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Nuestras tradiciones, sean católicas o de otra religión, nos han llevado a pensar en el rol del pastor como uno de élite, más santo y consagrado. Muchos cristianos piensan que, al no trabajar en la iglesia o ministerio, no pueden glorificar a Dios en sus labores, por lo menos no de la misma manera.

Este pensamiento, y la ausencia de enseñanza bíblica en nuestras iglesias sobre la vocación que Dios da a cada persona, han creado un dualismo contraproducente. Solemos pensar que los pastores sirven en lo sagrado y honroso, mientras que los demás trabajan en lo secular y corriente.

¿Qué enseña verdaderamente la Biblia al respecto?

Todos somos llamados a glorificar a Dios

La Palabra enseña que todos los cristianos somos llamados a vivir para la gloria de Dios en todo lo que hagamos: “Entonces, ya sea que coman, que beban, o que hagan cualquier otra cosa, háganlo todo para la gloria de Dios” (1 Co. 10:31).

Ya sea que prepares un sermón durante la semana, visites hermanos, y capacites lideres para la siguiente generación; o construyas una casa, laves platos, arregles computadoras, o sirvas los alimentos en un restaurante, hazlo todo para la gloria de Dios.

Tomando el ejemplo del Creador del universo, el trabajo del albañil, el pastor, y cualquier otra profesión u oficio, debe realizarse con completa entrega. Somos llamados a trabajar con esfuerzo, administrando los dones, talentos, tiempo, energía, y entusiasmo que el Señor provee, para el bien de nuestro prójimo y para la gloria de Dios (1 P. 4:10-11).

De esta manera, cada creyente será la misma persona, con los mismos propósitos, tanto el domingo en la mañana como en el resto de la semana. El pastor se esforzará por hacer su labor, y el albañil (por ejemplo) por hacer la suya, siendo los dos siervos del Señor de señores y ovejas del Príncipe de los pastores (1 Ti. 6:15; 1 P. 5:4).

La idea de que el rol del pastor es más sagrado que otra profesión honrada es dañina para la iglesia.

Debemos tener a nuestros pastores en doble estima (1 Ti. 5:17). Debemos respetarlos, honrarlos, y obedecerlos conforme a la Palabra porque velan por nuestras almas y Dios los ha puesto en ese rol (He. 13:17). Pero debemos entender también que tanto el trabajo de un pastor como el trabajo de un albañil pueden dar gloria a Dios.

Las consecuencias de no entender esto

Si solo los pastores pueden obedecer y dar gloria a Dios con su trabajo, entonces solo un porcentaje muy bajo de cristianos en el mundo pueden hacerlo. Entonces todos deberían ser pastores. Sin embargo, la realidad es que no todos en la iglesia tienen el llamado o los dones para esa tarea.

Además, la idea de que el rol del pastor es más sagrado que otra profesión honrada es dañina para la iglesia. Los pastores bien intencionados pueden ser tentados a sentirse superiores espiritualmente. Otros pueden anhelar el obispado con motivaciones incorrectas, al verlo más como una plataforma para exhibir una santidad superficial o para ganarse el respeto, admiración, y dinero de sus seguidores.

Del lado de los cristianos que no trabajan en una iglesia o ministerio, este pensamiento puede llevarlos a pensar que su trabajo no tiene propósito, y por ello sentirse miserables. Uno se preguntaría: “Si lo que hago no honra a Dios ¿entonces para qué lo hago? ¿Solo por dinero? ¿Estoy desperdiciando mi vida al trabajar en una empresa? ¿Estará Dios contento conmigo?”. Como dijo el líder luterano y empresario, William Diehl:

“Si los laicos no pueden encontrar un significado espiritual en su trabajo, están condenados a vivir una innegable dualidad; no conectarán quiénes son el domingo por la mañana con lo que hacen el resto de la semana. Necesitan descubrir que las acciones de la vida diaria son espirituales y permiten que las personas toquen a Dios en el mundo, en vez de alejarse”.[1]

Apuntando a Jesús con nuestro trabajo

El trabajo siempre dignifica, no por el simple hecho de ser trabajo, sino porque cuando trabajamos, imitamos a Dios. Dios trabajó en la creación y luego reposó de la obra inicial que hizo (Gn. 2:2), y sin embargo sigue trabajando (Jn. 5:17). Jesús trabaja también, y trabajó mucho tiempo como carpintero (Jn. 5:17). El Espíritu Santo trabaja convenciendo al mundo de pecado, justicia, y juicio, y obra en el creyente de diversas formas (Jn. 14:16; 16:7-11).

Hagamos nuestras actividades laborales con un propósito claro en mente: la expansión del reino de Dios.

Jesús es la imagen del Dios invisible, el primogénito de toda la creación (Col. 1:15). No obstante, Él se hizo siervo, y sus obras fueron hechas para la salvación de la humanidad con el fin de que el nombre de Dios sea exaltado en todas las naciones (Fil. 2:6-8).

Por lo tanto, si hemos de vivir como Jesús (1 Jn. 2:6), nuestra meta debe ser que en todo lo que hagamos, siempre y cuando no sea inmoral, podamos dar gloria a Dios. Hacemos esto compartiendo el mensaje del evangelio y mostrando por nuestras buenas acciones la luz de Cristo ante los hombres, para que ellos glorifiquen a nuestro Padre (Mt. 5:16).

Como puedes ver, esto va de la mano con la gran comisión (Mt. 28:19-20). Ella no solo es grande por ser importante, sino también por ser extensa. Se requieren muchos obreros (Mt. 9:37). Pero ellos no son solo los pastores, sino todos aquellos que enarbolan la bandera de Cristo en cada área de su vida. Dios constituye a los pastores para que sirvan a la iglesia, siendo ejemplos de una vida que proclama las buenas nuevas, con el fin de equipar a los creyentes para la obra del ministerio (Ef. 4:12).

Así que hagamos nuestras actividades laborales con un propósito claro en mente: la expansión del reino de Dios. La madre que trabaja en casa guiará a sus hijos con amor y sabiduría a Cristo. El albañil pondrá especial atención a cada detalle que permita que su construcción sea segura y con buenos acabados. El pastor preparará diligentemente su sermón y cuidará del rebaño de Cristo.

Todos estos trabajos serán luz de Cristo para los perdidos, ya que para todo cristiano su trabajo es parte de su servicio a Dios. No hay trabajo más sagrado que otro. Todos nuestros trabajos señalan a la obra más sagrada, que es el evangelio, cuando son hechos en dependencia del espíritu, para el bien del prójimo y para la gloria de Dios.


1. William E. Diehl, The Monday Connection: A Spirituality of Competence, Affirmation, and Support in the Workplace (Nueva York: Harper Collins, 1991), 25-26.

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