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Porque mientras aún éramos débiles, a su tiempo Cristo murió por los impíos (Ro 5:6).

El reconocido naturalista Charles Darwin presentó la teoría de la evolución en su libro El origen de las especies, donde plantea entre muchas otras cosas la «selección natural» o, como se conoce popularmente, «la ley del más fuerte».

Esta ley propone que las especies que viven hoy lo hacen como resultado de un proceso de selección natural en el que prevalecen los seres más avanzados o con características que los hacen más aptos. Por eso, diría Darwin, hoy existe el hombre moderno y no una especie de eslabón perdido más parecido a los simios.

Pero más allá de que considero que la teoría de la evolución contradice la verdad bíblica, el concepto de selección natural permeó la mente colectiva de nuestra cultura y es el fundamento para lo que se llama «darwinismo social». Hoy, más que nunca, «la ley del más fuerte» es el principio dominante en las familias, las escuelas, los lugares de trabajo y el gobierno de nuestros países.

Basta con escuchar a una madre diciendo: «Debes ser fuerte, hijo, si quieres ser alguien en la vida» o a un jefe en el trabajo exigiendo a sus empleados trabajar más horas, porque eso «los llevará lejos». Pero ¿será posible que esta misma «ley del más fuerte» se haya infiltrado en nuestras iglesias?

Antes de responder esa pregunta, vayamos al principio.

Heredando rasgos debilitantes

En Génesis 1 encontramos la historia de la creación y la increíble perfección de la obra de Dios, pues a cada paso el Señor afirmaba: «Esto es bueno». Sin embargo, eso terminó cuando el primer hombre y la primera mujer quisieron ser «algo más».

La debilidad del pecado heredada en nuestros corazones fue intercambiada por la redención que Jesucristo trajo al hacerse débil

A Adán no le bastó con ser corona de la creación (Sal 8:5-6) ni caminar al lado de Dios por las tardes (Gn 3:8), sino que, tras el engaño de Satanás, quiso ser como Dios. Con ello, la imagen de Dios en el ser humano se fracturó, otorgando, como diría Darwin, características heredables a las siguientes generaciones.

Pero a diferencia de la ley del más fuerte, heredamos rasgos debilitantes, tanto en nuestros cuerpos como en nuestros corazones. Y prueba de esto es que, tras algunos miles de años en la tierra, nos seguimos aferrando a la idea de ser algo más: queremos ganar las batallas e imponer nuestra voluntad contra quien amenace nuestra supervivencia (si así lo consideramos), incluso si se trata del mismo Dios que nos creó.

Para dejarlo claro, ese rasgo primordial que hemos heredado que nos hace cada vez más débiles es el pecado (Ro 5:12). El pecado de querer estar por encima de todos, incluso de Dios. Y entre más se arraiga en nuestros cuerpos, mentes y corazones, más débiles nos hacemos.

Así veo a Caín presentando una ofrenda que provenía de las ganas de impresionar a Dios y, al no lograrlo, toma la vida de su hermano. La corrupción de los corazones por causa del pecado de los contemporáneos de Noé era tan impresionante que Dios acabó con la humanidad, menos la familia directa de Noé, con un diluvio (Gn 6:5-7). También cuatro generaciones más adelante, confundió sus lenguas en Babel porque, otra vez, querían hacerse un nombre y construir una torre que llegara al cielo (11:1-9).

Este patrón heredado continuó por generaciones. Incluso Israel, un pueblo que gozaba de una relación especial con Dios, fue tentado y obedeció a la corrupción de su corazón: eligieron a un rey de apariencia fuerte y temible, Saúl, por temor a las otras naciones, y luego su sucesor, David, en un momento de debilidad pecaminosa aprovechó su posición para tomar a una mujer casada y luego mandar a asesinar a su esposo.

Después de miles de intentos fallidos, un silencio ensordecedor llenó la tierra de desesperanza por cuatrocientos años. Si el mundo continuaba en esa dirección, muy pronto sería su fin. Pero la pregunta era ¿quién podría cambiar el rumbo de la humanidad? ¿Quién podría regresar la gloria del Edén? ¿Quién podría ser la simiente cuya naturaleza, al heredarse, produciría una restauración en lugar de la degradación constante?

El Fuerte se hace débil

Podríamos usar otro principio de la teoría de Darwin, el cual afirma que «al seguir los rasgos heredables podemos ir hacia atrás hasta el principio». Ese principio, en el que nuestra naturaleza se corrompió, se encuentra en Génesis 3 y, en ese mismo lugar en el tiempo, podemos encontrar cuál es la solución divina para revertir la corrupción de nuestro ADN espiritual.

Dios le dice a la serpiente: «Pondré enemistad entre tú y la mujer, y entre tu simiente y su simiente; Él te herirá en la cabeza, y tú lo herirás en el talón» (Gn 3:15, énfasis añadido). Según esta promesa, alguien de la raza humana debía nacer con la misión de hacer todo incluso mejor y mayor que en el principio.

Sin importar tus dones, preparación o personalidad, tienes un problema heredado que ninguna capacidad personal te hará superar

Uno esperaría, por cómo se ha dado la historia fuera del Edén y de acuerdo a la selección natural, que alguien fuerte, valiente, de buena familia y con rasgos heredables aptos sería la persona ideal para restaurar todas las cosas a su diseño original.

Pero, si conoces el relato de la Navidad, sabes que la historia fue diferente: una madre adolescente con una historia difícil de creer, un padre carpintero de una región menospreciada, un pueblo cautivo bajo el Imperio romano, un censo lejos de casa con nueve meses de embarazo sin lugar para descansar —mucho menos para dar a luz—, un establo prestado rodeado de animales.

No parece la descripción del nacimiento del hombre que cambiaría el universo para siempre. Pero en esto radican las buenas noticias del evangelio: un día en el tiempo, el Dios eterno se encarnó en Jesucristo. El Dios fuerte se hizo débil. Dios mismo nació de una mujer para aplastar la cabeza de la serpiente y heredarnos una nueva naturaleza que reconciliara al hombre con Dios (cp. Gá 4:4-7).

Pero esta nueva naturaleza no vendría sin sacrificios. Era necesario que el Cristo padeciera, como Jesús mismo le dijo a Sus discípulos: «El Hijo del Hombre no vino para ser servido, sino para servir y para dar Su vida en rescate por muchos» (Mt 20:28). Él pagaría en la cruz por nuestros pecados, pero no solo eso. También era necesario que Cristo resucitara de los muertos al tercer día, de otro modo no habría descendencia y esos rasgos redimidos no serían pasados a los que nacieran de Él (1 Co 5:21-22).

En resumen, la debilidad del pecado heredada en nuestros corazones fue intercambiada por la redención que Jesucristo trajo al hacerse débil (Ro 5:12, 18-19), tanto al encarnarse, como al exponerse voluntariamente al escarnio, el desprecio y, finalmente, a la muerte (Fil 2:6-8). Esta es la paradoja que hace posible que tengamos esperanza.

El reino de Dios es para los débiles

Si seguir una especie de «ley del más fuerte» es lo que nos heredó los rasgos que nos llevan directo a la condenación, entonces la solución es vivir bajo la herencia del Hijo de Dios, una que no podemos ganar, sino solo recibir por medio de la fe en Él.

Para responder a la pregunta inicial: en un sentido, la mentalidad de «la ley del más fuerte» sí está presente en nuestras iglesias, pero solo como un rezago de la antigua naturaleza que va desapareciendo, mientras somos renovados en una nueva humanidad en Cristo Jesús.

¿Qué rasgos, entonces, debemos abrazar para garantizar nuestra supervivencia por la eternidad? Un vistazo al Sermón del monte nos da una idea bastante clara: los pobres de espíritu, los que lloran, los humildes, los que tienen hambre y sed de justicia, los misericordiosos, los de limpio corazón, los perseguidos (Mt 5:3-10).

Según Darwin y el darwinismo social, reconocernos como débiles sería nuestra destrucción; sin embargo, bajo la ley de Cristo, solo aquellos que vengan derrotados y débiles ante Él serán preservados hasta la eternidad. Después de todo, «Dios ha escogido lo débil del mundo para avergonzar a lo que es fuerte» (1 Co 1:27).

Somos la herencia de Cristo, los débiles que reinaremos para siempre con Él. De este lado de la eternidad, no seremos los que conquisten el mundo, pero somos los que heredaremos el reino de Dios, reservado para aquellos que abrazan al Débil que, por el gozo puesto delante de Él, sufrió la cruz.

Sin importar tus dones, preparación, rasgos de personalidad o incluso superioridad genética, tienes un problema heredado de Adán que ninguna capacidad te ayudará a superar porque el pecado se paga con la muerte. Necesitas del Fuerte que se hizo débil para redimirte.

Si queremos representar bien el evangelio de Jesucristo, entonces debemos abrazar nuestra debilidad (1 Co 12:8-9), no como un acto de derrota, sino de victoria…. Pero no nuestra, sino de Cristo Jesús. Él se hizo débil porque nos amó tanto y sabía que nuestra debilidad era mortal. Pero ahora que ha vencido la muerte, con Él somos más que vencedores (Ro 8:37).

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