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“Cuando el pueblo vio que Moisés tardaba en bajar del monte, la gente se congregó alrededor de Aarón, y le dijeron: ‘Levántate, haznos un dios que vaya delante de nosotros. En cuanto a este Moisés, el hombre que nos sacó de la tierra de Egipto, no sabemos qué le haya acontecido’”, ‭‭Éxodo‬ ‭32:1‬.

Esperar al tiempo de Dios es una de las cosas más difíciles en la vida de fe. A veces hacemos un análisis de las circunstancias a nuestro entender y decidimos que, de alguna manera, hay una “ventana de oportunidad” para que las cosas puedan salir como quisiéramos, para que podamos evitar al máximo cualquier tipo de dolor e incomodidad, y para que esto nos cueste lo menos posible en términos de energía y recursos.

En este caso, tenemos a Aarón lidiando con el Pueblo de Dios ante la demora de Moisés. Él termina cediendo a la presión del pueblo y les hace un becerro de oro al que adoran, diciendo que él fue quien los sacó de Egipto (v. 8). Esto ocurre a pesar de que Aarón había estado al lado de Moisés todo este tiempo, viendo de cerca las obras de Dios. Él entonces no parece tener ningún problema con buscar solución a la “tardanza” de Moisés y Dios.

La respuesta de Aarón, cuando es confrontado, es interesante: “No se encienda la ira de mi señor… tú conoces al pueblo, que es propenso al mal” (‭‭Éx.‬ ‭32:22). Él reconoce correctamente esta condición en el Pueblo, pero no en su propio corazón. Es muy difícil ver en nosotros mismos esta lucha, y nos protegemos echándole la culpa a los demás y a las circunstancias.

Esteban, al recontar este capítulo en la historia del pueblo de Dios, dice también: “… nuestros padres no quisieron obedecer [al Señor], sino que lo repudiaron, y en sus corazones desearon regresar a Egipto” (‭‭He. ‭7:39‬). Ese fue precisamente el problema del pueblo: la dirección, orientación, y los afectos de su corazón en esos momentos de espera.

Ellos regresaron a los ídolos de Egipto, a las viejas maneras de manejar la vida; volvieron a vivir como si fueran huérfanos y tuvieran que arreglárselas por ellos mismos, en vez de confiar en la bondadosa dirección y protección de Dios.

¿Te suena familiar?

Es increíble ver lo rápido que se aparta nuestro corazón de confiar en la guía de nuestro Padre Celestial. Los tiempos de espera son entonces, quizás las mejores oportunidades para revelar nuestros ídolos; las maneras en que también buscamos justificarnos y protegernos; las cosas que tratamos de evitar, y lo que vemos como la solución a nuestros problemas. Solo el Señor, en su gracia y por su Espíritu, nos puede revelar esta realidad dolorosa pero liberadora.

Las buenas noticias para ti y para mí son que, gracias a la obra de nuestro Señor Jesús en la cruz del calvario, y a la seguridad de su pacto de gracia y amor eterno, podemos reconocer esta realidad y cultivar un corazón que puede esperar pacientemente, descansando en el tiempo perfecto de Dios. “El amor es paciente” (‭‭1 Cor.‬ ‭13:4‬).

Piensa en esto hasta que tu corazón responda gozosamente en adoración.


Imagen: Lightstock.
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