anteriormente, en Juan, Jesús se refiere al don del Espíritu Santo tras Su glorificación (Jn 7:37-39).

En segundo lugar, Pedro se refiere a la ascensión (1 P 3:18-22). Si, como es probable, los versículos 19-21 son un paréntesis, tenemos una progresión en el pensamiento de Pedro desde la crucifixión (v. 18) a la resurrección («vivificado en el Espíritu» v. 18) y a la ascensión (v. 22).

En tercer lugar, Pablo argumenta que la iglesia está fundada sobre la base de la ascensión de Cristo (Ef 4:8-10, que cita el Salmo 68). El Cristo ascendido ha dado dones a Su iglesia, dones de personas, incluidos los apóstoles. En la cita hímnica de 1 Timoteo 3:16, que se refiere a la encarnación, la resurrección y la predicación de los apóstoles, viene la frase «Recibido arriba en gloria».

En cuarto lugar, la ascensión es crucial en Hebreos. Hay muchas referencias implícitas además de las explícitas. Jesús es nuestro gran sumo sacerdote que «trascendió los cielos» (Heb 4:14-16), y por eso puede ayudarnos en nuestro momento de necesidad; es nuestro precursor que ha penetrado «hasta detrás del velo» (Heb 6:19-20), desde donde es poderoso para salvar para siempre a los que por medio de Él se acercan a Dios (Heb 7:25-26). Entró al Lugar Santísimo una vez, para siempre (Heb 9:11-12), «en el cielo mismo, para presentarse ahora en la presencia de Dios por nosotros» (Heb 9:24). Se ha sentado a la diestra de Dios (Heb 10:12-13). Estos pasajes trazan el viaje de Jesús desde la cruz hasta la diestra de Dios por medio de la ascensión, representando Su paso al Lugar Santísimo, la presencia de Dios.

La ascensión de Cristo y nuestra vida actual

La ascensión marca el límite entre dos pares de contrastes estrechamente relacionados. En primer lugar, el contraste histórico-redentor de dos épocas: el mundo en Adán, a partir de la caída, sometido al pecado, a la corrupción y a la muerte, una época que está pasando; y el mundo en Cristo, a partir de la encarnación, la resurrección y la ascensión, que se está renovando y está marcado por la vida, que durará eternamente. En segundo lugar, este contraste es evidente en relación con la creación. La creación, tal como fue hecha por Dios, era buena, hecha en Cristo,5 pero fue afectada por el pecado humano y es descrita por Pablo como actualmente en esclavitud. Por otro lado, está la nueva creación, a partir de la resurrección y la ascensión, renovada en Cristo y destinada en última instancia a Su gobierno eterno.

La ascensión y Cristo como Rey

Jesús proclamó que el reino de Dios estaba cerca (Mr 1:15; Mt 4:17). Era una reminiscencia de las visiones de Daniel sobre un reino que derrocaría a todos los gobernantes humanos y se establecería para siempre (Dn 2:31-45; 7:9-14). Tras Su resurrección, enseñó a los apóstoles el reino de Dios (Hch 1:3). Representaba el gobierno de Dios sobre toda la vida humana.

Este tema desaparece en el resto del Nuevo Testamento. En su lugar, los apóstoles enfocan la atención sobre Jesucristo. El enfoque principal del evangelio es la muerte, la sepultura y la resurrección de Cristo (1 Co 15:3). El reino se equipara con todo el propósito de Dios (Hch 20:25-27), con la totalidad de la enseñanza apostólica después de la resurrección. El reino de Dios se encarna en el Cristo resucitado que, tras Su ascensión, ha recibido poderes plenipotenciarios sobre todo el universo (Mt 28:18-20; Ro 1:3-4; Ef 1:18-23; Fil 2:9-11; Col 1:15-20; Heb 1:1-4; Ap 1:5). El reino mediador de Cristo aparece como el cumplimiento de lo que Jesús había proclamado. «Debe reinar hasta que haya puesto a todos Sus enemigos debajo de Sus pies» (1 Co 15:20-25).

Karl Barth lo expresa bien, al escribir que Cristo se hizo total y completamente uno con el hombre,

no en un acto de condescendencia secreta o incluso pública; no como un rey que, para variar, se pone los harapos de un mendigo y se mezcla con la multitud, sino como alguien que pertenece a ellos en todos los sentidos, se hizo nada más y nada menos que uno de ellos, sin tener otro punto de referencia que ellos. Se convirtió en uno de ellos, no para renunciar a la comunión con ellos una vez terminado el juego, como el rey que vuelve a cambiar los harapos del mendigo por sus vestiduras reales, no para abandonar de nuevo la mesa donde se había sentado con los publicanos y pecadores, y encontrar un lugar mejor, sino para ser uno de ellos definitiva y originalmente, sin avergonzarse de llamarlos hermanos por toda la eternidad.6

De ahí que el Cristo encarnado, «manso y humilde de corazón» (Mt 11:28-30), Quien permaneció siendo hombre, fuera exaltado en Su ascensión al lugar más alto como gobernante de todas las cosas.

Pablo escribe que Jesús fue altamente exaltado y se le dio el nombre supremo de «Señor» (gr. kurios, Fil 2:9-11). No se trata de que un hombre sea promovido a la divinidad, ya que Él estaba eternamente en la forma de Dios y era igual a Dios (v. 6) y siguió siéndolo en los días de Su encarnación humilde. Más bien, como encarnado, clavado en la cruz y ahora resucitado, fue exaltado para recibir el nombre de «Señor». En la ascensión es recibido por el Padre e investido de autoridad soberana y plenipotenciaria. En ese sentido es conveniente que deje a los discípulos (Jn 14:1-4, 28; 16:7-15). La obra de la redención alcanzará su culminación cuando Cristo regrese y entregue el reino al Padre (1 Co 15:27-28). Sin embargo, como es uno con el Padre, Su reino nunca termina.

El alcance cósmico de la realeza de Cristo

Cristo es heredero del cosmos (Col 1:16). Fue creado en Él, por Él y para Él. Él lo sostiene y lo dirige hacia su meta fijada. La reconciliación que logró se refiere no solo a la iglesia, sino también a todo el universo (Col 1:19-20). Esta herencia la recibió en Su resurrección, ya que Su ascensión al Padre hizo efectiva Su entronización como Rey. Mientras que, como Hijo, gobernaba inseparablemente con el Padre y el Espíritu Santo en la unidad de la trinidad indivisible, esta fue Su investidura como Rey en Su oficio de de mediador encarnado.

En Su ascensión, Cristo muestra públicamente la conquista de Sus enemigos, como en una procesión triunfal de victoria (Ef 4:8-10). El reino de Cristo es universal. Ha ascendido muy por encima de los cielos y ahora llena todas las cosas. Ha pasado por Su territorio y ha ganado la autoridad en todo Su reino. El cosmos será liberado de la esclavitud cuando Cristo regrese (Ro 8:18-23). Mientras tanto, gobierna los cielos nuevos y la tierra nueva (Heb 2:5-9).

La naturaleza corporativa de la realeza de Cristo

Mediante Su ascensión, Cristo establece la iglesia y le concede dones para su conservación y progreso (Ef 4:11 ss.). Todo lo que hizo y hace es en unión con nosotros. Nosotros estábamos en Él en Su ascensión. También nosotros hemos subido a la derecha del Padre en Cristo. También nosotros nos sentamos con Él en los lugares celestiales. Cristo no es el Rey de un conjunto de individuos dispares, sino de Su pueblo del pacto, del que los individuos forman parte.


Publicado originalmente en The Gospel Coalition. Traducido por Jenny Midence-Garcia.


Este ensayo es parte de la serie Concise Theology (Teología concisa). Todas las opiniones expresadas en este ensayo pertenecen al autor. Este ensayo está disponible gratuitamente bajo la licencia Creative Commons con Attribution-ShareAlike (CC BY-SA 3.0 US), lo que permite a los usuarios compartirlo en otros medios/formatos y adaptar/traducir el contenido siempre que haya un enlace de atribución, indicación de cambios, y se aplique la misma licencia de Creative Commons a ese material. Si estás interesado en traducir nuestro contenido o estás interesado en unirte a nuestra comunidad de traductores, comunícate con nosotros.

 

Notas al pie

1Douglas Farrow, Ascension and Ecclesia: On the Significance of the Doctrine of the Ascension for Ecclesiology and Cosmology [Ascensión e Iglesia: Sobre el significado de la doctrina de la ascensión para la eclesiología y la cosmología] (Edinburgh: T&T Clark, 1999) p. x.
2Farrow, Ascension and Ecclesia, p. 16.
3Thomas F. Torrance, Space, Time and Resurrection [Espacio, tiempo y resurrección] (Grand Rapids: Eerdmans, 1976) p. 106-58.
4Farrow, Ascension and Ecclesia, p. 39.
5Athanasius, Incarnation, 1, 3, 12, 14; PG, 25:97-102, 115-22.
6Karl Barth, Church Dogmatics [Dogmática de la iglesia], IV/4:58–59.

Lecturas adicionales