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El cerebro es tan complejo que puede resultarnos misterioso. Este órgano hace que nuestro cuerpo respire y se mueva, pero también nos permite guardar recuerdos y tener pensamientos. 

Algunas personas consideran este órgano desde una perspectiva meramente naturalista y hasta determinista, concluyendo que todo lo que somos se puede reducir a la “sofisticada máquina” que es nuestro sistema nervioso. ¿Será esta la historia completa?

¿Qué es el cerebro?

El encéfalo —el contenido dentro de nuestra cabeza— se compone de tres partes fundamentales: el cerebro, el cerebelo, y el tallo cerebral. El tallo cerebral se encarga de las funciones más básicas e inconscientes, como el latido del corazón o la digestión. Por su parte, el cerebelo coordina los movimientos finos, la postura, y el equilibrio. El cerebro es una gran masa de células llamadas neuronas y glía que se dobla formando surcos y pliegues (o circunvoluciones). 

Las neuronas transmiten las señales desde y hacia el cerebro para que todo el cuerpo funcione. A pesar su gran importancia, las neuronas no son el tipo celular más numeroso en el cerebro, sino la glía. La glía nutre y mantiene protegidas a las neuronas, además de producir una sustancia llamada mielina sin la cual las neuronas no pueden transmitir señales correctamente. 

Se ha identificado que la capa más externa del cerebro —la corteza cerebral— se divide en zonas especializadas en cierto conjunto de funciones. Por ejemplo, el lóbulo temporal controla la audición y el lenguaje, mientras que el occipital se ocupa de la vista. Detrás de cada una de nuestras acciones, sentimientos, o pensamientos se encuentran redes de neuronas funcionando de manera coordinada.

Todo lo que conocemos acerca del cerebro y su funcionamiento se ha ido descubriendo poco a poco. Pudiera parecer que sabemos casi todo, imaginando nuestro cerebro como una máquina con un montón de pequeñísimos engranes que actúa de forma predecible. Pero la realidad es que ignoramos más de lo que sabemos, sobre todo cuando hablamos de cómo es que ese conjunto de “engranes” celulares nos hace ser lo que somos.

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La plasticidad cerebral

Durante el desarrollo del cerebro, una vez que las neuronas se encuentran en el lugar que les corresponde, las células establecen conexiones entre ellas. Sin embargo, dichas conexiones no son necesariamente permanentes. No es sorpresa que el cerebro de los niños sea capaz de irse modificando a medida que crecen; lo que a veces ignoramos es que el cerebro adulto también puede cambiar su estructura, incluso de forma visible.

La plasticidad cerebral es la capacidad del cerebro de formar nuevas conexiones entre neuronas o de reforzar los circuitos ya existentes. El cerebro se adapta como resultado del aprendizaje, no solo cuando estudiamos sino también cuando creamos nuevos hábitos o cuando experimentamos una situación estresante de forma prolongada. A pesar de que hay ciertos casos que se limitan a los niños, podemos decir que, en general, es posible reforzar circuitos o crear nuevos a través de la repetición de un estímulo, aunque también es posible que un circuito se debilite o deje de funcionar.

Las experiencias que vivimos a lo largo de nuestra vida pueden tener un efecto en la estructura del cerebro. Por ejemplo, los adultos que sufrieron de maltrato infantil tienden a tener el hipocampo más pequeño que aquellos que no vivieron maltrato.[1] El hipocampo es una estructura cerebral que juega un papel central en la memoria y en cómo procesamos una amenaza. De ahí que este cambio en el hipocampo se relacione con el Trastorno de Estrés Postraumático entre otros trastornos de ansiedad. Esto mismo se observa cuando el evento traumático ocurre en la edad adulta, como es el caso de los veteranos de guerra, demostrando que el cerebro no se queda igual ni siquiera en los adultos.[2] En ocasiones, fuentes de estrés menos evidentes también llevan a la modificación del cerebro. En un estudio publicado en 2014 se encontró que los niños que crecen en condiciones de pobreza tienen la corteza prefrontal más pequeña, la cual tiene entre sus funciones la regulación de las emociones.[3] 

Afortunadamente, la plasticidad cerebral también funciona a nuestro favor y permite la recuperación de las mismas estructuras que se habían visto afectadas. Tanto en algunas enfermedades neurológicas como en trastornos mentales, se ha encontrado que el cerebro es capaz de recuperarse por sí mismo y también con la terapia adecuada. En el caso del accidente cerebrovascular, conocido comúnmente como ataque o infarto cerebral, se sabe que el cerebro comienza a regenerar las conexiones perdidas alrededor de la zona afectada. Pero, eventualmente, también se crean nuevos circuitos que reemplazan a los que no pudieron recuperarse, de manera que otras zonas del cerebro compensan algunas de las funciones perdidas.[4] Por otro lado, la plasticidad del cerebro es la que nos permite formar buenos hábitos como la meditación en la Palabra, la memorización de versículos, o la oración, que a su vez también se asocian con cambios morfológicos en varias zonas del cerebro.[5, 6] En resumen, cada hábito, habilidad o reacción que se presenta tiene un circuito de neuronas asociado que se fortalece con la repetición o se atrofia con el desuso.

Somos más que cerebros

Una reacción razonable ante estos hechos es maravillarnos de la impresionante creación que somos y del Dios que nos hizo con semejante cuidado. Pero no debemos ignorar las implicaciones que la plasticidad cerebral tiene para la vida de cada ser humano.

Entender las maravillas del funcionamiento del cerebro nos debe llevar a ser más cuidadosos con lo que pensamos y hacemos y —aún más— con cómo tratamos a otros, porque podríamos dejar una huella muy difícil de borrar. Por otro lado, también podemos encontrar esperanza en que nunca es demasiado tarde para cambiar lo que a veces creemos que ya está dictado en nuestro ser. Dios nos llama a buscar ser cada vez más como Cristo (Ro. 12:2, 2 Co. 4:16), y nos dio un cerebro capaz de adaptarse constantemente mientras atendemos a este mandato.

Incluso si algún día descubrimos todos los detalles sobre cómo funciona nuestro cerebro, no podemos decir que somos meras máquinas. Somos almas encarnadas creadas a imagen de Dios. Nuestro cuerpo y espíritu están vinculados de forma que se afectan el uno al otro (Pr. 17:22). Hay una parte de nosotros que nunca se podrá observar ni medir con métodos humanos.

Pero aunque nuestro cerebro no es todo lo que somos, sí es una parte importante de un cuerpo que nos permite adorar a Dios conscientemente. Si nuestro cerebro no funcionara adecuadamente no podríamos articular una oración en palabras, memorizar versículos, o adorar junto a nuestros hermanos a través de la música. Podemos aprovechar la impresionante capacidad de este órgano para formar nuevos hábitos que nos acerquen cada vez más a la medida de Cristo y estar agradecidos con el Creador perfecto y amoroso.


[1] Heike Tost, Frances A. Champagne, Andreas Meyer-Lindenberg. Environmental influence in the brain, human welfare and mental health. Nature Neuroscience (2015) 18, 4121-4131.
[2] Daniel W. Grupe, Benjamin A. Hushek, Kaley Davis, Andrew J. Schoen, Joseph Wielgosz, Jack B. Nitschke, Richard J. Davidson. Elevated perceived threat is associated with reduced hippocampal volume in combat veterans. Scientific Reports (2019) 9:14888.
[3] Nathalie E. Holz, Regina Boecker, Erika Hohm, Katrin Zohsel, Arlette F. Buchmann, Dorothea Blomeyer, Christine Jennen-Steinmetz, Sarah Baumeister, Sarah Hohmann, Isabella Wolf, Michael M. Plichta, Günter Esser, Martin Schmidt, Andreas Meyer-Lindenberg, Tobias Banaschewski, Daniel Brandeis, Manfred Laucht. The long-term impact of early life poverty on orbitofrontal cortex volume in adulthood: results from a prospective study over 25 years. Neuropsychopharmacology (2014) 40, 996-1004.
[4] Steven C. Cramer. Treatments to Promote Neural Repair after Stroke. Journal of Stroke (2018) 20, 57-70.
[5] Kieran C.R. Foxa, Savannah Nijeboer, Matthew L. Dixona, James L. Flomanb, Melissa Ellamil, Samuel P. Rumaka, Peter Sedlmeier, Kalina Christoff. Is meditation associated with altered brain structure? A systematic review and meta-analysis of morphometric neuroimaging in meditation practitioners. Neuroscience and Biobehavioral Reviews (2014) 43, 48-73.
[6] Silvia E. Kober, Matthias Witte, Manuel Ninaus, Karl Koschutnig, Daniel Wiesen, Gabriela Zaiser, Christa Neuper, Guillherme Wood, G. Ability to Gain Control Over One’s Own Brain Activity and its Relation to Spiritual Practice: A Multimodal Imaging Study. Frontiers in Human Neuroscience (2017) 11, 271.
Nota del editor: 

Este artículo fue publicado gracias al apoyo de una beca de la Fundación John Templeton. Las opiniones expresadas en esta publicación son de los autores y no necesariamente reflejan los puntos de vista de la Fundación John Templeton.

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