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El temor del SEÑOR es el principio de la sabiduría (Pr 1:7)

Este pasaje es sumamente conocido, pero pocas veces es bien comprendido. Creo que se debe, en parte, a que usamos la frase desconectada de su sentido bíblico.

Ser sabio y así abandonar nuestra necedad natural, de acuerdo con la Palabra de Dios, no es sinónimo de acumular información. De lo contrario, seríamos como una persona que sabe que fumar es dañino para su salud, pero aun así lo hace todos los días. ¿De qué sirve tener información correcta si no genera un impacto y un cambio real en la vida? Lo puede entender, pero no lo interioriza; y si no se interioriza, nunca se aplica.

Un cristiano desea ser sabio en estos términos: quiere aprender y entender más de Dios, y que ese conocimiento se interiorice en su corazón y transforme su vida. El rey Salomón nos señala que, para alcanzar esta sabiduría y abandonar la necedad, debemos empezar por el temor a Dios.

Pero ¿qué significa el «temor del Señor»? Hay tres aspectos que debemos considerar cuando hablamos de temor según la Palabra de Dios: miedo, asombro y reverencia.

1. Miedo

El temor como miedo es un concepto importante en el Antiguo Testamento. La primera vez que aparece en la Biblia es en labios de Adán: «Te oí en el huerto, tuve miedo porque estaba desnudo, y me escondí» (Gn 3:10). Estas palabras ilustran la desobediencia de Adán y Eva que representó la caída.

Dios les había advertido: «Pero del árbol del conocimiento del bien y del mal no comerás, porque el día que de él comas, ciertamente morirás» (Gn 2:17). Sin embargo, ellos actuaron contrarios a la voluntad de Dios y lo sabían. Su miedo era producto de esa conciencia y el resultado directo de desobedecer un mandato claro.

Si queremos ser sabios, debemos cultivar el asombro al ir a la presencia de Dios en la Palabra y la oración

Una verdad clave aquí es que, cuando pecamos, perdemos la conciencia de Dios y de las consecuencias de alejarnos de Él. Creemos erróneamente que es mejor escapar de Su presencia que ir a Él.

Sin embargo, no podemos huir de un Dios omnipresente y omnisciente: «Oh SEÑOR, Tú me has escudriñado y conocido… / Desde lejos comprendes mis pensamientos… / ¿Adónde me iré de Tu Espíritu, / O adónde huiré de Tu presencia?» (Sal 139:1-2, 7). Él sabe dónde estamos y qué hemos hecho, no solo en lo físico, sino también en lo moral y lo espiritual.

Nosotros también somos pecadores, como Adán y Eva; y tampoco podemos huir de la presencia santa de Dios. Esa verdad debería producir en nuestro corazón un miedo profundo debido a nuestra humanidad frágil y débil, pero no para escapar de Dios, sino para ir a Él en busca de perdón.

Si una persona quiere ser realmente sabia, debe comenzar por un temor ante la santidad de Dios que lo lleve a la fe y el arrepentimiento para salvación. También debemos tener un sano temor que nos aparte del pecado y nos haga regresar en arrepentimiento si hemos caído, puesto que tememos al Dios vivo (He 3:12).

2. Asombro

El asombro es una reacción natural ante algo inesperado, majestuoso o incomprensible. Es quedarse sin palabras. Recuerdo una ocasión en la que visité las Torres Petronas, en Kuala Lumpur. Aunque en mi país hay edificios altos, no se comparan con aquellas torres de casi quinientos metros de altura. Su diseño y firmeza me dejaron asombrado.

En la Biblia, encontramos muchos relatos que describen esta reacción ante la presencia de Dios. Por ejemplo, le sucedió a Ezequiel: «Tal era el aspecto de la semejanza de la gloria del SEÑOR. Cuando lo vi, caí rostro en tierra» (Ez 1:28). El profeta exiliado en Babilonia recibió una visión de Dios. En medio de la adversidad del destierro y la vida laboriosa, Dios se le revela. En aquella ocasión, el profeta comprendió algo importante para su situación tan difícil: Dios sigue en Su trono, gobernando todas las cosas que suceden y cuidando a Su pueblo (vv. 26-28).

Esto nos apunta a la providencia de Dios, una doctrina bíblica que enseña que Él cuida, sustenta y dirige todo con amor, sabiduría y poder (Ef 1:11). Ninguna circunstancia es tan oscura como para impedir que Dios se manifieste. De hecho, muchas veces es en esas circunstancias donde más claramente nos reafirma Su gracia.

El temor al Señor es el punto de partida de la fe y la vida cristiana

Si queremos ser sabios, debemos cultivar el asombro al ir a la presencia de Dios en la Palabra y la oración. Debemos contemplar Su majestad y gloria divina en Cristo, en Su carácter y en Sus enseñanzas (Mt 1:22).

3. Reverencia

Finalmente, el temor también incluye reverencia, respeto, veneración. Temor en el sentido de reconocer la superioridad eterna de Dios, para responder con obediencia y adoración.

La reverencia va más allá de una postura física, pues no puede estar de rodillas pero con el corazón en rebeldía. La verdadera reverencia está en el corazón.

Un ejemplo claro lo tenemos en el profeta Isaías, quien tiene una visión de la gloria de Dios y, al ver Su santidad, su corazón se derrumba y exclama: «¡Ay de mí! Porque perdido estoy, / Pues soy hombre de labios inmundos… / Porque mis ojos han visto al Rey, el SEÑOR de los ejércitos» (Is 6:5).

Hemos perdido mucho de esa reverencia hoy. Si queremos ser sabios, debemos recuperar la actitud de devoción que nace del corazón y se refleja externamente también, en nuestra conducta, palabras y apariencia. Así como a un padre le importa cómo sus hijos visten, hablan y se comportan, también a Dios le interesa que Sus hijos vivan con reverencia en cada área de sus vidas (1 P 1:17).

El temor a Dios y la sabiduría

El miedo, el asombro y la reverencia no son sinónimos, pero juntos conforman lo que la Biblia señala como «el temor al Señor». Según Salomón, este temor es el que nos lleva a la sabiduría. Recuerda que la sabiduría no es la causa del temor a Dios, sino su resultado. Es decir, no tienes que ser sabio para empezar a temer a Dios, sino que debes aprender a temer a Dios si quieres cultivar la sabiduría. El temor al Señor es el punto de partida de la fe y la vida cristiana.

Esto cambia incluso nuestra manera de orar. Ya no debería ser simplemente: «Señor, hazme sabio», sino: «Señor, enséñame a temerte, a considerar mi debilidad a la luz de Tu santidad y perfección eterna, Tu presencia constante y Tu conocimiento infinito sobre mi vida. Porque conociéndote más, te temeré más; y temiéndote más, dejaré atrás mi necedad y seré más sabio para Tu gloria».

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