Esta es la tercera parte de una serie a partir de la selección de Trevin Wax de los Los cinco teólogos más importantes del cristianismo. Exploraremos cada uno de ellos para mostrar por qué Trevin y otros encuentran a estos personajes tan influyentes. Las primeras partes fueron sobre Atanasio y Agustín.
Tomás de Aquino es un teólogo a quien algunos protestantes aman odiar, otros aman amar, pero que siempre es respetado. A pesar de que rara vez fue rotundamente condenado por los primeros protestantes, siempre ha habido cierta inquietud acerca de sus enseñanzas al conectar sus ideas sobre la gracia, la justificación, los sacramentos, y la iglesia. Además, su clara influencia de Aristóteles trae confusión; esa siempre fue la principal queja de Lutero.
Pero hay una tensión en cualquier intento de rechazar completamente a Aquino: no es parte de la herencia protestante.
En menos de una generación de la reforma de Lutero, la mayoría de los centros de formación para pastores protestantes, incluyendo Wittenberg, utilizaban por lo menos algunos de los escritos de Aquino en su plan de estudios, incluso si no abrazaban todas sus enseñanzas. Esto también es cierto de los seminarios e institutos bíblicos modernos. Los interesados hoy día, por ejemplo, en los argumentos de la existencia de Dios siempre consultan »Las cinco vías” o los 5 métodos de argumentación para llegar a una conclusión racional de que Dios existe (aunque nunca totalmente apartado de la fe, como Aquino señala).
Nuestra opinión sobre Aquino, entonces, forma un microcosmos del uso que le dio la Reforma a la teología medieval: los protestantes no rechazan todo, pero sí tienen graves preocupaciones acerca de algunas de sus enseñanzas.
Sería de gran ayuda entonces exponer algunas ideas sobre por qué Aquino es tan influyente para tener un lugar en el top 5 de personajes históricos.
La vida y los tiempos de Aquino
Tomás de Aquino (1225-1274) nació en cuna de oro siendo hijo del Duque de Aquino en Italia. En consonancia con los nombres medievales, “de Aquino” en realidad no es su apellido, sino una referencia al latifundio de su familia en Aquino (por esta razón no se dice “Aquinismo” sino “Tomismo”). Tomás habría sido exhaustivamente educado para leer, escribir, y pensar, y todas las oportunidades en su vida habrían sido impensables para un campesino promedio. Su primo segundo, de hecho, era el Santo Emperador Romano en ese momento, lo que significa que no solo nació en una familia adinerada, sino también en una con poder.
El primer acto de rebeldía de Tomás fue rechazar el lujoso trabajo en la iglesia que su familia había planeado para él. Su padre había querido una función sacerdotal para su hijo en la rica Abadía de Montecasino: el primero de estos monasterios en Europa, aunque su rigor monástico había bajado. El monasterio era también poderoso en el ámbito político y cultural, por lo que su padre quería un infiltrado allí.
En lugar de eso, Tomás le dijo a su padre que iba a unirse a los dominicos —momento en el cual sus hermanos lo secuestraron, lo encerraron en su cuarto, lo tentaron con una prostituta, y se comprometieron a no dejarlo salir— hasta que su madre una noche decidió dejar una ventana abierta para que pudiera escapar.
Unirse a los dominicos era parecido a unirse a los “Locos por Jesús” (Jesus Freaks, en inglés) en la década de los 60: fueron una expresión radical de la fe que puso nerviosos a los líderes de la iglesia. Los dominicos creían ideas “radicales” como el planteamiento de que Jesús no era un aristócrata con una vida rica y llena de lujo, sino más bien un hombre pobre sin un lugar para recostar su cabeza. La Orden de los Dominicos quería vivir este tipo de vida radical y fue conocida como una de las nuevas “órdenes mendicantes”, ya que los monjes no retenían riqueza y vivían de las limosnas de los demás.
Después de obtener su libertad, Tomás viajó eventualmente a París, el corazón intelectual de Europa, y allí comenzó a estudiar teología y la Biblia.
La teología en los días de Aquino
Aquino tampoco fue del agrado de sus compañeros estudiantes contemporáneos. En un tono que debe haber sido de intimidación, sus compañeros lo llamaban el “buey mudo” por su andar torpe y la lentitud de su pensamiento. Tal vez solo pensaban que era divertido burlarse del hijo noble que ahora mendigaba por su comida. En cualquier caso, se convertiría en la mente escolástica más influyente de todo el período medieval, dando forma a los debates sobre teología y filosofía de manera tan profunda que la Iglesia Católica nombraría oficialmente sus obras como propias.
El tema central que dirigía la escolástica era el problema de la fe y la razón. La pregunta clave puede formularse de esta manera: ¿cuál es la fuente principal de nuestro conocimiento de la teología, y en qué medida podemos utilizar herramientas como la razón para examinar nuestra fe? Es un debate que está presente desde el principio de la teología cristiana y continúa hasta hoy, pero en los días de Aquino la situación era crítica.
En los días de Aquino, los escolásticos prácticamente habían terminado en posiciones mutuamente excluyentes. Por un lado están los que podríamos llamar de “visión oculta”: aquellos que creían que las doctrinas como la Trinidad o la divinidad de Cristo son completamente ajenas a cualquier modo natural de pensar, por lo que solo deben ser reconocidas como misterio y nunca ser estudiadas como uno lo haría en filosofía. Hoy en día, estas serían las personas que dicen que nunca deberíamos tratar de discutir la Trinidad porque es simplemente un misterio.
El otro bando en los días de Aquino podemos llamarlo “compatibilistas”: aquellos que creían que si hay algo en la doctrina que es ilógico o que no se puede verificar en la filosofía, entonces tenemos que utilizar nuestras mentes para encontrar una mejor solución o descripción. En su extremo, se trataría de personas que prefieren abandonar el lenguaje de una doctrina histórica si no puede cumplir con su estándar de pensamiento racional.
En el mundo de Aquino, estas cuestiones estaban en la mente de todos, siendo la preocupación de hombres como Anselmo, Abelardo, y Bernardo de Claraval. La respuesta de Aquino a este problema se convirtió en una de las grandes respuestas a la teología racional: la gracia perfecciona la naturaleza.
La gracia perfecciona la naturaleza
Aquino resolvió el problema de la fe y la razón, en esencia, negando incluso la existencia de un problema fundamental, siempre y cuando la razón y la fe fuesen entendidas apropiadamente. La razón, según él, es un regalo de Dios, establecida en la creación como una virtud para todos los hombres y las mujeres. Por tanto, la razón debe entenderse como un regalo de la naturaleza, lo que significa que es una capacidad natural en todos nosotros.
El problema con el que hay que lidiar es la corrupción del pecado que deja nublada nuestra razón. La respuesta de Aquino a esto fue que la naturaleza de la gracia en un cristiano no debe anular la razón, sino trabajar para que la razón recupere su lugar apropiado. Así que la gracia perfecciona a la naturaleza, no la destruye. Nuestro razonamiento está caído en pecado y somos capaces de hacer maldad y vivir en necedad. Pero Dios trabaja a través de su Espíritu para poner una vez más nuestras mentes en orden, como al endemoniado gadareno quien fue restaurado a su cabal juicio y a los pies de Jesús.
Así que para ir de nuevo al ejemplo de la Trinidad: Aquino argumentaría que la doctrina de la naturaleza trina de Dios es algo que se ha revelado y se ha establecido por la fe, no la razón. Sin embargo, una vez establecida por la fe puede ser objeto de reflexión y estudio, no en un esfuerzo de basar la doctrina en la razón, sino más bien utilizar nuestras mentes naturales para profundizar nuestra apreciación de la maravilla de esta verdad. Cuidadosas distinciones y lenguaje filosófico son apropiados en reflexiones acerca de la Trinidad, no porque sostengan a la doctrina, sino porque tenemos a la razón en su lugar apropiado.
Aquino y el protestantismo
El apreciar las contribuciones de Aquino a la teología no significa que los protestantes están completamente felices con cada una de sus enseñanzas. Él enseñó cosas acerca de la justificación, por ejemplo, que eran totalmente medievales, como que la gracia se nos infunde en el bautismo y entonces es nuestra responsabilidad cooperar con la gracia para nuestra justificación final. Sus enseñanzas sobre los sacramentos también fueron influyentes en el desarrollo de la perspectiva católica de la transubstanciación. Podríamos seguir, pero la lista de cosas que las personas cuestionan en las enseñanzas de Tomás de Aquino no es corta.
El detenernos a apreciar a Aquino como una figura histórica, entonces, no implica que nos encanta todo lo que encontramos. Sin embargo, el duradero compromiso protestante con Aquino en temas como la fe y la razón y otras doctrinas no se debilita por nuestro profundo desacuerdo sobre otras cuestiones.
Aun así, podemos mirar hacia atrás —como lo hicieron Juan Calvino, Philip Melanchthon, Martín Bucer, e incluso Lutero en sus momentos más tranquilos— y respetar los esfuerzos heroicos de un teólogo que ha dado forma a nuestro pensamiento por casi 800 años.