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Nota del editor: 

Este artículo es un fragmento adaptado del libro Diccionario conciso de términos teológicos, escrito por Christopher W. Morgan y Robert A. Peterson (B&H Español, 2022).

La unidad de Cristo se refiere al estado de Jesucristo como una persona con dos naturalezas: una humana y una divina. Aunque en la Biblia no aparece de manera explícita la frase «unidad de Cristo», esta doctrina es una realidad bíblica:

Porque Él nos libró del dominio de las tinieblas y nos trasladó al reino de Su Hijo amado, en quien tenemos redención: el perdón de los pecados. Él es la imagen del Dios invisible, el primogénito de toda creación. Porque en Él fueron creadas todas las cosas, tanto en los cielos como en la tierra, visibles e invisibles; ya sean tronos o dominios o poderes o autoridades; todo ha sido creado por medio de Él y para Él. Y Él es antes de todas las cosas, y en Él todas las cosas permanecen. Él es también la cabeza del cuerpo que es la iglesia. Él es el principio, el primogénito de entre los muertos, a fin de que Él tenga en todo la primacía. Porque agradó al Padre que en Él habitara toda la plenitud, y por medio de Él reconciliar todas las cosas consigo, habiendo hecho la paz por medio de la sangre de Su cruz, por medio de Él, repito, ya sean las que están en la tierra o las que están en los cielos (Col 1:15-20).

Haya, pues, en ustedes esta actitud que hubo también en Cristo Jesús, el cual, aunque existía en forma de Dios, no consideró el ser igual a Dios como algo a qué aferrarse, sino que se despojó a Sí mismo tomando forma de siervo, haciéndose semejante a los hombres. Y hallándose en forma de hombre, se humilló Él mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz. Por lo cual Dios también lo exaltó hasta lo sumo, y le confirió el nombre que es sobre todo nombre, para que al nombre de Jesús se doble toda rodilla de los que están en el cielo, y en la tierra, y debajo de la tierra, y toda lengua confiese que Jesucristo es Señor, para gloria de Dios Padre (Fil 2:5-11).

Dos errores históricos o herejías destacan por contraste la necesidad de enfatizar la unidad de Cristo: el nestorianismo y el monofisismo (eutiquianismo).

El nestorianismo

Enfatizó la distinción entre las dos naturalezas de Cristo hasta el punto de dividir su persona, rompiendo su unidad (1 Jn 2:22). Su nombre es irónico porque Nestorio, patriarca de Constantinopla desde 428 hasta 431, no era nestoriano. Pero sí enseñó de forma ambigua sobre Cristo y con esto dio lugar para ser atacado por su oponente, Cirilo de Alejandría. 

El monofisismo

El monofisismo (mono: «una naturaleza»; —ismo: doctrina) niega la distinción entre las dos naturalezas de Cristo. También se le llama eutiquianismo, por Eutiquio (378 – 454), quien enseñó de manera incorrecta que el Hijo tenía dos naturalezas antes de la encarnación y una después, porque la humanidad de Cristo fue absorbida gradualmente en su deidad y casi eliminada.

En contraste con el nestorianismo que divide a Cristo en dos y el monofisismo que desdibuja la distinción entre sus naturalezas, el cristianismo ortodoxo enseña que Cristo es una persona con dos naturalezas incorporadas en una unión personal (1 Jn 4:3-6).

Antes de la encarnación, el Verbo, el Hijo, la Segunda Persona de la Trinidad, existía por la eternidad con el Padre y el Espíritu Santo. En la encarnación, el Verbo asumió una humanidad genuina, de modo que Cristo era una persona con dos naturalezas, divina y humana. La humanidad de Jesús no existía antes de la encarnación. Además, Su humanidad nunca existió sola, sino que desde la concepción se unió al Hijo en el vientre de María.

La unidad de Cristo nos habla de Su señorío. Es decir, Jesucristo tiene el derecho como Señor crucificado y resucitado, sentado a la diestra de Dios para gobernar sobre todos. El pueblo redimido reconoce el gobierno de Jesús sobre sus vidas. Exaltan a Cristo en su ascensión y sesión, Dios lo proclama «Señor y Cristo» (Hch 2:36).

La respuesta cristiana primitiva a la salvación involucra confesar a Jesús como Señor y Salvador (Ro 10:9). Se acerca un día en el que todos se inclinarán delante de Cristo y reconocerán Su señorío (Fil 2:11). Mientras tanto, Su pueblo con alegría santifica a Dios el Señor en su corazón y se somete a Él, que los amó y se entregó por ellos (1 P 3:15).


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